CRISIS EN VENEZUELA

Trapichito, el mercado de los sueños rotos

En esta feria de objetos usados de Caracas todo lo que se intercambia se reduce al comercio de la desesperación

Venta de ropa usada en el mercado de Trapichito.

Venta de ropa usada en el mercado de Trapichito. / periodico

Abel Gilbert

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En el mercado de Trapichito se habla la lengua del intercambio más simple. Vendedores y compradores desconocen la jerga financiera o bancaria. Son indiferentes a los ascensos estrepitosos del dólar. Desconocen las noticias sobre el oro que un banco inglés no quiere devolver a Caracas. En los puestos que bordean al parque se exhiben apenas objetos usados. A primera vista, podría pensarse que Trapichito no se distingue de otros rastros atiborrados de mercancías de segunda mano. Pero a medida que se lo recorre salta a la luz la diferencia: todo se reduce a las ofertas de la desesperación. Hombres y mujeres parecen vender lo último que les queda y sus clientes buscar aquello que solo pueden llevarse para resistir los efectos del descalabro. Es una demanda de lo mínimo: una calza, un vestido antiguo, una bujía, una botella de desinfectante casero, una tenaza, ruedas de sillas, zapatos de niño, un móvil del siglo XX, tornillos, un caño, una pelota de béisbol, un par de guantes, una ducha desvencijada, el repuesto de un automóvil...

"Con lo que vendo, nos intentamos apañar", dice Ninoska sobre la ropa que presenta colgada de un alambrado. Debió ser de ella o un familiar. Aunque está limpia, quizá todavía no se ha desprendido de los recuerdos del último usuario. Ninoska llegó a Trapichito empujada por  las necesidades. Está casada con un militar retirado. Llega a las seis de la mañana y se va ocho horas más tarde. Su expectativa es acotada. La ganancia, si así pudiera llamarse, debe servir para comprar un paquete de pasta. "Yo lo pago a 700 bolos [en referencia a los soberanos, la moneda oficial actual], pero mira, ahí, enfrente, ese señor pide 3.500; es un tremendo aprovechado". Un dólar equivale en la actualidad a unos 3.200 soberanos.

Trapichito pone en escena de un modo descarnado la crisis que el Gobierno reduce exclusivamente a la "guerra económica" que libra EEUU contra Venezuela.  ¿Quién puede querer un gorro de invierno en el Caribe? Nunca se sabe. ¿Y patines sobre hielo? Alguien, seguro. ¿Cables? ¿Un conejo de peluche? ¿Discos de los años 70? ¿Cuándo fueron sacados de un ático o un desván? ¿En qué momento abandonaron un baúl? En este barrio de Guarenas, la localidad que el chavismo bautizó como la "cuna de la revolución", nada se asocia con el coleccionista tradicional. Nadie hurga por afán de novedad ni busca una huella del pasado que, de otra manera, se perdería. Ni siquiera se trata de una feria de lo elemental. Es un bazar de lo posible y lo urgente.

De mano en mano

María limpia un colegio durante la semana. El domingo se instala en el mercado a liquidar lo que se pueda. "La gente ya no compra ropa nueva", dice. Las prendas usadas van pasando de mano en mano hasta convertirse en trapos. Es justo en ese momento cuando salen de circulación. Mientras no ocurra, María, madre de tres hijos, las subasta. Y tiene también en oferta partes de una bicicleta y películas apiladas. Una se llama Un sueño posible. María, en cambio, dice que se le gastaron los sueños.

Ramón Gómez de la Serna pensaba que los hombres y mujeres estaban ligados de manera inextricable a los objetos. "Las cosas nos salvan. Son como nosotros; quieren decirnos algo, pero no pueden", dijo. Salvo en Trapichito. Los trastos y la ropa usada de tanto uso son comentarios inequívocos sobre la realidad. En el parque que linda con el mercado funciona una casa de los ancianos. Los pensionados van a jugar al dominó. "La revolución también lleva aroma de adulto mayor", reza una consigna que se acompaña con una imagen de Hugo Chávez abrazando a un abuelo. Pero hasta la memoria de los días de bonanza bolivariana parece estar a la venta en Trapichito porque no encuentra repuesto en el presente.