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La pasión rusa de Marine Le Pen

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Eva Cantón

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Una de sus prioridades cuando llegó a la cúpula del Frente Nacional (FN) en enero del 2011 fue tejer alianzas con partidos de gobierno extranjeros. Marine Le Pen quería hacer “respetable” en la esfera internacional –y de paso en casa- a la formación neofascista fundada en 1972 por su padre, de quien poco a poco se iría desmarcando en un interminable culebrón político-familiar.

Se propuso alejarse de los 'ultras' que frecuentaba el viejo Le Pen en esa Alianza Europea de Movimientos Nacionales formada por nostálgicos de Mussolini o neonazis españoles del Movimiento Social Republicano (MSR, disuelto en 2018).

Sus nuevos socios serían la italiana Liga Norte, el austriaco FPÖ, el belga Vlaams Belang y el Partido de la Libertad (PPV) del holandés Geert Wilders. Flamantes populistas europeos que daban la espalda al antisemitismo y abrazaban la defensa de un Occidente amenazado por el Islam.

En la nueva diplomacia ‘marinista’, una pieza clave fue Aymeric Chauprade. Gaullista, atiborrado de diplomas, brillante y polémico, el eurodiputado del FN exploró en 2014 nuevas alianzas con Rusia y Oriente Próximo, aunque cayó pronto en desgracia por desavenencias con una corriente del partido y acabaría pidiendo el voto para Emmanuel Macron, según detallan los periodistas de ‘Le Monde’ Abel Mestre y Caroline Monnot.

Pacto con la Liga

El mismo discurso anti-inmigración y la misma fascinación por la Rusia de Putin llevan a Marine Le Pen a sellar un ‘pacto de hierro’ con la Liga de Matteo Salvini, pese al jacobinismo de la primera y el separatismo del segundo.

Los contactos en el país transalpino se extienden también a líderes de formaciones herederas del postfascista Movimiento Social Italiano (MSI), como la exministra de Silvio Berlusconi Giorgia Meloni. Paradójicamente, Le Pen sigue apoyándose en antiguas amistades de su padre.

Aunque quien hace de mediador, instalándose incluso en Italia, es Fréderic Chatillon, compañero de Le Pen en la facultad de derecho, exlíder de un sindicato estudiantil antisionista y empresario imputado por estafa en 2015.

“Queridos camaradas”

Sus conexiones no se detienen en Europa occidental. En noviembre del 2014, por el escenario del Palacio de Congresos de Lyon desfilan Salvini, Wilders y el austriaco Strache, pero la verdadera estrella es Andreï Issaïevvicepresidente de la Duma y miembro de Rusia Unida, el partido de Vladimir Putin. Fue aplaudido a rabiar cuando se dirigió con un sonoro "queridos camaradas" a un auditorio puesto en pie.

La rusofilia de la extrema derecha francesa viene de lejos, como recuerda a este diario el filósofo Michel Eltchaninoff, autor de los ensayos ‘En la cabeza de Vladimir Putin’ y ‘En la cabeza de Marine Le Pen’. Jean Marie Le Pen es un fanático de Putin y su hija ha mantenido esa pasión, pero cambiando algo la ideología.

“Para Jean Marie Le Pen, Putin es quien protege la Europa blanca y cristiana de la invasión china, una de sus grandes obsesiones. Marine le ve como el hombre que se enfrenta al imperialismo norteamericano y propone un modelo conservador anclado en la identidad que las democracias occidentales han abandonado a favor del cosmopolitismo”, explica Eltchaninoff.

Un préstamo opaco

La presencia de Issaïev en Lyon fue no solo una primicia sino una pista de que los lazos con el Kremlin se irían estrechando.  Tanto que, además de una afinidad ideológica, pronto aparecen los vínculos financieros.

A finales del 2014, Mediapart revela que Marine Le Pen logró un crédito de 9 millones de euros con la First Czech Russian Bank. El préstamo, imposible de obtener sin el aval del Kremlin, arroja sombras que el FN nunca ha aclarado.

La investigación del diario francés y de la web letona Re: Baltica pone además al descubierto una red de intermediarios y estructuras opacas para financiar el partido de Le Pen ocultando el origen del dinero.

Alexandre Babakov, consejero de Putin, es crucial en esa trama, al poner en contacto al FN con tres bancos rusos de catadura dudosa entre 2014 y 2016, y organizar reuniones en París y Ginebra. Por parte francesa, las operaciones las supervisa el eurodiputado Jean Luc Shaffhauser, investigado por la justicia al haber recibido fondos de las Islas Vírgenes a través de una empresa radicada en Luxemburgo.

El ‘affaire’ del préstamo tiene también una derivada política. El intercambio de emails entre París y Moscú muestra que los rusos orientan las intervenciones de Schauffauser en el Parlamento Europeo a favor de los intereses del Kremlin.

Foto en el Kremlin

El 21 de enero del 2017, un día después de la investidura de Donald Trump y a tres meses de las elecciones presidenciales francesas, Coblenza (Alemania) reúne a lo más granado de la ultraderecha europea.

Marine Le Pen aparece por primera vez junto a la copresidenta de Alternativa para Alemania (AfD), Frauke Petry. La imagen indica que la ultraderecha francesa busca en Berlín los aliados que nunca antes ha tenido.

Solo dos meses después, el 24 de marzo, Le Pen logra la foto con la que había soñado desde 2011, la del apretón de manos con Vladimir Putin en el Kremlin.

El líder ruso dijo que no pretendía influir en la campaña electoral francesa, pero fue exactamente lo que hizo al añadir que su invitada representaba “un espectro político que crece rápidamente en Europa”.

Otra foto, la que se hizo con Steve Bannon en marzo del 2018 durante el Congreso de Lille en el que el FN pasó a llamarse Reagrupación Nacional (RN) puede que hoy le resulte más incómoda.

Le Pen no quiere que el gurú que llevó al poder a Donald Trump meta las narices en sus asuntos y se ha desmarcado públicamente de la federación de movimientos populistas europeos que el norteamericano intenta a duras penas poner en pie.