BAJO UN AGUACERO

Cientos de miles de hongkoneses desafían al Gobierno y la lluvia

La excolonia disfruta de un fin de semana de protestas sin violencia

Manifestación en las calles de Hong Kong, este domingo.

Manifestación en las calles de Hong Kong, este domingo. / periodico

Adrián Foncillas

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Una manifestación masiva, familiar y pacífica. El movimiento antigubernamental de Hong Kong se ha apuntado este domingo una victoria en su pulso con las autoridades: ha mostrado que el apoyo no se extingue y ha enterrado, al menos momentáneamente, su inquietante deriva vandálica. Un fin de semana sin escenas de guerrilla urbana es una saludable noticia cuando las protestas ya se acercan a su tercer mes. El conflicto es ahora un duelo de paciencias: el de un bando por perseverar en sus protestas y el de Pekín por mantener el autocontrol y seguir confiando en un Gobierno local manifiestamente incapaz y carente de legitimación.

Cientos de miles de hongkoneses (1,7 millones según las estimaciones de los organizadores) han ocupado las principales avenidas del centro de la excolonia bajo un enérgico aguacero. Las autoridades habían permitido la concentración en el Parque de la Victoria pero la marea pronto se ha extendido sin diques por el distrito de Admiralty hasta desembocar en los Jardines Charter. La presencia policial solo ha sido visible frente a la Oficina de Enlace con Pekín, habitual diana de los jóvenes. La jornada no ha registrado incidentes a la medianoche aunque grupúsculos de activistas continuaban en las inmediaciones de las sedes oficiales.

Cócteles molotov

El movimiento antigubernamental se había asomado al abismo. Las protestas del fin de semana pasado no acabaron en tragedia de milagro después de que los activistas sumaran los cócteles molotov a su arsenal y la policía contestara con gases lacrimógenos lanzados en estaciones de metro y balas de goma disparadas a quemarropa. La posterior conquista del aeropuerto tampoco contribuyó a que ganaran simpatías globales: casi un millar de vuelos cancelados, decenas de miles de viajeros varados y detenciones y palizas impunes a los ciudadanos chinos señalados como periodistas del interior o espías sin que permitieran su atención médica. Muchos activistas comprensiblemente horrorizados se disculparon al día siguiente y pidieron paciencia por su estado de desesperación.

Las redes sociales revelan las diferencias en un movimiento sin líderes y de decisiones asamblearias. Frente a los que abogan por recuperar la vía pacífica se oponen los que defienden la agresividad para forzar el diálogo. Es una cuestión peliaguda: el movimiento necesita de la simpatía y los focos globales pero es sabido que la atención mediática mengua sin tensión dramática.

La muestra de apoyo popular fuerza al diálogo a las autoridades isleñas, señalan los activistas. Ocurre que el grueso de sus pretensiones son quiméricas y suponen un arrodillamiento inaceptable para cualquier gobierno. No es probable que Hong Kong acceda a colocar la etiqueta de "pacíficas" a unas protestas que han coleccionado fragorosos y rutinarios enfrentamientos y dejado decenas de heridos en ambos bandos. Tampoco es previsible que libere sin cargos a los detenidos porque eso incumbe a los tribunales y en Hong Kong impera la división de poderes. La cuestión del sufragio universal se ventila en Pekín y atenta contra su ADN. No hay margen de negociación, ni final a la vista ni indicios para el optimismo. La masiva manifestación de este domingo, además, sugiere que la esperanza pequinesa de que el tiempo apague el brío del movimiento antigubernamental es poco realista. Las protestas actuales han superado ya los 79 días que duró aquella Revuelta de los Paraguas del 2014, muerta por simple agotamiento, con una salud envidiable.