100.000 'esclavos' para la agricultura italiana

Inmigrantes hacen cola en el puerto italiano de Augusta.

Inmigrantes hacen cola en el puerto italiano de Augusta. / periodico

Rossend Domènech

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A primera vista es un avión confeccionado con una cuartilla de papel, como aquellos con los que juegan los niños. Desde este lado de la alambrada lo lanzan hacia dentro, donde están los braceros, curvados sobre las alcachoferas, coliflores, tomateras o naranjos.

El avión cae entre las matas, el bracero sorprendido lo recoge y, si conoce el italiano, puede leer el mensaje escrito en su interior: "Os damos vestidos y mantas". Debajo hay otras dos frases, en rumano y en árabe, como si fueran la traducción de la primera, pero dicen otra cosa: "Os ofrecemos también asistencia legal".

La anécdota retrata lo que muchos no quieren ver. En este caso, los avioncitos vuelan en Calabria, la región italiana del sureste, dominada por la ‘Ndrangheta, políticos con frecuencia corruptos y extrañas logias másonicas en las que mafiosos, polis, políticos y agentes infiltrados celebran sus ritos conjuntamente. Condicionando la vida de una región entera, contratas públicas, política, obispos y prensa local incluidos.

El juego del avión lo realizan jóvenes voluntarios de la Caritas italianaCaritas italiana y del sindicato también italiano de la CGIL, equivalente a CCOO, que acaban de publicar dos informes sobre "los esclavos del tercer milenio". 'Vidas de bajo coste', lo titula Cáritas. Se trata de 100.000 personas, de 47 nacionalidades distintas.

El 71% no consta en ningún registro civil, el 70% trabaja sin contrato, el promedio tiene 34 años, el 87% son varones, el 17% procede de Rumania y Bulgaria y el 85% ha seguido solo la escuela primaria. La dinámica de sus vidas los convierten en 'propiedad' de los dueños de los campos, incluido el 13% de mujeres que componen el colectivo, que además de recolectar cítricos, tienen que ofrecer otras prestaciones.

La agricultura italiana no sería lo que es, si no fuera por esas 100.000 personas que trabajan en campos vallados e invernaderos cerrados y viven acampados en barracas de deshechos metálicos o en las estaciones de trengarajes y caseríos abandonados, calentándose quemando cartones, comiendo pan seco, pagando entre 200 y 500 euros de peaje para poder empezar a trabajar a dos euros por hora, añadiendo el 10% de la paga para ser transportados a los campos y 120 euros para el alquiler de unas barracas sin lavabos. Proceden principalmente de África, pero también de Rumania y Bulgaria.

15 horas de trabajo obligatorias

Viven en el silencio y el miedo. Si se rebelan a las 10 o 15 horas de trabajo obligatorias, son echados. Si acuden a un sindicato, también. Mucho más si se acercan a un abogado. De ahí la frase de los avioncitos, incomprensible para el dueño de los terrenos: "ofrecemos asistencia legal".

El pasado junio mataron a balazos a Soumaila Sacko, que en la llanura de Gioia Tauro se batía por los derechos de los 'invisibles'. Otros negros como él trabajan entre los esclavos por cuenta de los sindicatos. Al indio Singh, de 38 años le abandonaron moribundo en la estación de Foggia, al regreso de los campos. La lista sería larga. Solo una tercera parte tiene un contrato de trabajo, pero su DNI lo guarda el patrón. La mayoría fueron expulsados de los centros de acogida, o cuentan con permisos de residencia caducados o esperan que se les reconozca el derecho a ser considerados como refugiados. "Invisibles", los califican los informes citados.

Son contratados a dedo por capataces italianos, aunque a veces marroquís -los braceros más antiguos y por eso de confianza-, que llegan a los campamentos  y deciden la suerte de cada uno de los 100.000 'invisibles'. El sociólogo Marco Omizzolo, responsable científico de la coperativa In Migrazione, viajó en las furgonetas de los braceros y curvó su espalda como uno más, para estudiar como funciona aquel sistema laboral.

A plena luz del día

Todo sucede a la luz del sol y a la vista de todos, afirma el ministro de Agricultura, Gian Marco Centinaio, lamentando que las leyes que podrían impedirlo ya existen -"solo deben ser aplicadas"-. El fenómeno afecta principalmente a las regiones del sur de Italia, pero ya se ha ampliado hasta las provincias de rico norte. Dice el ministro: "Todos en Latina (al sur de Roma) saben dónde van de madrugada los indios en bicicleta o de qué campos vuelven por la noche los braceros a bordo de furgonetas en la campiña de Foggia (en el sureste), lo saben todos, lo ven todos, la población, la policía, los políticos".

Según el Observatorio Placido Rizzotto de la Flai CGIL, propiciador de uno de los informes citados, en toda Italia hay 430.000 víctimas de la explotación laboral, 130.000 de las cuales en el sector de la agricultura. "Viven en condiciones cercanas a la esclavitud, al servicio de algunos, que a veces son mafiosos", explica el experto. Pero no todos ni siempre: "Con ellos gana también un sistema productivo que no es necesariamente mafioso y también una parte de la política que con la retórica del ‘emigrante igual a descarrilado’ criminaliza el bracero extranjero y le obliga a permanecer en la condicion de esclavo en la que está".

"En el súper pedimos cada vez mayor calidad a un coste cada vez más bajo, lo que comporta un sistema de producción que rebaja los derechos y salarios, mientras aumenta las horas en los invernaderos, por lo que para pagar 90 céntimos por una lata en el súper, alguien emplea esclavos",  añade el sociólogo

Cerco a los capataces

En 2011, el camerunés Yvan Sagnet organizó la primera huelga de braceros extranjeros de Italia. Sucedió en la región de Apulia, al sureste peninsular y, por primera vez, la opinión pública descubrió a los invisibles y surgió la ley que equiparaba los capataces a los mafiosos. En 2016 fueron los indios quienes plegaron los brazos y la ley contra los capataces se volvió más estricta. El pasado verano, tras la muerte de 16 braceros en accidentes de tráfico, a la nueva huelga se sumaron los italianos.

Menos Alessandro, veterano y brillante reportero, que en una Calabria omertosa era una leyenda, porque escribía y hablaba claro. Demasiado. En su diario personal, donde anotaba lo que ya no podía publicar, ha dejado escrito: "El otro día un joven periodista  me ha entregado un reportaje de Goia Tauro, donde hay el gueto de inmigrados (...), un artículo bellísimo con el que hemos abierto el diario, porque estábamos indignados y hemos escrito también un comentario incendiario contra los políticos que saben y no mueven un dedo, pero luego, repensándolo bien me he dicho: el colega que ha trabajado como un loco, entrando en el gueto y corriendo el riesgo de recibir una lluvia de palos, que ha convencido a unos cuantos inmigrados a denunciar la explotación, dándonos un artículo de primera página, este colega, pagado a cuatro céntimos la línea, ¿no es también él un esclavo o quizás más todavía?". Alessandro acaba de dispararse un tiro a la cabeza.