SEGUNDA VUELTA DE LOS COMICIOS
El carnaval de la ultraderecha de Brasil
Abel Gilbert
Corresponsal en Buenos Aires
Especialista en América Latina y doctor en comunicación. Ha cubierto los principales acontecimientos políticos regionales durante las últimas dos décadas para El Periódico. Es autor de ocho libros, tres de ellos en colaboración, y se apresta a publicar otros dos.
Abel Gilbert (enviado especial)
En febrero pasado, durante los carnavales paulistas, la comparsa Porao do Dops intentó exaltar la barbarie de la última dictadura (1964-1985). Douglas García, uno de los fundadores de ese conjunto de músicos y bailarines, vive en la paupérrima zona sur de Sao Paulo. Años atrás era de izquierdas. Para dar testimonio de su conversión política le puso a su bloco el nombre del sótano del Departamento de Orden Público y Social donde fueron asesinados y también sometidos a torturas cientos de personas, entre ellas la presidenta destituida, Dilma Rousseff.
Porao do Dops se propuso homenajear a la figura del coronel Carlos Alberto Brilhante Ustra. "El pavor de Rousseff", como lo llamó en el 2016 el entonces diputado Jair Bolsonaro, durante la sesión que coronó el golpe parlamentario. "¡Bandido bueno es bandido muerto!", quiso cantar también la comparsa. La justicia lo prohibió. Pero la suerte política de Brasil ya estaba echada: se deslizaba de manera carnavalesca hacia la ultraderecha. Bolsonaro tenía a esas alturas una intención de voto del 37%. Hoy llega a la segunda vuelta presidencial traspasando la barrera del 50%, a una distancia considerable de Fernando Haddad, su rival del Partido de los Trabajadores (PT). El tsunami bolsonarista en la primera vuelta había sido de tal magnitud que hasta Douglas García resultó elegido diputado en Sao Paulo por el Partido el Social Liberal (PSL). García llega a la legislatura desde las chabolas de Americanópolis, en el sur de la gran ciudad, como parte de un nuevo ejército de salvación que integran exuniformados, iglesias pentecostales, fabricantes de armas, la agroindustria, sectores de la banca y las finanzas.
Malestar ciudadano
Ocho años atrás, Brasil era la sexta potencia económica global. Gobernaba Luiz Inacio Lula da Silva, con una alta aprobación, y una mujer se preparaba para heredar el poder. Primero un exsindicalista. Luego una exguerrillera. ¿Qué vendría luego?, se preguntó, temerosa, parte de la elite. En aquel 2010, el actor Milton Gonçalves encarnaba en las pantallas al primer presidente negro de la historia en la película Seguridad Nacional. ¿El cine auguraba un horizonte aún más plebeyo? Esa posibilidad resultó intolerable para ese Brasil. Bolsonaro es el resultado de la reacción al tímido proceso posneoliberal que se había iniciado en el 2003.
El giro empezó a diseñarse en el 2013, un año antes del Mundial de fútbol, cuando los sectores conservadores capitalizaron el malestar en las calles y en las redes sociales por la decisión del Gobierno de gastar en los estadios un dinero que podría destinarse a la educación, la salud y el transporte. Un año más tarde, y en medio de la recesión, Rousseff fue reelegida por escasa diferencia. Asumió el cargo con un Congreso adverso. A esas alturas, la base social del Partido de los Trabajadores (PT) estaba desencantada con su programa económico. La presidenta no tuvo fuerzas para frenar una conjura parlamentaria sin pruebas y llevada a cabo con las banderas retóricas de la lucha contra la corrupción. Al votar echarla, Bolsonaro rindió homenaje al torturador Brilhante Ustra. El vicepresidente Michel Temer quedó interinamente a cargo del Poder Ejecutivo y puso en marcha un ajuste draconiano. Se congeló el gasto público hasta el 2038 y se recortaron los derechos laborales de un modo aún más drástico.
Politización de la justicia
La justicia politizada fue otro factor determinante en los cambios. Desde un modesto tribunal del sur, Sergio Moro irrumpió como una espada moralizadora. De lazos inocultables con los rumores conspiratorios de EEUU, Moro encabezó la operación Lava-Jato (lavado a chorro) con el propósito de perseguir políticos y empresarios corruptos. Varios fueron detenidos. Detrás de las rejas, cambiaron penas por delaciones. Surgió una nueva alianza jurídico-mediática de azotes selectivos. Lula devino el blanco predilecto y constante.
El capitán retirado y diputado se presentó como el mayor defensor de Moro y principal beneficiario del antipetismo. Lo miraron con simpatía muchos que habían dejado de consumir con la crisis, rechazaban cuestiones de género o tenían una fobia antiintelectual. Los que no quieren más subsidios a los pobres y los defensores de la portación de armas. Los nostálgicos de los tiempos militares y aquellos que desean podar derechos y crear un Brasil jerárquico sobre valores cristianos, se sintieron también liberados. Alguien hablaba por ellos.
"Hay que ponerle fin a los movimientos negros: solo traen odio", dice Douglas García en Facebook. En Río, Wanderley, un jardinero mulato que desciende todos los días desde las favelas de La Rocinha a la ciudad chic, piensa que para "cambiar" hay que "meter bala" contra los que se resisten. "Se ha creado un clima de violencia e intimidación de grandes proporciones", detecta Daniela Fichino, de la oenegé Justicia Global. Si no hay un milagro de última hora, Bolsonaro será presidente. "Vienen tiempos sombríos", avizoró el gran cantante Caetano Veloso.
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