El auge de los ultras

Mercer, el banquero de la derecha radical

robert mercer extrema derecha eeuu

robert mercer extrema derecha eeuu / periodico

Ricardo Mir de Francia

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Un mes después de que Donald Trump ganara las elecciones en Estados Unidos, el magnate asistió a una fiesta de disfraces en una mansión de Long Island propiedad de Robert Mercer, el principal donante de su campaña. Era una fiesta de “héroes y villanos”, antónimos particularmente intercambiables aquella noche, dedicada a homenajear al futuro presidente. En un discurso improvisado, Trump agradeció a sus anfitriones la ayuda de los últimos meses, diciendo que fueron “instrumentales para aportar algo de organización” a su campaña. Pero claramente se quedó corto. Sin el trabajo callado de sus anfitriones a lo largo de los años, la historia hubiera sido posiblemente muy distinta. “La gente en la que invirtieron los Mercer, mis camaradas, están ahora al mando”, le dijo uno de los invitados de la fiesta al ‘New Yorker’.

El patriarca de los Mercer es uno de los personajes más opacos e influyentes de la política estadounidense actual, uno de los grandes banqueros de la derecha radical, con unos tentáculos que van desde la campaña del 'brexit' a la campaña de Trump. Introvertido y de pocas palabras, comenzó su carrera como ingeniero informático especializado en inteligencia artificial, herramientas que utilizó después para transformar la industria financiera al introducir los algoritmos en la compraventa de activos y hacerse inmensamente rico al frente de Renaissance Technologies, uno de los ‘hedge funds’ más rentables del mundo. “Bob cree que los seres humanos no tienen más valor inherente que el dinero que producen”, le dijo a la prensa uno de sus antiguos colegas en Ranaissance. 

Su ambición no quedó ahí. Con la ayuda de su hija Rebekah, Mercer ha transformado el panorama político sin apenas hacer ruido ni dar una entrevista. Invirtió en sus obsesiones y ganó. Léase, el desprecio al “corrupto” 'establishment' republicano, el odio a los Clinton, el desdén por el cambio climático, la querencia por las teorías conspiratorias o una particular interpretación de la historia, que sostiene que los negros vivían mejor durante la segregación. Más allá de la ideología, en sus apuestas se observa también un interés económico. Mercer le debe 7.000 millones de dólares a la Hacienda estadounidense, un dinero que el nuevo presidente todavía no le ha reclamado.

Plataforma propagandística

En los últimos tres lustros el inversor ha financiado organizaciones e individuos que serían fundamentales en la victoria de Trump. Fue Mercer quien convirtió al portal 'Breitbart' en la gran plataforma propagandística de la derecha radical y el trumpismo. Quien logró que Steve Bannon pasara de ser un desconocido agitador del Tea Party al jefe de la campaña de Trump y asesor estratégico del presidente. Quien pagó el trabajo de las organizaciones anti-Clinton que más efectivamente alimentaron las sospechas sobre su presunta corrupción durante la campaña. O quien financió a la consultora de datos Cambridge Analytica para ponerla al servicio del 'brexit', primero, y de Trump, después. El neoyorkino no fue su primera opción. Apostó inicialmente por Ted Cruz, pero cambió de caballo cuando su candidatura a la presidencia descabalgó en mayo del 2016. “Los Mercer sentaron las bases para la revolución Trump”, diría más tarde Bannon. 

Reducir la victoria del magnate a una simple conspiración sería temerario, pero parece claro que contó con la colaboración de fuerzas y actores que jugaron sucio  si no ilegalmente para decantar a su favor las elecciones. Cambridge Analytica fue uno de esos actores. La firma cofundada por Bannon y financiada por Mercer elaboró perfiles psicológicos de millones de votantes estadounidenses para enviarles más tarde anuncios electorales personalizados. Partiendo de un test psicológico en el que participaron unos 230.000 usuarios de Facebook, se apropió irregularmente de las cuentas de sus amigos y creo un algoritmo capaz de analizar los datos de los perfiles para deducir sus inclinaciones electorales a partir de sus rasgos de personalidad. En total, 87 millones de cuentas. 

“Explotamos Facebook para recolectar los perfiles de millones de personas. Construimos modelos para explotar lo que sabíamos de ellos y atacar sus demonios internos”, le contó a ‘The Guardian’ Christopher Wyle, uno de los responsables de aquella operación. El otro fue Aleksander Kogan, del que se sospecha que podría tener vínculos con el Kremlin. Tanto los métodos como la financiación de la compañía de ‘big data’ están siendo investigados en EE UU y el Reino Unido. 

“Las elecciones se decidieron por un margen tan estrecho que hay mil factores lo suficientemente importantes para haberla decantado ¿Fue el trabajo de Cambridge Analytica uno de ellos? Seguro, pero yo no lo pondría en la parte alta de la clasificación”, dice a este diario David Karpf, experto de la Universidad de Georgetown en estrategia digital electoral. Para Karpf fueron más decisivos otros factores como la reapertura de la investigación del FBI contra Hillary Clinton pocas semanas antes de las elecciones o la publicación a cargo de Wikileaks de los correos del jefe de su campaña y el aparato demócrata. 

Campaña del Kremlin

Y es aquí donde entra el otro gran aliado del magnate, según la justicia estadounidense, la campaña del Kremlin para interferir a su favor en las elecciones. Un trabajo en múltiples frentes, que habría sido dirigido por la inteligencia militar rusa. Comenzó con el robo de los emails entregados a Wikileaks y siguió con un bombardeo de anuncios electorales en Facebook, Twitter e Instagram para exacerbar las divisiones sociales, alienar a los votantes demócratas y motivar a los republicanos, según han descrito los investigadores. Se valieron de miles de cuentas falsas, fake news y un ejército de bots para viralizar los mensajes de grupos creados para la ocasión con nombres como ‘Rezos por la policía’, ‘Armas de por vida’‘Stop a los invasores’ o ‘Negros despiertos’. 

Los científicos sociales han estimado que la efectividad de la propaganda electoral en internet es relativamente baja, pero solo en Facebook los mensajes cocinados desde Moscú tuvieron una audiencia de 126 millones de personas, no muy lejos de los 137 millones que votaron, según 'The New York Times'. Todo aquello sucedió en paralelo al centenar de contactos que la campaña de Trump mantuvo con oligarcas rusos, exmilitares, académicos y oscuras figuras ligadas al Kremlin antes y después de las elecciones. 

La justicia a ambos lados del Atlántico está tratando de unir las piezas de este gigantesco puzle con múltiples piezas que han servido para impulsar a la derecha radical, aliada con países como Rusia en su hostilidad hacia instituciones multinacionales como la Unión Europea y la OTAN, la convivencia multicultural o los principios democráticos. “Lo que está claro es que hay una red de extremistas conservadores con una tonelada de dinero y pocos escrúpulos que están dispuestos a saltarse las reglas para salirse con la suya e influenciar la política en EEUU”, afirma el profesor Karpf.