INVESTIGACIÓN EN MARCHA

El gran misterio de los restos humanos de la Nunciatura

El hallazgo reabre el caso por resolver de la desaparición de dos chicas a principios de los 80

embajada del vaticano en roma

embajada del vaticano en roma / periodico

Rossend Domènech

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El esqueleto de una probable adolescente y otros huesos hallados debajo del pavimento de un edificio en Roma ha resucitado lo que en los años 80 fue un intríngulis internacional de aúpa, con verdades, mentiras y falsas pistas. Dan Brown se quedó corto. Los esqueletos –esta semana tal vez se sepa si los huesos pertenecen a una o más personas— han sido descubiertos en lo que fue la vivienda del portero de la Nunciatura o embajada de la Santa Sede ante Italia. Una villa regalada al papa Juan XXIII.

Después de una sonora bronca del portero de la nunciatura a su esposa, esta desapareció. Eran las misma semanas de 1983 en las que también desaparecieron Emanuela Orlandi, de 15 años, y Mirella Gregori, de la misma edad. Entre ellas no se conocían. La segunda era hija del propietario de un bar; la primera, de un funcionario del Vaticano. El interés policial, judicial y mediático apunta Orlandi, porque su desaparición  fue investigada como posible chantaje al Vaticano ¿De quién y con qué objetivo?

Falta de rigor

En estos 35 años, dos investigaciones judiciales sobre el caso fueron cerradas (en 1997 y 2016) por falta de pruebas. Pero el hallazgo de los esqueletos el pasado viernes ha reabierto un nuevo sumario por homicidio. Aunque nadie ha explicado por qué, antes aún de realizar cualquier análisis forense, desde los primeros minutos se asoció el esqueleto con el nombre de Emanuela Orlandi. “Antes de escribir títulos y sacar conclusiones, hay que conocer el sexo de la persona y la edad de los huesos”, criticó Greg Burke, director de la sala de prensa del Vaticano. Petición que cayó en saco roto porque todo lo demás resultaba más morboso.

Se trata de un  “todo” que sucedió entre 1981 y 1984. El 13 de mayo de 1981 el turco Mehmet Ali Agca disparó contra Juan Pablo II. Fue arrestado el búlgaro Sergei Antonov, jefe de la Balcan Airlines en el aeropuerto de Fiumicino, presunto jefe de los servicios secretos de su país, que supuestamente había hecho el trabajo sucio por cuenta del KGB soviético. La “pista” tenía su lógica: El Papa polaco estaba desestabilizando Polonia.

Gobierno paralelo

Cinco días después, los magistrados de Milán descubrieron la lista de los miembros de la logia masónica “tapada”, Propaganda 2 (P2), verdadero gobierno paralelo y oculto al elegido democráticamente. En ella estaban inscritos, además de mafiosos y agentes secretos, varios cardenales, que Juan Pablo I quería echar del Vaticano, pero murió inesperadamente al cabo de 30 días de ser elegido (1978).

Al año siguiente (1982), el cadáver de Roberto Calvi, apodado también “el banquero de Dios”, apareció colgado debajo del puente Frailes Negros del Támesis, en Londres. En el mismo periodo, la magistratura italiana divulgó una orden de arresto contra el arzobispo Paul Casimir Marcinkus, presidente de Instituto para las Obras de Religión (IOR), vulgamente conocido como el banco del Papa. El mismo año Argentina intentó apoderarse de las islas Malvinas, colonia británica, y declaró la guerra a Londres.

Pago de 400 millones de dólares

En 1984, el Vaticano pagó, en Ginebra, 400 millones de dólares a los acreedores del Banco Ambrosiano, dirigido por Calvi, a pesar de que Juan Pablo II se oponía. Dicho instituto, cuyo estatuto prohibía poseer más del 5% de las acciones, había sido “escalado” (15%) por Calvi con la ayuda de arzobispo Marcinkus (IOR) con presunto dinero de la Mafia que, al no recibirlo de vuelta, mató supuestamente a Calvi y comprometió a  Marcinkus. Juan Pablo II le exiló.

El turco Agca fue sacado de la cárcel para un interrogatorio y se le permitió declarar en público que sabía donde estaba Emanuela, pero a cambio pedía su libertad. Se escribió que la escenificación era obra del SISDE, el contraespionaje italiano.

En aquellos años el IOR empezó a actuar como trámite para financiar a Solidaridad, primer sindicato polaco libre en la URSS, con probable dinero de EEUU. En aquel período el jefe de la CIA fue recibido varias veces por Juan Pablo II en su despacho para ilustrarle la “inminente invasión” de Polonia de parte de Moscú.

Devolución anónima

En este marco, Emanuela Orlandi desapareció el 22 de junio de 1983 al salir de una clase de música. Tocaba la flauta, un instrumento que tiempo después sería devuelto anónimamente a la familia. Aquel día un señor vestido de clérigo, llamado Renatino De Pedis, jefe de la Banda de la Magliana, esperaba dentro de un vehículo para “acompañarla” a su casa dentro del Vaticano, donde nunca llegó.

“Detrás de esta historia hay una verdad tan pesada e incómoda que se tiende a no dejarla aflorar”, diría años después Pietro, hermano de Emanuela. “Emanuela está muerta”, dijo también Giancarlo Capaldo, el magistrado que llevó el primer sumario. “Está en el cielo”, respondió el papa Francisco a Pietro, el hermano. “Es un delito con trasfondo sexual”, añadiría Gabriele Amorth, jefe mundial de los exorcistas, revelando que existía un reclutador de chicas adolescentes para un grupo de pederastas, con “gendarme vaticano implicado y también una embajada ante la Santa Sede”.

La advertencia de la hermana

La escuela de música formaba parte del complejo de Sant’Apollinare, al lado de Piazza Navona, en pleno centro de Roma. La hermana Dolores, que la dirigía, avisaba siempre a las chicas de que se mantuvieran alejadas del rector, Pietro Vergari. Es el mismo que aceptaría en su iglesia la tumba de Renatino De Pedis tras ser asesinado en un ajuste de cuentas, tumba situada al lado de sarcófagos de Papas y obispos. “Estoy muy tranquilo”, diría al saber que le investigaban.

Si los huesos hallados en la nunciatura resultan de Emanuela, la familia Orlandi y la opinión pública seguirá preguntándose por qué el Vaticano abrió una línea telefónica secreta dedicada a los supuestos secuestradores, a la que llamó numerosas veces un hombre apodado “el americano”, por su acento. O quien envió a la madre de Emanuela una carta anónima en la que se describía como se sacó el cadáver de “una chica joven” del interior de Sant’Apollinare. O qué papel jugaba una cinta gabada con la voz de Emanuela en el trasfondo, mientras alguien proponía un intercambio entre la chica y el turco que disparó al Papa.

Preguntas sin respuesta

Y también, ¿por qué se inculpó a los búlgaros sobre algo que el mismo Juan Pablo II dijo no “haber creído nunca”, pista alimentada desde EEUU y rechazada por Moscú? ¿Por qué Calvi y Marcinkus escalaron el Banco Ambrosiano y financiaron misiles a Argentina contra Gran Bretaña con dinero ajeno, además de financiar al sindicato Solidaridad?  ¿Por qué el banco del Papa se prestó a financiar la desestabilización de Polonia y cuál era, frente al secuestro de Emanuela, el chantaje al Vaticano, que todos los interrogados han afirmado ser de tipo económico?

“No se descarguen sobre el Vaticano unas culpas que no tiene”, diría Federico Lombardi, entonces portavoz del Papa. Si así es, las respuestas no están todas en los huesos hallados a cuatro centímetros bajo tierra en la mansión del portero de la Nunciatura.