RELACIONES FRANCO-ALEMANAS

Crónica de un eje desequilibrado

Forjada para abandonar siglos de enemistad, la alianza entre Alemania y Francia se torció con la fundación de la UE en beneficio de los intereses nacionales de Berlín

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Carles Planas Bou

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El 22 de enero de 1963 Francia y Alemania Occidental encajaron la mano en un pacto que ponía punto final a siglos de hostilidad. Reunidos en París, el presidente Charles de Gaulle y el canciller Konrad Adenauer, dos hombres forjados en los períodos más oscuros de Europa, aceptaron establecer una mayor cooperación a ambos lados del Rin, sentando las bases de lo que se conoce como el eje franco-alemán.

En el constante juego de equilibrios que durante siglos marcó el viejo continente, la Francia ilustrada consiguió alzarse como el país más influyente. Debilitada por su fragmentación, no fue hasta la unificación en una Alemania imperial comandada por Otto von Bismarck que eso se quebró, relanzando el temor francés ya expresado por Richelieu en el siglo XVII de que esa nueva potencia pudiese dominar Europa. Tras el baño de sangre contemporáneo de las dos grandes guerras, llegó la alianza.

Obsesionado con el fantasma de los años 30, François Mitterrand se opuso en un principio a la reunificación de Alemania pero más tarde logró el apoyo de los otros miembros de la Comunidad Europea para impulsarla. A cambio, Helmut Kohl aceptó la creación del euro, una opción que, como reconoció más adelante, “no era un interés nacional alemán”. Ese quid pro quo entre franceses y alemanes permitió la eclosión de la Unión Europea (UE) y de uno de sus mayores lastres: una unión monetaria sin unión política.

Con ese gesto, París creía asegurarse el timón de la nave comunitaria, pero la solidaridad paneuropea de Kohl no perduró. Mientras Francia era golpeada por el tsunami financiero y la posterior recesión, la Alemania de Gerhard Schröder, primero, y Angela Merkel, después, esquivaron la tormenta y navegaron en base a su interés nacional. Así, 27 años después de la firma del tratado de Maastricht, la UE tiene un fuerte acento alemán.

El eje que marcó el club comunitario en sus años fundacionales se ha diluido. Tras la reunificación, “Europa ya no era la solución al handicap heredado del desastre nazi, sino el primer espacio sobre el que proyectar su soberanía dominadora”, apuntó el analista Rafael PochRecortando los derechos de sus trabajadores, Alemania se recuperó como potencia económica e impuso su vía nacional exportadora.

Denunciado por Macron como expresión de un abuso dominante, el superávit alemán surgido de esa estrategia se destinó a recortar su deuda y se invirtió como préstamos con intereses a los países del sur, duplicando así los beneficios a costa de sus socios europeos.

Europa alemana

Lo que algunos como Jacques Chirac percibieron como un “grupo pionero” de tu a tu es, para los críticos, una brecha que desangra la moneda única desde su creación. Alemania es un Estado federal versado en una interpretación rígida de los tratados, en un mercado más desregulado y en su oposición a la deuda. Francia es un país centralizado, más flexible, partidario de la intervención pública en la economía y abierta a asumir déficits para prestar ayudas sociales.

Esas diferencias filosóficas entre sus dos grandes potencias han condicionado el desarrollo de la UE. De Sarkozy a Macron, los presidentes franceses han intentado impulsar su cosmovisión pero, tras convertir el club comunitario en un terreno de juego prusiano, Merkel ha reiterado que, cuando se trata de modificar su poder económico, Berlín “no cambiará ninguna de sus políticas”. Así, la ambiciosa propuesta macronista para refundar la Eurozona se antoja como quimérica.

Aunque las tesis alemanas se han impuesto, el proyecto comunitario parece deambular dando tumbos sin que nadie asuma el liderazgo, una falta de responsabilidad que el historiador británico Timothy Garton Ash resumió con elocuencia: “Los franceses quieren, pero no pueden; los alemanes pueden, pero no quieren”.