AGITACIÓN EN LA ISLA

El matrimonio idílico que rompió la economía de Hong Kong

La falta de perspectivas de los jóvenes de la excolonia británica estimulan la peor ola de protestas de su Historia

Un manifestante lanza un bote de gas lacrimógeno durante las protestas con motivo de la huelga general en Hong Kong.

Un manifestante lanza un bote de gas lacrimógeno durante las protestas con motivo de la huelga general en Hong Kong. / periodico

Adrián Foncillas

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Protestas pacíficas que acaban en fragorosos combates, denuncias de brutalidad policial, lamentos amontonados y hasta el próximo fin de semana. Hong Kong se desliza hacia el bloqueo y la fractura social con el gobierno local y el central paralizados por la certeza de que cualquier medida solo empeorará el cuadro y confiados en que el tiempo agotará el brío juvenil. La isla y China han alcanzado los 22 años de matrimonio con la pasión extinguida, la convivencia reducida a una sucesión de reproches y la recomendación mutuamente ignorada de llevarse bien porque no habrá divorcio. Hubo tiempos mejores.

En 1997 se arrió la Union Jack y se izó la bandera china, sonó el God save the queen por última vez, 4.000 soldados chinos arribaron a la isla y el buque Britannia zarpó con el Príncipe Carlos hacia Inglaterra. Hong Kong prorrogaba su buena estrella: fue inglesa cuando convenía y no hay ahora mejor brazo al que agarrarse que el chino.

La formula de "un país, dos sistemas" respetó sus libertades, sistema judicial independiente, capitalismo y otros rasgos característicos. El auxilio de Pekín cuando la epidemia del SARS amenazaba con hundir Hong Kong acabó de apuntalar el idilio y las encuestas mostraban que más de un 75% confiaba en el modelo. Margaret Thatcher, la exprimera ministra que entregó la isla a regañadientes, reconoció años después que aquellos obituarios sobre Hong Kong habían sido "ampliamente injustificados". El dinero fluía y nadie recordó que la democracia les seguía esquiva: el gobernador que antes imponía a dedo su Graciosa Majestad les llegaba ahora desde China con unas elecciones afeitadas.

Pulsión democrática

El amor aguantó una quincena de años antes de agrietarse. La creciente pulsión democrática en la sociedad más pragmática del mundo es indisociable de la deriva económica. Hong Kong languidece ante el vigor de capitales financieras asiáticas como Singapur o megaciudades chinas como Shenzhen, Shanghái y Guangzhou. La contribución hongkonesa al PIB chino ha caído del 20% al 3% desde la devolución.

La generación de jóvenes que ocupa las calles es la primera con perspectivas más oscuras que la anterior. Las desigualdades sociales se disparan, los buenos empleos escasean y la burbuja inmobiliaria bloquea el acceso a la vivienda. Los compatriotas del interior o mainlanders ya no son el hermano pobre y los hongkoneses ven en su aluvión una amenaza hacia su identidad y, más allá de etéreos asuntos, un sobrecoste. Más de la mitad de los compradores de inmuebles vienen del continente y son responsabilizados de la escalada de precios.

Tensión y clasismo

Jonas y Anna han superado la treintena y viven por separado con sus padres después de siete años de noviazgo porque un alquiler les desborda. Hay casos más dramáticos. "Mi hermano se casó dos años atrás y sigue en la misma situación. Gana un sueldo medio de 20.000 dólares de Hong Kong (2.300 euros) y no le alcanza", señala Jonas.

Aquella ventaja competitiva de los locales en el mercado laboral ha desaparecido frente a los jóvenes del interior que llegan ahora con idiomas y diplomas de las más elitistas universidades del mundo. Joseph trabaja en un banco de inversión internacional y calcula que el porcentaje de mainlanders en la plantilla ha subido del 20% al 50% en un lustro. "Muchos de nuestros clientes están en el continente y quieren tratar con chinos porque comparten el mandarín y la forma de hacer las cosas", explica.

Los mainladers son acusados de tensar la capacidad de los servicios de una de las zonas con mayor densidad del planeta. Saturan las salas de maternidad, dejan sin plazas de guardería a los hongkoneses y dificultan su entrada a las universidades. Añadamos la cuestión clasista: para los refinados, cosmopolitas y anglófilos hongkoneses, sus compatriotas son nuevos ricos asilvestrados.

Protestas

El caldo de cultivo socioeconómico se ha agravado con iniciativas legislativas chinas que vulneran el marco pactado. La sociedad ha salido a la calle para tumbar la ley de seguridad nacional y una reforma educativa que enfatizaba el patriotismo. La detención a finales del 2015 de cinco libreros que publicaban rumores e injurias sobre los líderes chinos reveló que fuerzas del interior pululaban por las calles de la excolonia sin jurisdicción. Fue un inquietante episodio aislado pero pocos lo han olvidado aquí. La desconfianza ya ha podrido la relación. Recientes infraestructuras con innegables ventajas económicas como el tren de alta velocidad o el puente que conectan la isla al continente han sido señalados como caballos de Troya.

Fue la ulterior prueba de la teoría del aleteo de la mariposa: un asesinato en Taiwán ha generado un año después las protestas más multitudinarias de la Historia de Hong Kong. Un veinteañero estranguló a su pareja embarazada durante unas vacaciones, regresó a la excolonia, fue detenido y cumple condena por el robo de la tarjeta de crédito. Hong Kong no ha podido enviarle a Taiwán para ser juzgado porque carece de tratado de extradición. Los padres de la víctima mandaron cinco cartas pidiendo ayuda a Carrie Lam, jefa ejecutiva de Hong Kong, que se puso manos a la obra.

Normativa polémica

La ley de extradición ha agitado a la excolonia cinco años después de la extinción de la revuelta de los paraguas por agotamiento. Para el Gobierno isleño la ley acabaría con las lagunas procedimentales que impiden enviar delincuentes a otros gobiernos, ayudaría a la lucha internacional contra el crimen e impediría que Hong Kong siga siendo un refugio para fugitivos. Para sus críticos, serviría de pasarela hacia el oscuro sistema judicial del interior. Nunca lo sabremos: el gobierno la ha suspendido y morirá con el cambio de legislatura.

Esa ley, como todas las que los hongkoneses percibieron hostiles, han acabado en el cajón. Urge consignar en estos tiempos confusos que la lucha social ha protegido todos los derechos y garantías. Los jóvenes describen un panorama tétrico que los emparenta a uigures, rohingyas u otras comunidades masacradas y que parte de la prensa internacional compra con alegría por ignorancia o afinidad con cualquier causa que le meta el dedo en el ojo a la dictadura china. Incluso los jóvenes más encendidos acaban admitiendo, tras varios minutos de conversación, que el recorte de derechos es una angustia por el futuro más que una realidad del presente. Hong Kong es aún el oasis de China y su acreditada pulsión por llenar las calles supone un escudo infranqueable frente a un gobierno aterrorizado por cualquier revuelta social.

Los expertos de Occidente han pronosticado durante décadas el inminente colapso del sistema chino. Abrir la mano económica y cerrar el puño político tiene fecha de caducidad, aleccionan. La sociedad, continúan, exigirá sus derechos políticos cuando tenga cubiertas sus necesidades básicas. Pero esa clase media que debía liderar la revuelta es la más beneficiada y entusiasmada con la fórmula. Hong Kong demuestra que las inquietudes políticas en Asia no emergen cuando la economía funciona sino cuando se gripa.