CRISIS DE REFUGIADOS

La Grecia abandonada

Los pocos miles de habitantes de la isla de Samos sienten que la UE les ha cargado a ellos todo el peso de la gestión migratoria: la tensión sube y los casos de racismo, también

Inmigrantes en la isla de Samos juegan un partido de fútbol.

Inmigrantes en la isla de Samos juegan un partido de fútbol. / periodico

Adrià Rocha Cutiller

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Al camarero, se le nota, no le gusta mucho hacerlo. Pero el negocio es el negocio, debe de pensar, así que se acerca a ellos, un grupo de inmigrantes africanos que intentan ver, cómo pueden, la final de la Europa League entre el Chelsea y el Arsenal del miércoles pasado.

«Iros, por favor. No podéis estar aquí», les dice el camarero con cara de tener que cumplir una responsabilidad de la que no disfruta. Los hombres le miran, se levantan y retroceden un par de metros: continúan viendo el partido pero desde algo más atrás. Es una constante en el paseo marítimo de Vathy, la capital de la isla griega de Samos: ningún bar —únicamente hay una excepción— acepta ni refugiados ni inmigrantes. Sus clientes sólo pueden ser o griegos o turistas. Nada más.

Ha pasado mucho tiempo desde entonces: en el 2015, Grecia y sus islas copaban titulares y portadas en todo el mundo por la llegada, en un solo verano, de varios cientos de miles de refugiados que escapaban de la guerra haciendo el camino marítimo que separa Turquía y el país heleno. Los años han pasado y las llegadas han frenado.

Goteo constante

Pero siguen: son un goteo constante y una presencia permanente a la que los griegos, a fuerza del tiempo, han tenido que acabar acostumbrándose. No ha sido fácil y Vathy es un ejemplo: la localidad, de escasos 5.000 habitantes, alberga un campo de refugiados que retiene a 3.000 personas. El paisaje del pueblo ha cambiado.

«Entiendo perfectamente que los sirios vengan —dice Dimitris, nacido en Samos hace cerca de 70 años—, porque huyen de la guerra y no tienen adónde ir. Grecia ya trató una crisis de refugiados hace 100 años [las deportaciones desde Turquía] y hemos sido un pueblo muy hospitalario. Pero la situación es insostenible. No puede seguir así. Grecia es pobre. Estamos hartos. La UE nos ha dejado a solas con el problema. Europa nos ha abandonado».

En la estacada

El sentimiento, en la isla de Samos, es universal. Todos piensan lo mismo: que la UE, a la hora de gestionar la crisis de los refugiados, ha dejado a Grecia a su suerte. Que Bruselas, es cierto, ha bañado con dinero y financiación a Atenas, pero que, cuando tocaba repartir el peso de la gestión del problema, todos los países europeos sin excepción han mirado hacia otro lado.

Y es aquí, en esta soledad, cuando surgen las tensiones: en los últimos meses, los vecinos de Vathi han hecho protestas en contra de la presencia del campo de refugiados; una asociación de padres consiguió que, en la escuela del pueblo, no se mezcle a sus hijos con niños refugiados. Es difícil aceptarlo: que el pueblo costeño y tranquilo de tu infancia se convierta, de la noche a la mañana, en un lugar lleno de extraños de los que recelas y con los cuales no te puedes comunicar.

«La cuestión —explica Antonios Rigas, coordinador de Médicos Sin Fronteras en Samos— es que esta isla y este pueblo de 5.000 personas están pagando una crisis que es de toda Europa. ¿Qué esperaban? ¿Que no hubiera problemas? ¿Que no pasase nada? Tenemos 80.000 refugiados e inmigrantes atrapados en Grecia. Es normal que la gente se sienta estafada, frustrada y cansada. Y entonces, claro, todos nos ponemos las manos a la cabeza y culpamos a los demás cuando Amanecer Dorado saca cada vez más votos».

Comunidades separadas

En Vathy existen dos grupos que viven, casi al completo, uno a la espalda del otro. El primero está formado, por supuesto, por los griegos de la isla; el otro, por los refugiados, inmigrantes y los miembros de las organizaciones humanitarias que pueblan Samos. Hay muy poca comunicación: unos recelan de otros.

«Yo no soy racista —empieza Dimitris, avanzando la bomba que se dispone a soltar—, pero no puede ser que por la calle en Vathy se vea a más gente de color que griega».

«Aquí no somos bienvenidos», dice Abdulrahman, un refugiado sirio y el propietario del único bar de todo el paseo marítimo de Vathy que acepta a refugiados e inmigrantes: «Como en mi bar hay árabes, los griegos de la isla no vienen. De hecho, cuando pasan por delante del local, me miran mal. No pido ni que me ayuden ni que tengan pena de mi por haber huido de una guerra. Solo que no me odien sin razón. Que me acepten. Nada más».