El informe del fiscal Mueller vuelve a acechar a Trump

William Barr durante la rueda de prensa.

William Barr durante la rueda de prensa. / periodico

Idoya Noain

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

El 17 de mayo de 2017, ocho días después de haber cesado fulminantemente a James Comey como director del FBI en un aparente esfuerzo por poner fin a las investigaciones de la posible relación de su campaña con Rusia durante la injerencia del Kremlin en las elecciones de 2016, Donald Trump mantenía en la Casa Blanca una reunión sobre posibles sustitutos. Su entonces fiscal general, Jeff Sessions, que para indignación de Trump se había inhibido de supervisar cualquier investigación relacionada con el 'Rusiagate', salió de la habitación para recibir una llamada. Cuando volvió informó a Trump de que Rod Rosenstein, el número dos del Departamento de Justicia, acababa de nombrar a Robert Mueller fiscal especial para el caso. Trump se “desplomó” en la silla y dijo: “Oh, Dios mío. Esto es terrible. Es el fin de mi presidencia. Estoy jodido”.

Trump se equivocó y su presidencia no ha acabado pero ha estado, y seguirá estando hasta la cita con las urnas de 2020 en que busca su reelección, marcada por el trabajo de Mueller, una exhaustiva investigación de casi dos años resumida en mastodóntico informe hecho público con partes censuradas el jueves. En el primer volumen de las 448 páginas, pese a documentar “numerosos” contactos de Trump y su campaña con cargos y personas vinculadas a Rusia, al menos 170, el fiscal especial y su equipo no han establecido que hubiera un delito de coordinación o conspiración con el Kremlin. Mucho más problemático para el presidente es el segundo volumen, en el que se explora si obstruyó la justicia, algo de lo que no se le culpa pero tampoco le exonera. Esa parte señala a 11 episodios concretos de ese potencial abuso de poder que ahora queda en manos del Congreso seguir explorando.

Retrato demoledor

El informe, en cualquier caso, pinta un retrato demoledor de Trump y de la cultura que ha llevado a la Casa Blanca, con indelebles pinceladas de mentiras, presiones, paranoia y acciones que, acaben o no siendo consideradas delictivas o merecederas de un poner en marcha un proceso de ‘impeachment’, sin duda retan los parámetros y límites de la ética. Y uno de los máximos exponentes de esa cultura son los esfuerzos documentados que Trump hizo para intentar despedir precisamente a Mueller, que como otros “para influir la investigación fueron en su mayoría infructuosos sobre todo porque las personas alrededor del presidente se negaron a cumplir sus órdenes o acceder a sus peticiones”, según reza el informe.

Concretamente, el 17 de junio de 2017, desde Camp David, Trump llamó en dos ocasiones al principal asesor legal de la Casa Blanca, Don McGahn, ordenándole que instruyera a Rosenstein para que cesara al fiscal especial. “Mueller tiene que irse”, le dijo. McGahn no solo se negó sino que posteriormente, cuando en enero de 2018 ‘The New York Times’ informó sobre ese intento de cese, también rechazó las instrucciones de Trump de mentir, o palabras de Trump “hacer una corrección”, sobre lo que le había pedido.

Los motivos de Trump

¿Por qué, si no hubo coordinación con el Kremlin, Trump intentó torpedear, limitar e incluso acabar con la investigación? Aunque el informe no da respuestas definitivas, sí apunta a posibles motivos. “Estos incluyen preocupaciones de que la investigación plantearía preguntas sobre la legitimidad de su elección y posible incertidumbre sobre si podrían ser vistos como actividad criminal del presidente, su campaña o su familia algunos acontecimientos”, como el aviso con antelación de que Wikileaks haría públicos información pirateada a los demócratas o una reunión en la Torre Trump de Nueva York en la que su hijo Donald Jr. pensaba que iba a recibir información dañina para Hillary Clinton.

Una vez que Trump supo que no solo se investigaba si su campaña se confabuló con Rusia sino también su posible interferencia en esa investigación, el presidente tuvo según Mueller “más motivos para descarrilar las pesquisas” y entró en una nueva fase, incrementando “los ataques públicos a la investigación, los esfuerzos no públicos para controlarla y esfuerzos tanto en público como en privado para animar a los testigos a que no colaboraran”.

Los efectos del 'Watergate'

Pese a documentar todos esos esfuerzos Mueller tomó la decisión de que no seguiría parámetros normales de una fiscalía a la hora de decidir si hubo obstrucción a la justicia. Lo ha hecho aparentemente guiado por directrices que el Departamento de Justicia estableció tras el 'Watergate' que establecen que no se puede imputar a un presidente en activo. Y Mueller alega que, dado que no estaba en su mano presentar cargos, era mejor no alcanzar un juicio definitivo sobre la obstrucción para ser “justos”.

Lo que también hace Mueller, no obstante, es recordar que “aunque este informe no concluye que el presidente cometiera un crimen tampoco lo exonera”. “Si tuviéramos confianza después de una completa investigación de que el presidente claramente no cometió obstrucción a la justicia lo diríamos”, ha escrito. “Basados en los hechos y los parámetros legales aplicables somos incapaces de alcanzar ese juicio”.

Mueller, además, abre la puerta a que siga adelante en el proceso otra rama del gobierno, el poder legislativo. Y se ha referido al sistema constitucional de “controles y contrapesos” que crea en EEUU el equilibrio de poderes y al “principio de que ninguna persona está por encima de la ley” para dejar por escrito su opinión de que “el Congreso puede aplicar leyes de obstrucción al ejercicio corrupto de poderes del presidente en el cargo”.

Reacción divergente

Como era de esperar, la reacción al informe refleja la polarización que marca la vida política actual de EEUU. Y en un país donde la actual presidencia se inauguró dejando para la posteridad la idea de que existen “hechos alternativos” es lógico que ahora se entre en un mundo de realidades paralelas.

Los demócratas estudian los siguientes pasos. Ya han pedido con una citación obtener el informe completo, sin partes censuradas, y la comparecencia en persona en el Congreso de Robert Mueller. También, no obstante, enfrentan el dilema y divisiones sobre si conviene poner en marcha un proceso que podría llevar al 'impeachment' o, como ha sugerido en el pasado la presidenta de la Cámara Baja, Nancy Pelosi, dejar que los ciudadanos decidan en las urnas en 2020. Pelosi, en cualquier caso, ha organizado para el lunes una llamada con los congresistas y ha prometido: “El Congreso no quedará callado”.

Mientras Trump, su campaña de reelección, su Administración, sus abogados, sus defensores y medios conservadores insisten en que el informe representa la exoneración “total y completa” del presidente. Es el mensaje que llevan repitiendo desde el mes pasado, cuando Mueller siguiendo la ley entregó el informe al actual fiscal general, William Barr, y este lo resumió en un ahora cuestionado documento de cuatro páginas favorable al presidente.

Trump, mientras, se enfrenta a una situación paradójica: lee el informe como esa “exoneración” y el jueves declaraba “game over”, se acabó, en un tuit ilustrado con la iconografía de Juego de Tronos. Este viernes, en cambio, ha apodado el documento como “loco informe Mueller” y ha tratado de desacreditar las partes que no le interesan, especialmente las declaraciones sobre él y sus acciones que define de “inventadas y totalmente falsas” y hasta de “mierda total”.