FALTA DE LIBERTAD EN EL GIGANTE ASIÁTICO
China controla a los uigures con una aplicación de móvil
La aplicación recopila comportamientos considerados sospechosos y permite radiografiar la vida cotidiana de los ciudadanos de esta etnia en Xinjiang
Adrián Foncillas
Periodista
Adrián Foncillas
Las nuevas tecnologías se han asociado con la vieja pulsión controladora china para empujar la provincia de Xinjiang hacia la distopía orwelliana. Las autoridades se sirven de una aplicación de móvil para radiografiar las vidas de los uigures en un proceso que puede desembocar en los campos de reeducación.
La aplicación recopila comportamientos considerados sospechosos con un criterio extensivo hasta la paranoia: no socializar con los vecinos, un viaje al extranjero, usar la puerta trasera con asiduidad, recaudar fondos para la mezquita con entusiasmo o una factura de luz excesivamente alta disparan las alertas. La información acaba en la Plataforma de Operaciones Integradas (IJOP, por sus siglas inglesas), la base de datos provincial. Allí se examinará, se elaborarán informes y se ordenarán investigaciones ulteriores. Estas incluyen el seguimiento de los vehículos o el escrutinio del móvil. Y ahí surge otro sinfín de prácticas sospechosas como las habituales VPN con las que todos regateamos la censura en China o las aplicaciones de mensajería extranjeras como Whatsapp, Line o Telegram.
El mecanismo ha sido denunciado por la organización Human Rights Watch (HRW) tras haber examinado la aplicación con la ayuda de una compañía tecnológica alemana. Supone un inusual vistazo a los intestinos de la maquinaria china en la provincia más occidental. “China está ejecutando una investigación masiva de comportamientos totalmente legales con el propósito de efectuar detenciones arbitrarias”, ha denunciado Maya Wang, investigadora de HRW.
Contratista militar
La aplicación ha sido diseñada por China Electronics Technology Group, un contratista militar del que ya se sabía que ofrece sus conocimientos de Big Data al Gobierno en su lucha contra el terrorismo uigur. Cualquier vía sirve para escudriñar la vida privada: las grabaciones de las cámaras en la calles, los historiales bancarios, hospitalarios o legales, el rastro dejado con móviles y ordenadores por internet…
El gobierno provincial elaboraba dos años atrás una exhaustiva base de datos biométricos a través de una campaña para mejorar la salud de los más desfavorecidos. Las autoridades recogieron muestras de ADN, huellas digitales, escáneres de iris y muestras de sangre de todos los residentes entre 12 y 65 años. Los datos se extienden a cualquier edad si el perfil se entiende sospechoso y a los uigures que no viven en Xinjiang.
Los uigures, y no los mediáticos tibetanos, son el problema étnico más sensible de China. Musulmanes, de lengua túrquica y emparentados con el Asia Central, acumulan pleitos con los han, la etnia mayoritaria china. Los primeros acusan a Pekín de diluir su cultura y expoliar sus recursos naturales, mientras los segundos subrayan el desarrollo económico de una zona desértica y montañosa que sin el paraguas chino sufriría la dolorosa pobreza de las repúblicas vecinas. Ambos se profesan un odio y desprecio irremediable.
Una quinta parte de los arrestos del país
La presión se intensificó en el 2016 con el traslado desde el Tíbet a Xinjiang del secretario del partido, Chen Quanguo, un tipo duro con la misión de acabar con el extremismo islamista. Ha doblado el presupuesto en seguridad, engordado la plantilla policial e instalado cámaras en cualquier esquina. Más de una quinta parte de todos los arrestos en China se produjeron el pasado año en Xinjiang, donde solo vive un 2 % de la población nacional.
Las últimas revelaciones tampoco han podido ser verificadas por prensa independiente. Pekín permite el acceso de los periodistas extranjeros a Xinjiang, en contraste con el veto a Tíbet, pero los somete a un marcaje tan angustioso entre policías y espías que desalienta a los más entusiastas. A los diplomáticos les ha organizado viajes sin libertad de movimientos que tampoco aportan ninguna luz.
China admitió tras tercos desmentidos la existencia de campos de reeducación pero los describió como centros armoniosos donde los uigures y otros musulmanes se forman para el futuro, disfrutan del deporte y la cultura y cambian el extremismo religioso por el amor a la Madre patria. Los exreclusos recuerdan los abusos físicos y psíquicos, el atosigante adoctrinamiento, el forzoso aprendizaje del mandarín, las litúrgicas gracias al partido y a la patria antes de cada comida y las celdas precarias donde se hacinan en decenas. Fuentes occidentales sin fuentes sólidas hablan de un millón de uigures recluidos en ellos.
Entre el fin y los medios
No todo es un sinsentido. China ha conseguido erradicar los atentados que no hace mucho tiempo se sucedían en Xinjiang y en el resto del país. La polémica nace en el foco: entre el fin y los medios, Pekín prioriza el primero mientras el mundo lamenta los segundos.
Xinjiang es el ejemplo más elaborado del control al que Pekín somete a su pueblo. En China no existe ese debate occidental entre los límites a la seguridad y el derecho a la intimidad y eso explica que el Gobierno publicite alegremente sus nuevos artilugios tecnológicos desde las portadas de su prensa mientras las democracias occidentales niegan los suyos. La ingenuidad es imposible tras las revelaciones de Wikileaks o Snowden.
HRW alerta de los riesgos del Big Data o la inteligencia artificial en la actualidad. “Esto no es sólo sobre Xinjiang o China, es sobre el mundo entero y si los seres humanos podemos seguir siendo libres en un mundo tan conectado por la tecnología. Esto es una llamada para despertarse, nos afecta a cada uno de nosotros”, afirma Mara Yang.
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