La CIA sostiene que Bin Salman estuvo en contacto permanente con los asesinos de Khashoggi

El príncipe heredero envió hasta 11 mensajes al jefe de la operación que acabó con el periodista

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Ricardo Mir de Francia

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El príncipe heredero de Arabia Saudí, Mohammed Bin Salman, envío hasta 11 mensajes al jefe del escuadrón que acabó con la vida del periodista Jamal Khashoggi en las horas previas y posteriores a su asesinato en Estambul, según un informe clasificado de la CIA al que ha tenido acceso ‘The Wall Street Journal’. El informe de la inteligencia estadounidense deja pocas dudas sobre la responsabilidad en el crimen del hombre que gobierna de facto el país con las mayores reservas de petróleo del mundo. Si bien la CIA dice no tener pruebas directas de que Bin Salman ordenara el asesinato, ha concluido con “una confianza entre media y alta” que Bin Salman “puso a Khashoggi en la diana” y “probablemente ordenó su muerte”.

El periodista fue brutalmente descuartizado en el consulado saudí de Estambul el pasado 2 de octubre cuando acudió a solicitar unos papeles para casarse con su prometida turca. Crítico con el régimen y las políticas del príncipe heredero, Khashoggi vivía exiliado en Virginia y colaboraba con ‘The Washington Post’ cuando entró en aquel consulado para no salir nunca más con vida. En Estados Unidos su asesinato ha despertado una oleada de indignación, pero ni siquiera las conclusiones de la CIA han bastado para que el presidente Donald Trump tomara medidas serias castigar al régimen de Riad.

Hace solo unos días, Trump dejó claro que la relación económica y geoestratégica con Arabia Saudí le importa mucho más que el desprecio del régimen hacia los derechos humanos o los crímenes de guerra de sus militares en Yemen. “Quizás lo hizo, quizás no lo hizo”, dijo el presidente refiriéndose a la responsabilidad de Bin Salman en el asesinato de Khashoggi.

La información de la CIA se basa en mensajes electrónicos interceptados. Los mensajes fueron enviados por Bin Salman a Saud al-Qahtani, uno de sus asesores más cercanos y el hombre que habría supervisado al grupo de 15 operativos que viajaron hasta Turquía para ajustar cuentas con Khasshogi. Desde que el heredero ascendió en el escalafón con la vitola de reformista ha encarcelado a decenas de disidentes y potenciales rivales en la jerarquía saudí, una purga en toda regla que se ha llevado por delante a empresarios, príncipes y altos cargos del régimen.

Al Qathani fue uno de los brazos ejecutores de la purga. También en el caso de Khashoggi. Durante la operación, estuvo en permanente contacto con el jefe del escuadrón enviado hasta Estambul, según el espionaje estadounidense. Y paralelamente se comunicaba con Bin Salman. La idea inicial habría sido, sin embargo, otra. Consistía en lograr que el periodista regresara a Arabia Saudí, pero ya en 2017 el príncipe heredero abrió la puerta a una alternativa en caso de que la misión fracasara. “Podríamos atraerlo fuera de Arabia Saudí y allí arreglarlo”, dijo Bin Salman según el informe de la CIA.

Tras los desmentidos iniciales, Riad acabó reconociendo que fueron agentes saudís los que mataron brutalmente a Khashoggi, aunque sostiene que actuaron por su cuenta y sin conocimiento del príncipe heredero. La fiscalía del reino ha arrestado a 11 de ellos y ha pedido la pena de muerte para cinco. También el Tesoro de EE UU ha impuesto sanciones contra 17 saudís involucrados en el asesinato, pero la medida, más cosmética que ejemplarizante, no ha contentado a casi nadie en el país. La inteligencia está furiosa, al ver una vez más como Trump desestima sus conclusiones, como ya hizo en el caso de la injerencia rusa en las elecciones.

Y entre los republicanos del Congreso, muchos reclaman una respuesta acorde con los principios que EE UU defiende, aunque sea sobre el papel, alrededor del mundo. Hace solo unos días el Senado dio un primer paso para considerar una resolución para retirar el apoyo estadounidense a Arabia Saudí en la devastadora guerra que lidera en Yemen. Cuesta pensar que acabará materializándose, pero por el momento ha servido para demostrar la frustración del Congreso respecto a la postura de la Casa Blanca.