guerra en el magreb

Los combates se intensifican en Libia por el control de Trípoli

Las fuerzas leales al Gobierno de Fayez al-Sarraj, reconocido por la ONU, lanzan una contraofensiva en un intento por frenar el avance de las tropas rebeldes del mariscal Jalifa Hafter

Fuerzas militares desplegadas en Trípoli.

Fuerzas militares desplegadas en Trípoli. / periodico

Beatriz Mesa

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Y sucedió lo que se temía. Las fuerzas del Gobierno de Unidad Nacional (GNA), lideradas por Fayez al -Sarraj, reconocido como el Gobierno legítimo de Libia por las Naciones Undias, ha lanzado una contra-ofensiva para ralentizar el avance de las tropas rebeldes del mariscal Jalifa Hafter hacia Trípoli, la capital, que esta mañana han dado un salto cualitativo al lanzar un primer ataque aéreo sobre la ciudad. 

Los enfrentamientos entre los dos centros de poder en Libia han continuado hoy en el sur de la capital, en la localidad de Wadi Rabi, y a lo largo del perímetro del aeropuerto internacional de Trípoli que desde los combates del 2014 se encuentra inutilizado. Ante la escalada de violencia, la misión de las Naciones Unidas en Libia ( USMIL) ha pedido una tregua. El balance de víctimas provisional es de 21 muertos y 27 heridos,  según el Ministerio de Salud del Gobierno de Unidad Nacional.

El alto el fuego ha durado solo dos horas, de las cuatro a la seis de la tarde, lo que ha permitido la urgente evacuación de las víctimas y de los civiles libios nuevamente aterrorizados por el mismo soniquete de guerra que les acompaña desde hace ocho años. Sólo que, entonces, el conflicto surgió desde el unánime deseo popular de transitar hacia un régimen democrático que hiciera desaparecer el sistema de la «jamahiriya» creado por el difunto dictador Muammar El Gadafi. El nuevo estallido de violencia enfrenta a antiguas y nuevas élites políticas asentadas igualmente sobre un fuerte sustrato tribal y que son incapaces de ponerse de acuerdo sobre el reparto del poder político y económico. 

El proceso de diálogo entre las fuerzas rivales lleva abierto desde la firma en el 2015 en Skhirat (Marruecos), donde se alcanzó un acuerdo político que dio lugar al Gobierno de Unidad Nacional. Sin embargo, el hombre fuerte de la Cirenaica, el mariscal Hafter, temía perder influencia en el escenario libio y siempre expresó su rechazo a la propuesta. La misma repulsa que el pasado mes de febrero emitió Hafter a un nuevo pacto sellado en Abu Dhabi cuya intención era también la de formar un gobierno unificado y celebrar elecciones antes de finales de año.

Momento crucial

El diálogo político no parece que sea el mejor aliado del mariscal que, tras su la reciente visita a los Emiratos Árabes Unidos y a Arabia Saudí, recurrió una vez más a la vía militar.  Su ofensiva lanzada el pasado miércoles se produjo tras lograr el respaldo de algunos países del Golfo y de Occidente. Los observadores consultados por El Periódico han asegurado que el ataque llega en un momento crucial para Hafter tras aunar apoyos de actores internacionales y regionales, y en vísperas de la Conferencia Nacional que mantiene Naciones Unidas para los días 14, 15 y 16 de abril.

« Hafter se está colocando en una posición de fuerza para la próxima reunión y lo hace mediante las armas», ha dicho a El Periódico un analista militar europeo, quien ha reconocido las simpatías que despierta Hafter en Occidente. De hecho, Al Serraj, su principal, acusó ayer al Gobierno francés de haber alentado a su rival para llevar a cabo lo que describió como «la invasión de Trípoli» con la intención de apropiarse de los recursos energéticos.

Las milicias misratís, leales al gobierno de Hafter, a través de su página de facebook, aseguraron que serán muro de contención a los intentos de sus «enemigos» de entrar en Trípoli. «Hafter está enviando a los hijos de Libia a un destino desconocido, provocando más derramamiento de sangre», señaló Serraj. En la calle, en las redes sociales y en la diáspora, los libios lamentan la crisis perpetua de su país en donde reina la proliferación de armas, la militarización de una población y, peor aún, una división cada vez más acentuada que necesitará décadas de reconciliación. 

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