Historia de un secuestro (y 4)

La frontera maldita

Turquía ha sellado finalmente la frontera con Siria, por donde Marginedas fue liberado, y sus policías disparan contra quienes intentan entrar ilegalmente en su territorio

Marc Marginedas, en la frontera de Siria con Turquía.

Marc Marginedas, en la frontera de Siria con Turquía. / periodico

Marc Marginedas

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Ahí está. La enorme bandera de Turquía, con la estrella y el creciente blanco sobre fondo rojo, presidiendo el puesto fronterizo de Akçakale, ya en el lado otomano de la demarcación. Es exactamente el mismo paisaje desértico, la misma tierra de nadie entre dos países limítrofes, degradada y repleta de desperdicios, que contemplé en aquella mañana del 2 de marzo del 2014, cuando quedaban solo unos instantes para que recuperara la libertad.

Brillaba entonces un espléndido sol de invierno, aunque hacía fresco. Lo recuerdo porque antes de abandonar definitivamente Siria, se me exigió que me quitara la camisa y dejara mi torso a la vista, expuesto al aire frío, con el fin de comprobar que nadie hubiera adosado a mi cuerpo algún artefacto explosivo. Los acontecimientos se habían acelerado en los días anteriores a la excarcelación tras pasar medio año languideciendo en mazmorras y sótanos de Alepo y Raqqa. Ni siquiera podía creerme que, en cuestión de horas, pudiera estar de vuelta en Barcelona, durmiendo en mi propia cama, rodeado de amigos y familiares.

Desde el inicio de la guerra, la frontera entre Siria y Turquía ha sido una fuente de problemas y recriminaciones. Hace un lustro, las autoridades turcas mantenían abierto el paso de Akçakale de forma intermitente, dependiendo de la evolución de la contienda en el país vecino. Arreciaban, además, las críticas internacionales contra el Gobierno turco, al que se acusaba de hacer la vista gorda al paso por su territorio de combatientes extremistas que pretendían integrarse en las filas ultrarradicales.

Hoy, Estado Islámico ha desaparecido de Siria y le ha sustituido una alianza kurdoárabe, considerada como una organización terrorista por el Ejecutivo de Recep Tayyip Erdogan. La frontera común, ahora sí, ha sido sellada con efectividad por Ankara,  que ha levantado un imponente muro con el que pretende frenar la infiltración ilegal de personas en su territorio. Los guardas fronterizos de Turquía, según me cuentan sus homólogos del lado sirio, disparan “a matar”, y no hay noche en la que no se registren "muertos" o "heridos" entre quienes intentan entrar de forma irregular en el estado vecino.

La ayuda de Fayez

Aunque ha transcurrido más de un lustro desde mi liberación, en este punto exacto de la geografía de Oriente Próximo, los recuerdos permanecen íntegros en la memoria. A decir verdad, nunca hubiera llegado hasta allí sin la ayuda de Fayez, un fervoroso musulmán veinteañero que cursaba entonces estudios de Química en la Universidad de Alepo. La noche anterior al 2 de marzo, mis carceleros de Daesh me habían sacado de la prisión local próxima a la frontera donde aguardaba mi liberación tras haber sido separado del grupo principal de rehenes en Raqqa una semana antes, y me habían entregado a unos contrabandistas locales con el encargo de introducirme ilegalmente en Turquía a través de un agujero en un lugar inóspito de la valla, aprovechando las horas de oscuridad.

La intentona finalmente fracasó y mis mentores de viaje me abandonaron allí mismo, en medio de la noche, temerosos de ser arrestados por las patrullas fronterizas. Fayez, cuyo nombre completo obviaré porque así me lo ha pedido, visitaba en esos momentos a su familia, residente en una granja cercana a la verja. En cuanto me vio, me acogió, me dio de comer, me entregó unas botas, me permitió pasar la noche allí y me acompañó al día siguiente hasta la puerta principal en Tel Abyad, sorteando puestos de control de Daesh. Cuando nos despedimos, le escribí mi nombre en un papel y le pedí que no dejara de buscarme. 

Hace un par de años, Fayez me contactó a través de Facebook. Había huido de la guerra su país, vivía como un refugiado en el norte de Turquía y se había casado. En mayo, aprovechando la escala que el equipo de Minimal Films debía hacer en Estambul antes de entrar en Siria, cogí un vuelo nacional turco y me acerque hasta donde vivía. Allí nos reencontramos por vez primera desde entonces, conocí a su hija recién nacida y celebré con él un día de Ramadán.