CONFLICTO ISRAEL-PALESTINA

25 años de los acuerdos de Oslo: el pacto que no trajo la paz

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Ana Alba

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El apretón de manos entre el líder palestino Yaser Arafat y el primer ministro israelí Yitzjak Rabin, bajo la mirada del presidente de EEUU Bill Clinton, en la Casa Blanca, el 13 de septiembre de 1993, hizo pensar al mundo que llegaba el final del conflicto entre palestinos e israelís. Por primera vez, la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) reconocía a Israel y los israelís hacían lo mismo con el movimiento palestino.

Así lo recogían los Acuerdos de Oslo, que se rubricaban ese día en Washington pero se habían gestado en secreto en la capital noruega.

El pacto estableció las bases de un Gobierno palestino interino, la Autoridad Nacional Palestina (ANP), limitado a Gaza y Cisjordania para un período de transición de cinco años en los que se negociaría un tratado de paz final.

Las cuestiones centrales del conflicto entre palestinos e israelís -fronteras, colonias judías en territorio palestino ocupado, refugiados palestinos, estatus de Jerusalén, seguridad- se dejaban para negociar en el acuerdo definitivo, previsto para finales de 1999. 

Optimismo, escepticismo y rechazo

El acuerdo despertó el optimismo de muchos, pero también generó escepticismo y fue rechazado por la derecha israelí, que se negaba a firmar con la OLP, considerada terrorista. Los colonos, que temían que Rabin aplicara la fórmula de “tierra por paz” y los desalojara de Cisjordania y Gaza.

En el lado palestino, Hamás y otros grupos se oponían a Oslo, entre otros motivos porque creían que la solución de dos Estados en la que desembocaría traicionaba el derecho al retorno de los refugiados palestinos expulsados en 1948, tras la creación de Israel.

“Nos comprometimos en unas negociaciones con buena fe, confiando que Oslo era un acuerdo interino para cinco años. El concepto de autogobierno y las limitaciones que nos impusieron fueron muy duras, pero aceptamos y honramos los compromisos”, asegura el secretario general de la OLP y veterano negociador palestino, Saeb Erekat.

Para el analista israelí Sergio Yahni, “el proceso de Oslo, iniciado en la Conferencia de Madrid de 1991, fue una victoria de la lucha popular palestina en la primera intifada (1987-1993), que forzó a Israel a negociar y reconocer a los palestinos. Fue la primera vez que la OLP consiguió poner un pie en Palestina”. Arafat temía que los líderes surgidos con la intifada en Cisjordania y Gaza desplazaran a los exiliados de la OLP.

Garantías sin cumplir

“Los palestinos aceptaron varios puntos sin recibir garantías o con garantía verbal del equipo de Shimon Peres (entonces ministro de Exteriores de Israel) que no se cumplieron”, asegura Yahni.

El analista palestino Rifat Kassis, del grupo cristiano Kairos, nunca esperó nada de Oslo. “No reunía las condiciones para hacer justicia, posponía el debate sobre los temas centrales del conflicto, combinaba la ocupación israelí con una autoridad palestina sin autoridad”, apunta Kassis.

Según su visión, “Oslo fue ideal para los israelís porque ponía a la OLP bajo su control. La tierra, los recursos y la economía seguían secuestrados. Los palestinos cayeron en la trampa, se dejaron impresionar por los símbolos de Estado como un cuerpo de policía, la bandera y el himno. La ANP se convirtió en una zona tapón para la ocupación”.

El analista israelí Dan Rothem opina, en cambio, que “el acuerdo fue en general una buena idea y quizás era lo único que se podía conseguir en aquel momento. El problema es que en lugar de ser un tránsito hacia un pacto final se convirtió en una imagen permanente del statu quo, de la ocupación”.

Violaciones de los acuerdos

El israelí Ofer Zalzberg, analista del think-tank International Crisis Group, señala que “ambos bandos cometieron graves violaciones de Oslo en aspectos fundamentales”. Los acuerdos indicaban que Israel transferiría gradualmente la jurisdicción sobre Cisjordania y Gaza a la ANP, pero esto solo se cumplió parcialmente.

En 1999 no se había llegado a ningún acuerdo final. Las negociaciones posteriores entre israelís y palestinos -Camp David 2000, Taba 2001, Annapolis 2007 y el último intento de la administración Obama en 2013-2014- fracasaron. Mientras, el número de colonos judíos se triplicaba y ahora alcanza los 650.000.  

El presidente de EEUU, Donald Trump, anunció en el 2017 que presentaría un nuevo plan de paz. “Nos prometió que daría una oportunidad al proceso de paz durante un año y no llevaría a cabo acciones que lo afectaran”, señala Erekat.

Pero unos meses después, Trump reconoció Jerusalén como capital de Israel, a pesar de que su parte oriental está ocupada por los israelís, y trasladó a esta ciudad la embajada de EEUU. Más tarde recortó los fondos para la Agencia de la ONU para los Refugiados de Palestina (UNRWA), recientemente los ha eliminado, ha acabado con la ayuda a hospitales de Jerusalén este y ha cerrado la oficina de la OLP en Washington. 

"Pasar de negociar a dictar"

Rothem considera que Trump y el primer ministro israelí, Binyamin Netanyahu, “están intentando remodelar el panorama, especialmente todo lo referente a los temas centrales en la negociación -fronteras, refugiados, Jerusalén, asentamientos-, incluso podríamos llegar a ver la anexión de facto u oficial de una parte de Cisjordania”.  

“EEUU e Israel quieren pasar de negociar a dictar, Trump cree que dictándonos vamos a capitular. Están destruyendo a los moderados en los dos lados y la solución de dos Estados”, opina Erekat.

“Netanyahu prometió en 1993 que destruiría Oslo y lo va a lograr. El nivel de incitación que se ejerció contra Oslo fue lo que llevó al asesinato de Rabin”, subraya el negociador palestino.  El primer ministro israelí fue tiroteado en 1995 por un judío de ultraderecha que “era la punta de lanza de una comunidad política de la que Netanyahu formaba parte”, señala Yahni.

Erekat advierte que la ANP “ya no es sostenible” y que quizás Israel tenga que volver a “responsabilizarse de los palestinos” como poder ocupante, pero confiesa que volvería a firmar Oslo.