LA VIDA EN TERRITORIO DE ISIS

Vivir en el siglo XXI con los principios de hace 1.300 años

Supuestos combatientes del EI disparan sus armas en enfrentamientos con tropas del régimen sirio en el sudeste de Raqqa, en una imagen difundida el 24 de agosto.

Supuestos combatientes del EI disparan sus armas en enfrentamientos con tropas del régimen sirio en el sudeste de Raqqa, en una imagen difundida el 24 de agosto. / periodico

Marc Marginedas

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"Es como aprender el cristianismo con el Ku Klux Klan". Esta fue la valoración de un rehén occidental tras una larga y tediosa sesión de 'da'wah' (invitación a la conversión) que tuvo lugar durante una fría noche siria de principios del 2014 en un chalet abandonado junto al río Éufrates, no lejos de la ciudad de Raqqa, el principal feudo entonces del autoproclamado Estado Islámico. Las charlas religiosas que regularmente dirigían los tres secuestradores británicos a la casi veintena de rehenes que mantenían cautivos desde hacía meses, la mayoría de ellos periodistas trabajadores humanitarios, tenían como objetivo que éstos acabaran abrazando el islam, creencia religiosa que, según aquellos enmascarados que hablaban inglés con acento londinense, era la la única fe digna de ser escuchada y proclamada.  

De aquellos interminables monólogos se deduce que el islam versión ISIS era y es una fórmula excluyente y supremacista de vivir y profesar la religión musulmana, basada en aplicar estrictamente, al pie de la letra, sin filtros o interpretaciones y de forma muy sesgada, unos contenidos y enseñanzas que vieron la luz en un contexto histórico y político muy diferente al actual, concretamente hace más de 1.300 años en la Península Arábiga. Y lo hacían desproveyendo a esta religión universal de varios de sus elementos centrales, en especial el que se conoce como 'rahmah', palabra árabe que en castellano viene a significar clemencia compasión y que es definido por el profeta Mahoma como el "amor y la amabilidad" que todas las criaturas se dispensan "las unas a las otras". 

Música, el "alcohol del alma"

Así las cosas, para las ultrarradicales huestes de Abú Bakr al Bagdadi, las normas lo eran todo, implicaban absolutamente a todos los aspectos de la vida diaria de una persona, desde la comida a la vestimenta, y su cumplimiento estricto era tan o más importante como las mismas plegarias que aseguraban pronunciar y elevar a Dios mejor que ningún otro creyente musulmán.

La música, considerada como "el alcohol del alma", estaba prohibida en territorio de ISIS y los únicos sonidos que se oían al otro lado de la puerta de los sótanos donde mantenían encerrados a sus cautivos eran llamadas a la oraciónplegarias, y canciones musulmanas 'a capella', sin ningún acompañamiento musical, conocidos en árabe como 'anashid'. La lista de deportes que sus miembros podían practicar era muy restrictiva y se limitaban a un par o tres, entre los que se encontraba disciplinas de tanta actualidad como el tiro con arco.

El 'hijab' (velo) era la prenda obligatoria que debían vestir las mujeres, pero en territorio de los extremistas de ISIS también se aplicaban estrictas reglas sobre la vestimenta de los hombres basadas en la tradición ('sunna'). Éstos tenían que cubrir con prendas holgadas el espacio comprendido entre el ombligo y las rodillas, en especial las partes íntimas, y su incumplimiento reiterado por parte de los rehenes occidentales generó innumerables reacciones negativas por parte de los guardianes durante el cautiverio. El vello facial también debía seguir los principios de la tradición, ya que según un 'hadith' (dicho atribuído a Mahoma) en una ocasión el profeta conminó en vida a los creyentes a "hacer lo contrario de los paganos" en este aspecto, es decir "a dejar sus barbas y a cortar los bigotes".

Instalar una cárcel

Una de las primeras medidas que las milicias ultrarradicales adoptaban en cuanto se hacían con el control de una ciudad o un territorio era instalar una cárcel, tarea que cumplían con gran efectividad, culminando en un puñado de días la ardua labor de instalar puertas metálicas, cerrojos o barrotes. Cualquier lugar valía, ya fuera un antiguo hospital, un edificio de oficinas o una mansión alejada de la ciudad. Pero la mayoría de los presos que pasaban por estas instalaciones no eran extranjeros, sino sirios. Y sus condiciones de internamiento mucho más duras que las de los cautivos oocidentales.

Encadenados en los pasillos y sin ninguna privacidad, los reclusos sirios eran golpeados recurrentemente, torturados sin compasión e interrogados acerca de sus simpatías políticas. Por lo que se podía deducir de estas conversaciones, en muchas ocasiones se trataba de activistas en favor de la democracia o miembros del Ejercito Sirio Libre, más que soldados gubernamentales o simpatizantes del régimen de Bashar el Asad.