UN INFIERNO SIN LEY

Acapulco: del paraíso al infierno narco

La costera ciudad mexicana suma dos asesinatos al día y pierde al turismo extranjero

Aitor Sáez

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Los Beatles, Marilyn Monroe, Elvis Presley y tantas otras celebridades solían veranear en las paradisíacas playas de Acapulco. Hoy ni sus habitantes pueden caminar tranquilos. La ciudad suma dos asesinatos al día, a cualquier hora y lugar. Tres de la tarde: un hombre yace en el suelo abatido por tres disparos.

“Ya es difícil que no te agarre una balacera, que esté alguien esperando para atacar a otro. Hay miedo a no poder salir de noche porque en la colonia en la que vives a veces hay un toque de queda”, asegura una de las vecinas en el lugar. La narcoviolencia ha permeado la apacible rutina costera.

En el 2017 se registraron 910 homicidios dolosos, mientras que en lo que va de año ya se cuentan más de 580, según datos oficiales. Acapulco se ha mantenido entre las cuatro primeras ciudades en el mundo con mayor índice de asesinatos desde el 2011, cuando se fragmentó el cártel dominante. Comenzó entonces el conflicto entre al menos siete bandas por el control de las rutas de tráfico y menudeo de droga.

Una de esas víctimas fue Ismael Martínez, desaparecido desde hace un año. En su búsqueda su madre, Patricia, recibió varias amenazas de muerte y tuvo que abandonar su hogar por varios meses. “Tengo temor siempre que salgo. Miro a todos lados para que no haya nadie. En mi trabajo me tuvieron que cambiar de puesto”, cuenta. Desconfía –con motivos– de las autoridades locales, que como es habitual en estos casos su única respuesta fue “en algo estaría metido”.

Policía desarmada por colaborar con el crimen organizado

El repunte de la violencia obligó a mediados de septiembre al Ejército a intervenir y desarmar a la policía local, señalada por colaborar con el crimen organizado. Un operativo sin precedentes que propició la detención de dos altos mandos policiales por la desaparición de 343 armas del cuartel –una quinta parte del arsenal– y por su posible implicación en varios homicidios. “La policía municipal de Acapulco se encuentra bajo sospecha de tener vinculación con la delincuencia organizada. Esto es inaceptable”, asegura a este diario Roberto Álvarez, el portavoz de la fuerza conjunta que tomó el mando de la seguridad en la ciudad. Militares ataviados como rambos con fusiles patrullan ahora entre los bañistas bajo un sol inclemente.

“Ahí adentro están muy nerviosos”, argumentan para denegarnos el acceso a una Fiscalía local desencajada por la reciente situación de excepción. En su interior se encuentra la morgue local, desbordada por la incesante llegada de cadáveres, a menudo descuartizados y arrojados en sitios neurálgicos para generar terror. “El Servicio Médico Forense está colapsado. Tiene alrededor de 600 cuerpos, el doble de su capacidad. Muchas veces los familiares ni siquiera recogen el cuerpo por miedo”, afirma a EL PERIÓDICO el criminalista Álvaro Gutiérrez, quien dejó su empleo de funcionario: “Uno quería hacer su trabajo, pero no podía por temor. Si hacía un cotejo y daba que el detenido era culpable, mi vida corría peligro”. 

La población vive en el miedo

El pánico, sumado a la ineficiencia de las autoridades, ha provocado una impunidad del 98,26% en crímenes que en su mayoría ni siquiera se denuncian por las mismas razones, según cifras del Índice Global de Impunidad México 2018 sobre el estado de Guerrero –donde se ubica Acapulco–, el más violento del país. Siete de la tarde: quema de dos minibuses. Un ajuste de cuentas sin víctimas.

La zozobra ha alcanzado también a la esfera política después de las amenazas de muerte contra miembros del gabinete de la nueva alcaldesa, Adela Román, quien reconoce a este diario el lastre causado por la diversificación de las acciones delictivas de las organizaciones criminales: “El delito de extorsión es actualmente el problema más grave que tenemos”. Los cobros por parte del crimen organizado han ahogado al comercio local, tal y como apunta la Cámara de Comercio, que calcula el cierre de más de 3.000 establecimientos en el último lustro debido a esas presiones.

El turismo cae por la inseguridad

La galopante inseguridad ha azotado sobre todo al turismo, el motor económico del municipio. La llegada de extranjeros ha caído paulatinamente hasta situarse en apenas un 6%, como señala a este medio Jorge Laurel, el presidente de la asociación hotelera. “Antes arribaban 150 cruceros por temporada, una cifra que se ha reducido a 27 –explica–. La reputación como destino turístico se ha visto muy dañada, empañada”. La ocupación hotelera ni siquiera alcanza la mitad en promedio anual, cuando en otros destinos mexicanos supera el 70%. “Venimos porque nos invitaron, pero no queríamos. Tenemos que estarnos cuidando, vigilando a cada rato, paranoicos de que no haya nada alrededor”, asegura una turista argentina. En febrero del 2013, seis turistas españolas fueron violadas en una zona de playa cercana a Acapulco.

Tan solo la llegada sostenida de visitantes nacionales permite sobrevivir al sector turístico. Aunque sus estancias son más cortas y producen ingresos notablemente menores. Las destartaladas fachadas de discotecas y algunos hoteles abandonados a primera línea de mar dan cuenta de esa decadencia. El narco ha espantado a su propia clientela, turistas que en un fin de semana generaban ganancias de unos 200.000 euros por venta de drogas.

Infierno sin ley

“Bienvenido amigo turista”, anuncia una pintada desgastada en el paseo marítimo abarrotado de gigantescos hoteles. Dos calles hacia dentro comienza el infierno: los barrios sin ley donde las bandas imponen su justicia a balazos.

Medianoche: una turista recibe dos disparos en un bar del Zócalo. Al parecer el sicario la confundió con su objetivo y por eso no la remató. Logran trasladarla al hospital. El último hecho violento en una misma jornada que, pese a todo, los vecinos consideran “tranquila”. Lejos queda el glamur que trajeron famosos de todo el planeta a unas playas que hoy se han vuelto capital del crimen organizado.    

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