SECUELAS DE LA GUERRA
"Hay heridas que el amor no puede curar", dice la mujer de un excombatiente de EEUU
Las guerras de las últimas dos décadas han tenido severas consecuencias para las familias de los veteranos
Ricardo Mir de Francia
Periodista
Especialista en política internacional y reportero. Fue corresponsal en Washington durante una década, donde cubrió las presidencias de Obama, Trump y los inicios de Biden. Antes estuvo otros seis años en Oriente Medio. Licenciado en Periodismo por la Pompeu Fabra y con estudios de posgrado en Derecho Internacional, se ocupa actualmente de la guerra en Ucrania. Interesado también en temas de investigación, geopolítica de la energía, cambio climático y economía.
Ricardo Mir de Francia
Stacy Bannerman nunca estuvo en Irak, pero aquella guerra fabricada por Bush y los halcones de la Casa Blanca le destrozó la vida. Hace cuatro años puso en venta la casa en la que había vivido con su marido, dejó a su caballo y sus dos cabras en un santuario de animales y se fue a vivir sola a una autocaravana. Lo había perdido todo. Desde su matrimonio a su estatus socioeconómico, pero sobre todo había perdido al amor de su vida. El hombre afectuoso e idealista con el que se casó un año antes de los atentados del 11-S. Un hombre que volvió de la guerra con un severo estrés postraumático, un agujero de ansiedad y pesadillas que llenó con metanfetamina y fármacos. El mismo hombre que la amenazó con un rifle cuando vendieron la casa y luego trató de suicidarse provocando a la policía.
Bannerman ha contado su experiencia en dos libros que abordan las consecuencias que la guerra tiene en las familias de los veteranos. Un tema tabú, a pesar de que la prevalencia de problemas mentales entre los familiares es casi idéntica a la que se da entre los propios veteranos. “De nosotros se espera que cuidemos de la retaguardia. Ondea la bandera y saluda a las tropas. No debes preocuparles. Pero al igual que las familias militares nunca sabrán que pasó allí, nuestros seres queridos nunca sabrán ciertas cosas de lo que pasó aquí”, dice Bannerman en una conversación telefónica desde Oregón, donde vive. “Los familiares están expuestos a un enorme estrés relacionado con el despliegue de los suyos. Tienes a hijos de militares de 5 y 6 años con ansiolíticos y antidepresivos porque no saben si su madre o su padre volverá a casa vivo en un ataúd. Es como pasarse un año en la sala de espera de Urgencias”.
Dos despliegues en Irak
Su exmarido, Lorin, cumplió dos despliegues de un año en Irak, ambos incrustado en unidades de combate de la Infantería en pleno triángulo suní, donde más cruda fue la guerra. Regresó con dos medallas Estrella de Bronce por su servicio. “La tarde que entró en mi oficina supe que mi vida nunca volvería a ser igual. Mi marido volvió, pero no la persona con la que me casé”. Se encontró a un hombre distante y agresivo, que ya no quería tocarla, hipervigilante y propenso a los arrebatos de furia, según sus propias palabras. Sin ningunas ganas de contarle lo que había vivido. Las pocas confesiones coincidieron con aniversarios relacionados con el conflicto. “Tenía flashbacks tan intensos que era incapaz de contenerlos. Abría un poco la ventana y me ensañaba lo que había visto. Era horrible”.
Durante mucho tiempo se sintió culpable, como si hubiera fracasado como esposa. “Siempre me dijeron que si queremos lo suficiente a nuestros veteranos seremos capaces de curarlos. Yo le quise infinitamente, pero fallé. Hay heridas que el amor no puede curar”. En el 2007, empezó a hablar con otras familias y grupos de veteranos, se dio cuenta de que no estaba sola, miles como ella vivían en purgatorios como el suyo. Una de sus amigas fue asesinada a balazos por su marido, veterano de Irak, que la dejó tirada en la cocina hasta que la encontró su hijo de 10 años. Bannerman sentía una tremenda rabia hacía quienes manufacturaron la guerra, pero también hacia los millones de estadounidenses que la apoyaron sin sacrificar nada.
Ejército imperial
Desde que se acabó con la conscripción obligatoria en 1973, poco antes del final de la guerra de Vietnam, el Ejército estadounidense se ha nutrido exclusivamente de voluntarios. Porcentualmente muy pocas familias soportan la carga de un ejército imperial presente en más de 80 países. Casi tres millones de estadounidenses combatieron en Afganistán e Irak, menos del 1% de la población. “No puedes enviar a la misma gente a guerras ilegales e infinitas una y otra vez, cuando el resto de la nación se ha olvidado literalmente de esas guerras y vive en un parque de atracciones”, dice Bannerman. “El impacto es profundo y severo. Es antidemocrático”.
A sus 53 años ha hecho del dolor una virtud, ayudando a otras familias y promoviendo legislativamente leyes para los veteranos. Pero algunas cosas no tienen vuelta atrás. Recientemente recibió un mensaje de texto de su marido, tras más de un año sin saber nada de él. Le dijo que había sufrido un ataque al corazón y que estaba en el hospital. Le dijo que siempre la querría. “Yo también, le respondí”, cuenta con la voz entrecortada, antes de apagarse en un largo silencio.
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