DERECHOS HUMANOS

Policías griegos siembran el terror entre los inmigrantes

Una inmigrante en el campo de refugiados de Fylakio, en Grecia.

Una inmigrante en el campo de refugiados de Fylakio, en Grecia. / periodico

Adrià Rocha Cutiller

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Firas recuerda pocas cosas de esa madrugada: el agua fluyendo río abajo y con escarcha formándose entre las plantas; árboles y arbustos cubiertos por un manto de nieve espesa; el cielo nocturno escupiendo copos de nieve como nunca los había visto. Y hombres en pasamontañas. Eso es lo que mejor recuerda Firas: que era viernes, 18 de enero de 2019. Ese día, unos hombres con la cara tapada lo devolvieron ilegalmente de Grecia a Turquía.

Eran miembros de la policía griega: "Antes de expulsarme por última vez, me tuvieron en la comisaría por un día y medio. Al principio, esos hombres del pasamontañas me desnudaron y pegaron. Después me metieron en una celda con otra gente. No me dieron de beber ni de comer, y tuve que beber agua del wáter. A la mañana siguiente me sacaron de la celda. Me pegaron con tuberías de hierro. Siempre con la cara tapada. Justo después, con otras personas, me mandaron al río. Era viernes", dice Firas. Luce pelo negro y flequillo caído sobre el lado derecho de la frente; cuatro pelos en la barbilla y bigote de no haberse afeitado demasiadas veces: tiene 17 años.

La mitad de los refugiados optan por ir al río Evros para poder moverse libremente

Firas es sirio y el río que recuerda es el Evrosfrontera natural —y la única— que comparten Grecia y Turquía. Antes del 2012, esta era la ruta migratoria a Grecia más utilizada. Pero ese año, Atenas construyó una valla en la línea, y el flujo migratorio migró al sur: a las islas. La ruta del Evros quedó relegada por ser demasiado peligrosa.

Ahora renace de nuevo, porque si un refugiado consigue entrar a Grecia por las islas, las playas de Lesbos, Samos y Kós se convierten en sus cárceles. Si lo hace por el Evros, en cambio, es libre de viajar por todo el país. Por esto, algo más de la mitad de los refugiados e inmigrantes que llegan a Grecia desde Turquía lo hacen por aquí: 18.000 de los 32.000 totales en el 2018. Uno de ellos fue Firas.

Marcharse de casa

Este joven decidió que abandonaría su país cuando aún no había cumplido los 17. Si se quedaba, pensaba, el Gobierno sirio le obligaría a hacer el servicio militar e ir a una guerra en la que no quería participar. Planeó que iría a Alemania, donde su hermano mayor había llegado cuando las puertas de Europa aún estaban abiertas.

Sus padres le dieron dinero y encontraron una familia que prometió hacerse cargo de él durante el viaje. Firas partió del este de Siria, pasó a Irak en junio del 2018 y, de allí, a Turquía. La cruzó entera y en noviembre del año pasado superó el río el Evros. Estaba en Europa.

"Ese día, dormimos en el bosque y los traficantes nos hicieron salir con el barco a las 10 de la mañana. Eramos un grupo de 20 personas. La policía griega nos encontró y pegó. Luego nos llevaron a la comisaría", dice Firas. A continuación, les robaron todo. Cogieron el dinero, destrozaron sus teléfonos y, finalmente, los mandaron de vuelta a Turquía. "En esa lancha éramos 40 personas. Nos unieron con otros detenidos. Ese barco lo conducía un policía griego", explica.

Según Naciones Unidas, en el 2018, unas 300 personas fueron devueltas ilegalmente a Turquía desde Grecia cruzando el Evros. La práctica no es nueva: viene denunciándose desde hace años. "Recibimos testimonios constantes de gente a la que le pasa —dice Boris Cheshirkov, portavoz en Grecia de ACNUR, la agencia de la ONU para los refugiados—. Hemos expresado nuestras preocupaciones al Gobierno griego, pero su respuesta no ha dado los frutos necesarios". Consultada por este periódico, la policía griega niega la mayor: aseguran que todo es un engaño y eluden cualquier responsabilidad.

Volver a intentarlo

Firas no desistió. Días después de ser expulsado ilegalmente de Grecia con otro grupo, volvió a cruzar. Y lo consiguió de nuevo, pero todo volvió a salir mal. La policía les encontró cerca del río e hizo una llamada. Al cabo de unos minutos, llegaron varios hombres de negro: todos con pasamontañas. Les pegaron, robaron, desnudaron y, ya habitual, les devolvieron a Turquía en ropa interior.

Algunos de los migrantes retornados a Turquía lo hacen muertos, pero se desconoce la cifra

El número exacto se desconoce, pero algunos han muerto tras ser devueltos. A varios kilómetros del río, en lo alto de una montaña, está un cementerio de refugiados. Allí, en filas irregulares hechas sobre la marcha, hay 40 montículos de tierra, sin marca ni identificación porque nadie las ha sabido nunca. Solo dos tumbas están coronadas con una lápida: "Mustafá Rahoan, de Alepo (Siria), y Mohammed Aouis, de Palestina". De todos los allí enterrados, solo ellos dos tuvieron esa fortuna.

Este cementerio es un lugar raro. Aquí, uno nunca viene a recordar el pasado, sino que viene, siempre, cuando el lugar se ha convertido en su futuro: las fosas vacías no están marcadas porque no saben —ni sabrán nunca— a quién cobijarán para toda la eternidad. Y, sin embargo, esperan ya excavadas: las ocupará algún desdichado cuyo destino será, en los próximos días, morir al cruzar el río. Quién sabe, es posible que ya estén llenas.

A la tercera

"Yo he visto las heridas. Lo que está pasando en la frontera es la política habitual de la policía. Es como funcionan: los números, [esos 300 retornados el año pasado], no reflejan la realidad de lo que se vive aquí", explica la doctora Ifigenia Anastasiadi. "Todos me cuentan exactamente lo mismo: que la policía les entrega a esos grupos, cuyos miembros son, dicen, policías que se quitan la placa y la identificación. Ellos roban y desnudan a los refugiados. Después, siempre, destruyen sus teléfonos; algunas veces les pegan. Y después, al río", denuncia.

Firas explica que volvieron a intentarlo, que pasaron y que, por tercera vez, fueron detenidos en el río. Pero en aquella ocasión no les mandaron a Turquía sino al campo de refugiados de Fylakio. Era un avance.

Fylakio es un lugar pequeño —alberga, solo, a 200 personas; la mitad de las cuales son menores no acompañados—. La gente, entre estas rejas, se queda como máximo 25 días. Fylakio está destinado únicamente a registrar a los refugiados que llegan. Hay de todo: turcos, sirios, iraquís, afganos, somalís, pakistanís, bangladesís y varias nacionalidades más. Todos, como Firas, han llegado cruzando el Evros.

Una doctora explica que la entrega de refugiados a agentes sin placa es habitual 

Él entró al campo a principios de diciembre. La familia siria con la que viajaba se marchó a los pocos días: él tuvo que quedarse porque era menor y iba solo. Pero Firas se desesperaba: no quería quedarse allí encerrado. Su hermano esperaba en Alemania.  Le dijeron que hiciera un test de mayoría de edad, que muchas veces fallan. Lo hizo y funcionó: el 17 de enero abandonó, solo, el campo de Fylakio. Lo hizo con todos los papeles de asilo en regla. Se fue a Orestiada, la mayor ciudad de la región.

Furgonetas y detenciones

Orestiada, 20.000 habitantes y al lado de la frontera con Turquía, es una ciudad de provincias griega, fea como cualquier otra: calles rectas y dispuestas en cuadrícula, edificios aburridos y absolutamente nada que hacer. Sus habitantes, por lo general, trabajan cultivando el campo. Los jóvenes, a la que pueden, huyen a Salónica o Atenas.

"Esta región es muy conservadora, muy castigada por la crisis y con muchísimo paroLa gente local no está en contra de la mano dura contra los refugiados, y eso que los que pasan por aquí nunca se quedan. Todos continúan hacia adelante", dice Ilias, concejal del ayuntamiento. Los locales, explica, quieren vivir tranquilos; pero todo el mundo sabe lo que está pasando.

"El gran problema es que, con estos grupos de encapuchados, todo son rumores. Es imposible confirmar nada porque actúan con total secretismo —lamenta Ilias—. Pero por Orestiada, a veces, circulan tres furgonetas sin matrícula, que son las que llevan a la gente que deporta ilegalmente a los refugiados".

Desagradable sorpresa

Tras salir del campo de refugiados, Firas llegó a Orestiada, compró un billete de autobús a Salónica y partió. Pero 15 minutos después, ya en la carretera, la policía paró el vehículo. Vieron que era refugiado. Lo hicieron bajar. Destruyeron sus papeles. Se lo llevaron a comisaría. Y, a partir de aquí, lo que ya sabemos. Fue, lo recuerda a la perfección, un viernes: hombres en pasamontañas, hambre, palizas, tuberías de hierro, la noche, una tormenta de copos de nieve como huevos de avestruz y el río. Turquía.

A Firas le sorprende que Europa permita el trato que se le da a los refugiados

Después, Firas fue detenido por la Gendarmería turca, que lo mandó a Estambul, donde, sin nadie —un hermano en Alemania; sus padres en Siria— estuvo tres días durmiendo en la calle. Tuvo algo de suerte: encontró, en una ciudad de 17 millones, dos refugiados sirios que le dieron un techo.

Ahora, Firas dice que todo lo que ha vivido es sorprendente. Sorprendente, dice, porque no se habría imaginado nunca que un país de la Unión Europea pudiese hacer algo así. Firas usa el adjetivo sorprendente; podría usar tantos otros.