EL INCIDENTE DE CHICHI JIMA

El día en que Bush padre se salvó de los caníbales japoneses

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bush-padre / COLUMNA 2

Toni Sust

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La fama se la llevó Iwo Jima, una de las islas Ogasawara, situadas en aguas japonesas del Oceáno Pacífico, a 1.000 kilómetros de Tokio. Quedó asociada a la batalla del mismo nombre y a la icónica imagen de los soldados estadounidenses levantando la bandera tras tomar el pequeño territorio durante la Segunda Guerra Mundial. Pero a unos 250 kilómetros al norte, la isla Chichi Jima registró episodios notables que afectaron, entre otros, a George Herbert Walker Bush, que entonces tenía 20 años. El que después se convertiría en el 41º presidente estadounidense se salvó por los pelos de ser capturado, asesinado y, probablemente, devorado por las tropas japonesas que regían en la isla. Porque a algunos de sus compañeros se los comieron parcialmente.

Los oficiales que mandaban en Chichi Jima destacaron por su brutalidad. No solo por maltratar a sus prisioneros. También por comerse su hígado. Acabado el conflicto, cinco militares japoneses,  con el general Yoshio Tachibana, el máximo mando en la isla, al frente, fueron condenados por crímenes de guerra y ahorcados. El incidente que sufrieron los compañeros de Busch llevó a algunos a denunciar que el ejército japonés tomó como práctica habitual la de alimentarse de la carne de algunos de sus prisioneros, no por necesidad, sino como una especie de humillación.

El derribo

A diferencia de Iwo Jima, la orografía de Chichi Jima impedía una invasión terrestre. Para debilitar la resistencia de los japoneses, se decidió bombardearla antes de atacar Iwo Jima, que sí era apta para un desembarco. Con tal fin, el 2 de septiembre de 1944 se enviaron bombarderos desde el portaviones USS San Jacinto, uno de ellos, pilotado por Bush. La historia, que dio pie incluso a un libro, Flyboys: A True Story of Courage, de James Bradley, es relatada con detalle por la web Columna 2. Las defensas antiaéreas japoneses resultaron efectivas y derribaron a todos los aparatos. Un total de nueve pilotos y tripulantes sobrevivieron tirándose en paracaídas. En el avión que pilotaba el después presidente iban tres hombres y solo se salvó él: un tripulante murió por los disparos y al otro no se le abrió el paracaídas.

Como los supervivientes cayeron relativamente cerca de la isla, los japoneses enviaron lanchas para capturarlos. Lo lograron en ocho de los casos, mientras cazas estadounidenses que escoltaban a los bombarderos caídos disparaban para intentar disuadirlos. Solo Bush puedo eludir al enemigo e incluso queda una foto en la que, con dificultad, se puede ver cómo fue rescatado por el submarino USS Finback.

A los que cayeron en manos de los japoneses les esperaba un destino cruel. Según testigos presenciales que explicaron los hechos cuando fueron juzgados, que cita Columna 2, el primero de los compañeros de Bush en morir fue el radioperador Marve Mershon, decapitado con una katana. Fue el que tuvo el mejor final. El resto murió a bayonetazos o directamente a golpes. Al día siguiente de la decapitación de Mershon, un cirujano del ejército imperial extrajo el hígado y carne de las nalgas de otro de los estadounidenses, ya muerto (aunque se dice que en otros casos se llegó a practicar la operación en soldados vivos). Según esta versión, los japoneses también se comieron el hígado de Floyd Hall, Jimmy Dye Warren y Earl Vaughn.

Bush volvió a servir al USS San Jacinto antes de ser destinado a Norkolk, donde se dedicó a formar a nuevos pilotos hasta el final de la guerra.