EL DRAMA MIGRATORIO

La encrucijada africana

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Víctor Vargas Llamas

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Hubo una situación más dura para Malamine Soly que la de un viaje al filo de la navaja para alcanzar suelo europeo: la presión del entorno que sufrió al regresar a casa tras no haber logrado su objetivo. "Es mucho peor la sombra del fracaso porque te persigue para siempre, no te la quitas de encima. La travesía a Europa es a vida o muerte, un sufrimiento durísimo, pero tiene una duración limitada. Y pese al dramatismo del trayecto, la ilusión por alcanzar Europa es una anestesia que te ayuda a seguir adelante", dice este senegalés afincado en Barcelona desde hace 13 años. Él conoce el drama migratorio por partida doble, pues por dos veces se decidió a emprender el viaje a Europa, por tierra y por mar.

Corría el 2004 y el angustioso deambular por el Sáhara se interrumpió con la irrupción de la policía marroquí, que puso el final a la aventura, pero no a la pesadilla. "Fue un golpe tremendo para mí y para mi familia. Se sentían decepcionados conmigo, no tanto mis padres como otros parientes cercanos. Te hacían sentir excluido y te acusaban de ser un vago y un inútil", recuerda este joven de 34 años. Al principio, decidió dar una nueva oportunidad a su país, pero topó de bruces con la realidad: acorralado por la crueldad de parte de su entorno y frustrado por no poder cumplir sus sueños profesionales. "Quería ser ingeniero de carreteras, pero en mi país solo se pueden permitir estudiar una carrera quienes ganan mucho dinero", relata. Dos años después se sumó a una patera que, esta vez sí, alcanzó territorio canario justo cuando Malamine y sus compañeros de expedición ya se habían visto forzados a beber agua del mar y la sombra de la muerte les acechaba.

Oportunidades

Malamine emprendió ese segundo viaje porque no vio entonces las ocasiones en su país que hoy sí contempla desde la perspectiva que aportan la distancia y los años de experiencia. "Senegal tiene tantas oportunidades... Grandes reservas de petróleo, circón, oro… ¡Si hay  más de 50.000 franceses emprendedores instalados allí es porque ellos sí ven un potencial enorme!", argumenta. Propone fórmulas que a él le han funcionado, como destinar parte del dinero que envía a su familia a crear un comercio de comestibles que hoy es el principal sustento de su gente. O a constituir cooperativas que integren a cosechadores, artesanos y distribuidores para minimizar costes, eliminar intermediarios y optimizar su competitividad.

Se sirve de la formación que le ha convertido en jefe de equipo en el sector de la hostelería, su nueva pasión, para orientar a los jóvenes senegaleses sobre burocracia márketing. Y les muestra la hoja de ruta para prosperar sin necesidad de salir del país. Para vehicular esa ayuda ha montado la asociación Dunia Kato, que en mandingo significa perseverar. Ese es el mensaje que quiere trasladar a sus paisanos través del proyecto que le vincula con Proactiva Open Arms. "Queremos contactar con la gente a la que le va bien en Senegal, que cuenten su experiencia y sean el motor de nuevos proyectos que transformen el país”, dice.

Malamine incluso está grabando un documental para relatar la inhumana travesía migratoria y la auténtica vida en Europa, donde les aguardan escenas de racismo y las oportunidades demasiadas veces se reducen a arrastrar un carro cargado de chatarra. Con toda esa información, pretende contribuir a un movimiento de empoderamiento de la gente para que reivindiquen sus derechos. "Si quieres migrar, hazlo, pero reclama a las autoridades que debes ejercerlo en unas condiciones dignas. ¿Por qué los europeos pueden ir a Africa con absoluta comodidad por 40 euros y un inmigrante debe abonar 3.000 y jugarse la vida?", denuncia.

Él no se rinde y marca una meta con la que sueña para convencer y convencerse de que algo está cambiando en el proceso migratorio: "Espero poder decidir libremente dónde tener a mis hijos --asevera--, que no dude en función de donde vayan a tener más derechos. Y, sobre todo, que ellos nunca se avergüencen de haber nacido en África".