ACUSACIÓN DE ABUSOS SEXUALES

El drama irrumpe en la confirmación del candidato de Trump al Supremo

El juez Brett Kavanaugh

El juez Brett Kavanaugh / periodico

Ricardo Mir de Francia

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Estados Unidos ha asistido este jueves a una de las jornadas políticas más dramáticas de su historia reciente. En uno de los comités del Senado, han declarado el juez que aspira a ocupar la plaza vacante del Tribunal Supremo y la profesora universitaria que le acusa de haber intentado violarla cuando ambos eran adolescentes. Con solo unas horas de diferencia, el país vio a una mujer traumatizada por un episodio que marcó el resto de su vida y a un hombre que negó todas las alegaciones y dijo haber sido víctima de “un circo” que ha destruido su reputación y la de su familia. Los dos bordearon las lágrimas. Los dos dieron la sensación de hablar con genuina sinceridad. Es la palabra del uno contra el otro, un proceso de confirmación que, acabe como acabe, está llamado a ahondar la fractura social. 

Por lo visto este jueves, solo una investigación del FBI podría desentrañar la verdad de un caso que ejemplifica también los dilemas del movimiento #MeToo. Por un lado, ha servido para que la sociedad deje de ignorar a las víctimas de los abusos sexuales, pero por otro, acarrea el riesgo de los juicios precipitados y las condenas por aclamación.

La profesora Christine Blasey Ford fue la primera en tomar la palabra, una mujer de apariencia frágil, pero firme en su relato. Ford reconoció que no recuerda algunos detalles de aquella fiesta de hace 36 años en la que Brett Kavanaugh habría tratado de abusar sexualmente de ella, pero sí lo suficiente para que haya marcado su vida. “No tengo todas las respuestas y no recuerdo tanto como me gustaría, pero los detalles de aquella noche nunca los olvidaré”, dijo con voz temblorosa y entrecortada. “Están grabados en mi memoria y me han perseguido a lo largo de mi vida adulta”.

La psicóloga de 51 años contó cómo Kavanaugh y su amigo Mark Judge la encerraron en una habitación, antes de que el primero tratara de quitarle la ropa y le tapara la boca cuando quiso pedir auxilio. “Creí que me iba a violar”. “Me costaba respirar y pensé que Brett me iba a matar accidentalmente”. De su memoria nunca se borró la “risa sonora” de los dos adolescentes que “se divertían a costa mía” mientras Kavanaugh la tenía inmovilizada en la cama. Y aunque no le contó a nadie lo que habría sucedido hasta el 2012, las secuelas fueron inminentes, según describió ante los senadores. “Tuve muchas dificultades en la universidad. Me costó mucho hacer amigos, sobre todo con los chicos”. Desde entonces dijo arrastrar problemas de “ansiedad, fobia y estrés postraumático”. Los senadores demócratas le preguntaron hasta qué punto está segura de que fue Kavanaugh el que trató de desnudarla y abusar de ella. “Estoy segura al 100%”, respondió zanjando las dudas.

Los republicanos del Comité Judicial del Senado, el primer estadio que Kavanaugh debería superar para ser confirmado, no le hicieron una sola pregunta. Cedieron su turno de palabra a Rachel Mitchell, una fiscal de Arizona especializada en delitos de abuso sexual. Mitchell fue escogida por los conservadores para evitar que se repitiera el espectáculo que se vivió en 1991, cuando la profesora Anita Hill fue humillada por los senadores de ambos partidos durante su testimonio contra el juez Clarence Thomas por acoso sexual, el único precedente semejante al actual. La fiscal trató de encontrar inconsistencias en el relato de Ford y averiguar si actuó al dictado de los demócratas al contar su historia, pero fue tan factual que resultó ineficiente y no logró minar su credibilidad.

Los demócratas, por su parte, no dejaron de elogiar la valentía de Ford. “Usted ha inspirado y ha iluminado a EE UU. Se ha ganado su gratitud”, le dijo el senador Richard Blumenthal. Pero también reprocharon a los conservadores y al presidente Trump que no hayan permitido al FBI investigar las alegaciones de Ford y las otras dos mujeres con nombre y apellidos que le han acusado públicamente, como sí se hizo en 1991. “Esto no es un juicio a la doctora Ford, sino una entrevista de trabajo para el juez Kavanaugh”, dijo su jefa de filas, Dianne Feinstein.

Kavanaugh compareció casi cuatro horas después, con Ford ya fuera de la sala. Muy respetado en los círculos jurídicos y elegido por Trump para ocupar la plaza vacante del Supremo, tomó asiento con la mandíbula apretada, una señal de lo que vendría después. El país vio a un hombre enfadado y dolido, a ratos agresivo, que tuvo que parar en varias ocasiones para contener la emoción y las lágrimas. “Mi familia y mi nombre han sido permanentemente destruidos por estas alegaciones despiadadas y falsas”, dijo el magistrado. Kavanaugh aseguró que nunca estuvo en la fiesta descrita por Ford y que nunca en su vida ha agredido sexualmente a nadie. Para sustentar su inocencia, dijo que las primeras acusaciones no aparecieron que fue nominado por Trump. 

“Este proceso de confirmación ha sido una desgracia nacional”, clamó el juez. Kanavaugh se presentó como la víctima de una campaña “calculada y orquestada” por la izquierda para destruirle. Y aunque no negó que Ford haya sido agredida sexualmente, dijo que él no ha sido. A su lado tuvo a algunos republicanos, que llegaron a compararle con Cristo. “Si quiere un proceso justo, se ha equivocado de sitio”, clamó el senador Lindsey Graham.

Kavanaugh no es un candidato de consenso. Ocupó cargos políticos en la Casa Blanca de George W. Bush y si acaba superando el proceso de confirmación, dejará el Supremo con una sólida mayoría conservadora de cinco votos a cuatro.