SECUELAS DE LA GUERRA

Volver a Siria antes de tiempo

Un autobús con sirios que regresan a su país de origen.

Un autobús con sirios que regresan a su país de origen. / periodico

Adrià Rocha Cutiller

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Alí dice que no lo sabe pero que le gustaría saberlo, que desconoce si su casa en Alepo, donde vivió hasta los 14 años, sigue en pie. Es posible que no, dice, y que por eso, para descubrirlo, vuelve a su ciudad natal, de donde huyó hace cinco años camino a Turquía.

Alí tiene ahora 19 años y luce una barba negra y tupida. Habla casi en monosílabos y se le ve nervioso al extremo: hoy vuelve a Siria.

«En Turquía he estado trabajando de pintor. No he podido ir a la escuela pero he estado muy contento aquí. Le doy gracias a nuestro padre Tayyip (Erdogan, el presidente turco). Nos ha ayudado mucho. Si mi casa está destruída no sé que haré. Ya lo veré. Pero la vida siempre es mejor en el país de uno que en el extranjero», dice Alí, al que cuesta sonsacarle una frase con sujeto, verbo y predicado. Está más pendiente de otra cosa: del autobús que, unos pocos metros más allá, espera con las puertas aún cerradas.

En unos minutos se abrirán. Un trabajador del ayuntamiento leerá la lista. Dirán su nombre. «Alí»: volverá a casa.

Antes que él, según el Gobierno turco, lo han hecho ya unos 295.000 sirios que se refugiaron en Turquía, el país del mundo que acoge más refugiados del mundo: tres millones. Las encuestas lo dicen y todos los partidos turcos lo reclamaron en las elecciones del pasado junio: Turquía quiere que los refugiados sirios vuelvan a sus casas.

La mayoría de los que han vuelto hasta la fecha lo han hecho a las regiones que el Ejército turco —con el opositor Ejército Libre Sirio (ELS)— controla en el norte de Siria: Afrín, Azaz y Jarabulus. Han ido allí aunque, originalmente, fuesen de otros lugares: «La estrategia de Erdogan —considera Nicholas A. Heras, especialista en el conflicto sirio— recuerda al pasado otomano, cuando la corte del sultán mandaba a sus grupos étnicos más fieles a zonas estratégicas del imperio por razones de seguridad nacional».

Pero con los combates menguando en las demás zonas de Siria, muchos otros quieren volver a sus vidas pasadas: dejar la guerra atrás y volver, al fin, a casa. A la suya; no a la de otros.

Traspasar el frente

Traspasar el frenteHoy, dos autobuses se marchan de Estambul cargados con unas 60 personas. Los vehículos les dejarán en Azaz. A partir de ahí, cada uno decide su camino: algunos de los que se van se quedarán en las regiones sirias bajo control turco; otros, seguirán su camino, cruzando frentes entre todas las facciones y siglas de guerra imaginables. Siria, en los mapas, está completamente dividida por líneas marcadas a bolígrafo oscuro. Pero sobre el terreno la tinta es difusa.

«Nuestra idea es ir a Manbij, pero aún no sabemos cómo lo haremos. Si no podemos, nos quedaremos en Azaz o Jarabulus», dice Hanna, que viaja solo. Hanna, explica, nació y creció en Manbij, una ciudad del norte de Siria que, en la actualidad, está bajo control de las milicias kurdosirias, las YPG.

En la mayoría del país, la guerra ha quedado atrás; no en Manbij —como en muchas otras zonas del norte sirio—, donde Turquía lleva meses amenazando con atacar con todo si las YPG no abandonan la ciudad. «Si Dios quiere todo irá bien. Espero que no pase nada malo. Tengo esperanza», dice el joven, que con la cara muestra que no se lo cree mucho y que tampoco quiere entrar en especificidades.

Empezar de cero

Empezar de ceroLa hora de marchar se acerca y los nervios afloran. Ante los autobuses, que empiezan a llenarse, hay un remolino de gente. Algunos suben las escaleras; otros, desde fuera, lloran espiando a través de los cristales. Varias familias se separan en ese momento: el primero en viajar es siempre el hombre.

Más tarde, si todo va bien, volverán los demás. Pero el riesgo de hacer esto es grande, porque Turquía, una vez han cruzado la frontera, les prohibe la vuelta a los refugiados que se han ido durante los siguientes cinco años. La idea es que no tengan la opción de cambiar de opinión.

Aunque algunos hace tiempo que no la tienen: «Turquía nos ha tratado muy bien, pero no podemos aguantar más aquí», dice Mehdi, que entra en el autobús con su mujer y sus dos niños. Mehdi llegó a Turquía con su esposa hace tres años. Sus hijos nacieron aquí.

Ahora se van todos: «La crisis nos ha afectado mucho. Todo se ha vuelto muy caro, y ya no podemos pagar ni el alquiler ni la comida», dice Mehdi, que explica que, hasta la semana pasada, trabajaba en una fábrica de detergentes donde cobraba 1.800 liras al mes —menos que el salario mínimo turco—. Unos 290 euros.

Los abrazos y los discursos institucionales ya están hechos; los vehículos, cargados. Un niño grita e intenta evitar a la desesperada que su hermano mayor, dentro del autobús, lo abandone para lo que le parece que será para siempre. En el interior, poca gente habla y menos ríe; solo se oyen algunos bebés llorando. Los pocos niños que juegan y corretean lo hacen porque son demasiado pequeños para entender. La atmósfera se mastica densa.

Las puertas se cierran y los conductores revientan los cláxones. El niño que quería evitar la partida de su hermano busca zafarse de su abuelo para correr detrás de los autobuses. No lo consigue. 14 horas después estarán en Siria.