ENTREVISTA

"La víctima de un dictador debe sentir que es ella quien le sienta en el banquillo"

Tras participar en los procesos para encausar a Pinochet, Duvalier y Habré, el abogado Reed Brody coordina la estrategia para llevar a juicio al sátrapa gambiano Yahya Jammeh

El abogado de Human Rights Watch Reed Brody, en Barcelona.

El abogado de Human Rights Watch Reed Brody, en Barcelona. / periodico

Víctor Vargas Llamas

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Gambia vive vientos de cambio. Dos años después de la salida del país de Yahya Jammeh, el dictador que dirigió sus designios con mano de hierro y una flagrante falta de sensibilidad por los derechos humanos, las víctimas comienzan a organizarse para que el sátrapa, hoy exiliado en Guinea Ecuatorial, afronte sus responsabilidades ante un tribunal de justicia. Al mando de la iniciativa está Reed Brody, un veterano abogado de Human Rights Watch (HRW) que ha participado en los procesos para encausar a los tiranos de Chile, Augusto Pinochet, Haití, François Duvalier, y el Chad, Hissène Habré.

-¿Cómo acaba un asistente del fiscal neoyorquino convirtiéndose en azote de dictadores de países exóticos?

-En 1984 fui a ver la Nicaragua sandinista y me encuentro con que la contrarrevolucion organizada por EEUU quemaba escuelas y hospitales, mataba a enfermeras y profesores… Cosas que no llegaban al conocimiento de la opinión pública de EEUU. Sentí una gran  responsabilidad y regresé a Nicaragua a entrevistar a testigos que habían presenciado secuestros, asesinatos, violaciones… Semanas después de que Reagan equiparara la Contra con los padres fundadores de la patria, yo publicaba un informe que relataba los crímenes contra la población nicaragüense que fue portada de The New York Times. Me gané una crítica directa de Reagan, que me acusó de sandinista, pero el Congreso decidió cortar la ayuda a la Contra.  A los 31 años, puse en jaque la política internacional del presidente de EEUU, lo que me demostró que era posible cambiar el rumbo de situaciones que parecían inaccesibles, imposibles.

-Y luego se marca el objetivo de Pinochet, Habré…

-En 1998 empecé a trabajar en Human Rights Watch, coincidiendo con la creación del Tribunal Penal Internacional. Meses más tarde Pinochet fue arrestado y participé en las audiencias de los lores en Londres. Cuando se dictamina que España estaba en su derecho de pedir el arresto y la extradición de Pinochet por encima de su condición de inviolabilidad como antiguo jefe de Estado, nos dimos cuenta de que teníamos un nuevo instrumento para juzgar a tiranos que parecían inmunes a la acción de la justicia

-Chadianos y gambianos le reciben con la pompa de un ‘cazador de dictadores’. Usted es su gran esperanza.

-Es una gran responsabilidad que exagera mi rol. Soy el mero abogado, el estratega, las víctimas son la auténtica clave. No es la historia de Brody la que convencerá a un país de la necesidad de juzgar a un dictador, sino la del torturado y la del hijo de la víctima. Nosotros acompañamos a las víctimas para participen en el proceso, hacer que la justicia llegue a ser transformativa. No basta con que las víctimas vean a su dictador en el banco de los acusados, que ya es muchísimo, sino que además deben sentir que son ellos quienes lo han puesto ahí.

-Al seguir las huellas de Jammeh, ¿qué rastro se va encontrando?

-Fue un dictador muy particular, que ordenaba atacar a pueblos donde acusaba a personas de ser brujas, por ejemplo. También aseguraba que podía curar el VIH y otras enfermedades con remedios artesanales. Sus abusos no fueron a la escala de Darfour o del Chad, pero se le acusa de ordenar torturas, desapariciones forzosas y ejecuciones extrajudiciales.  

-¿Cuáles son las mayores dificultades que se están encontrando en Gambia?

-La gran dificultad reside en la situación geopolítica. Jammeh se refugia en el país de Obiang, otro dictador que ha dicho públicamente que lo va a proteger. Y además, en Gambia hoy no se dan las condiciones institucionales de seguridad y de estabilidad para que haya un juicio sereno y justo, que contribuya a la reconstrucción del Estado de derecho.

-¿Cómo está siendo el proceso de transición democrática en el país?

-Como cabía esperar en un país tras 22 años de dictadura. Hay libertades, una prensa muy libre, partidos muy variados, pero la democracia no ha traído beneficios económicos. Y los ciudadanos tienen el derecho de quejarse, casi tanto como antes. El Gobierno actual es muy inexperto. Hay mucha disensión. Pero globalmente hay una situación muy positiva de cara al futuro.

-¿Qué impacto tendría para el futuro del país que se pudiera llevar a juicio a Jammeh?

-El nombre de la comisión instaurada para investigar y reparar los abusos contra las derechos humanos durante la dictadura es determinante: Comisión de la Verdad, Reconciliacion y Reparaciones. Va a tener una responsabilidad enorme a la hora de decidir qué parte de reconciliación, que parte de justicia y cuál de amnistía debe administrar. Dada la magnitud de los crímenes de Jammeh, es muy importante como acto fundacional de un Estado de derecho que aquellos que infringieron tan gravemente las normas de convivencia y de respeto a los derechos humanos sean punidos. Y es cosa de los gambianos, los internacionales no podemos sustituirles. Es imprescindible que lo asuman ellos para ayudar a cerrar las heridas en el país.

-¿Por qué HRW no logra procesar a Bush, a Aznar y a dirigentes de primeras potencias cuyas decisiones han causado tantas muertes, tanto sufrimiento? 

-Los casos de Habré y Jammeh son más fáciles. Eran fruta madura a punto de caer. Lamento y denuncio un sistema en el que podemos con un tirano africano y no con un presidente del primer mundo, Rusia o China. Eso pone en riesgo toda la arquitectura de la justicia internacional. Yo me marco el deber de no solo mirar hacia Africa y America Latina, sino a muchos otros países. Pero la realidad a día de hoy es la que es.

-Parece que las oenegés que sean la única esperanza para conseguir un mundo más justo. ¿Hay motivos para el optimismo?

-No podría hacer mi trabajo si no fuera optimista. Vivimos un momento muy difícil, los países más poderosos están en manos de personas retrógradas. Pero al mismo tiempo nunca he conocido en toda mi vida un momento de más implicación de la sociedad, yo, que he participado en las manifestaciones civiles de los 70. El anhelo de libertad y dignidad de la gente no ha disminuido por más que los métodos de control de los que nos gobiernan sean cada vez mayores y más sofisticados.