CONTENCIOSO HISTÓRICO

China amenaza con la fuerza en la reunificación con Taiwán

Taipei desoye las llamadas de unión desde Pekín y rechaza la fórmula de "un país, dos sistemas"

Hora punta de la mañana en Taipei, Taiwán.

Hora punta de la mañana en Taipei, Taiwán. / periodico

Adrián Foncillas

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China y Taiwán subrayaron sus visiones divergentes sobre el futuro: reunificación preferiblemente pacífica pero sin descartar la fuerza para una, exigencia de negociaciones bilaterales y rechazo a la fórmula de “un país, dos sistemas” para otra. Las diferencias, expuestas desde los altavoces presidenciales, aventuran un año árido en el Estrecho de Formosa.

Xi Jinping, líder chino, ha repetido que no existen razones para que los taiwaneses teman un futuro bajo la órbita pequinesa y ha dibujado un horizonte esplendoroso. "Después de la reunificación pacífica, Taiwán tendrá una paz duradera y sus gentes disfrutarán de vidas prósperas. Con el apoyo de la patria, los compatriotas taiwaneses tendrán un mayor bienestar y el espacio para su desarrollo será incluso más amplio”, ha prometido Xi el miércoles en el Gran Palacio del Pueblo.

Pekín ha ofrecido diálogo a cualquiera partido de Taiwán para aligerar los trámites, pero siempre que acepte el principio de una sola China. "La declaración de independencia sólo llevará un profundo desastre a Taiwán”, ha alertado el presidente, quien ha advertido de que Pekín “no renunciará al uso de la fuera y se reserva la opción de tomar cualquier medida posible”. También ha repetido que Taiwán es un asunto interno y no aceptará ninguna interferencia externa, en una referencia poco sutil a los últimos coqueteos estadounidenses con la isla.

Modelo de Hong Kong

La respuesta ha llegado desde Taipei apenas unas horas después. La presidenta Tsai Ing-wen ha aclarado que está dispuesta a negociar con Pekín pero siempre en condiciones de igualdad y bajo la autorización del pueblo taiwanés. También ha pedido a Pekín que resuelva las diferencias con métodos pacíficos y rechazado aquella fórmula de “un país dos sistemas” que el arquitecto de las reformas, Deng Xiaoping, diseñó para Hong Kong tras su regreso a la madre patria. Esa fórmula, que permite a la excolonia británica conservar su independencia judicial y derechos inexistentes en la China continental, se ha devaluado en los últimos años por la creciente influencia de Pekín. No extraña que Taipei la mire con aprensión.

Las referencias a los misiles apuntándose a ambas orillas han salpicado los diálogos más fragorosos durante décadas. Hoy a Pekín le basta la economía y la diplomacia para estrangular a la isla rebelde. Las tres cuartas partes del PIB taiwanés depende de las exportaciones y el 40% acaban en China.

Proceso estancado

La postura china no es nueva pero la insistencia de Xi revela su impaciencia por el estancamiento del proceso. La guerra comercial con Estados Unidos ha frenado la economía y el líder plenipotenciario necesita algún éxito internacional para ofrecer a su pueblo.

La coyuntura es adversa: en Taipei gobierna desde 2016 el Partido Democrático Progresista (PDP), partidario de mantener las distancias con Pekín. Tsai no pertenece al ala radical que en el pasado dedicaba todos sus esfuerzos a irritar a China pero está muy alejada de las inclinaciones propequinesas del partido Kuomintang. La presidenta se desvinculó del llamado consenso de 1992 que sienta el principio de una sola China y cuyo enunciado permite la interpretación opuesta a ambas orillas del estrecho de Formosa. También pretende el acercamiento “de Estado a Estado” y enfatiza la identidad taiwanesa con más brío del que Pekín puede digerir.

Los vínculos se han deteriorado en los últimos años y China ha incrementado las maniobras militares en las aguas que rodean la isla y la presión diplomática para arrebatarle a los pocos países que siguen fieles a Taipei. Cinco gobiernos han formalizado el trasvase hacia China desde que Tsai alcanzó la presidencia y sólo 17 naciones de peso pluma se resisten a Pekín, atareada en borrar la presencia taiwanesa del mundo.

Trump golpea

El PDP y la guerra comercial con Washington confabulan contra las urgencias chinas. Donald Trump, presidente estadounidense, se ha esforzado en pisar todos los callos chinos desde que ambas potencias se enfrascaron en la escalada arancelaria. Y no hay mayor ofensa para Pekín que los atentados contra su integridad territorial. Trump rompió todos los códigos al atender la llamada de felicitación de Tsai por su victoria electoral y, tras unos meses de contención, ha vuelto a golpear a Pekín en su flanco taiwanés. Recientemente firmó con Taipei un contrato de venta de armas por 330 millones de dólares.

La operación no era relevante si atendemos a que sólo comprendía piezas de repuesto pero no añadía ningún nuevo aparato a la flota isleña. No fue comparable, por ejemplo, a la primera operación de Trump en la Casa Blanca, que incluyó misiles y torpedos por 1.400 millones de dólares. Pero bastan dos puntos para fijar una trayectoria y la última venta demostró sus intenciones. George W. Bush y Barack Obama habían reducido los contratos de armas a Taiwán para no soliviantar a Pekín.

El hundimiento del partido de Tsai en las recientes elecciones locales permite cierto optimismo en Pekín sobre un inminente relevo en Taipei. Pero pocos expertos vaticinan un final próximo a la guerra comercial que se extiende a todos los ámbitos, Taiwán incluido.