Río de Janeiro, el paraíso y el infierno juntos
Muchos electores se inclinan por las soluciones drásticas que propone Bolsonaro para acabar con la alta criminalidad
Abel Gilbert
Corresponsal en Buenos Aires
Especialista en América Latina y doctor en comunicación. Ha cubierto los principales acontecimientos políticos regionales durante las últimas dos décadas para El Periódico. Es autor de ocho libros, tres de ellos en colaboración, y se apresta a publicar otros dos.
Abel Gilbert (enviado especial)
A finales de los años 80, la seguridad era un problema solo para el 8% de los habitantes de Río de Janeiro, más inquietos entonces por cuestiones como la salud o la educación. La violencia ha escalado a tal punto que un 55% de los cariocas y las adyacencias de esta “ciudad maravillosa” atiborrada de pesadillas se inclinan a aceptar la solución letal de sus padecimientos que propone Jair Bolsonaro.
Pocos se han espantado cuando el capitán retirado le enseñó a una niña a hacer el gesto de disparar un arma con una mano. De hecho, se empezó a repetir como señal de identidad. Bolsonaro vive en esa misma ciudad donde las imágenes del paraíso y el infierno se dan la mano. Durante el 2017, se registró en Río de Janeiro un delito cada dos minutos. Los 1.369 homicidios por cada 100.000 habitantes en todo el estado representaron un incremento de esa tasa letal del 10% respecto de 2016.
Ciudad militarizada
En ese contexto, y con el alegado propósito de combatir con mayor eficacia a las facciones del narcotráfico que se disputan a balazos el control territorial de las “favelas”, el Gobierno interino de Michel Temer decidió a principios de este año la intervención militar de la ciudad. El general Paulo Roberto de Oliveira no duda de éxito de la presencia del Ejército en las calles de los barrios populares y la vigilancia más sutil pero no menos persistente de las zonas opulentas: en comparación con septiembre del 2017 murieron 504 personas, un 13% menos que durante el periodo anterior.
La intervención militar no solo suscita aplausos. Se han conocido denuncias de torturas contra presos en un cuartel en la Zona Oeste. La Defensoría Pública ha recibido relatos sobre invasiones a los domicilios como si se tratara de un tiempo de guerra, e incluso vejaciones. Los candidatos a gobernador estatal proponen no obstante mucho más de lo mismo.
Víctimas y verdugos
Subido a la ola bolsonarista, el exjuez federal Wilson Witzel le saca 10 puntos de ventaja a Eduardo Paes. Witzel quiere otorgar un “salvo conducto” a la policía para disparar sin pudores. Su racismo es explícito. Para él, los moradores de las colinas donde se levantan las “favelas” son “bandidos”, sin distinción. En ese mundo de chabolas y calles sinuosas que, como en la Rocinha, mira al mar desde una perspectiva privilegiada, también Bolsonaro ha calado hondo. Las víctimas eligirán por sus verdugos.
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