Corea del Norte esconde sus misiles más potentes en su gran desfile

El régimen rebaja el tono de su desafío en el tradicional desfile militar que recuerda su fundación

Desfile de los soldados en Pionyang.

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ADRIÁN FONCILLAS

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Un desfile militar norcoreano sin misiles de largo alcance ni discursos prometiendo inminentes mares de fuego es como un domingo sin sol. Pionyang ha celebrado este domingo el 70 aniversario de la fundación del país con el litúrgico escaparate de sus tropas pero ha afeitado la función para adecuarla al proceso de presunta desnuclearización. Abundaron las flores, los globos de colores y las alusiones a la economía en un tono que tranquiliza a Seúl y Washington.

Kim Jong-un, versión moderna y asiática del César, ha supervisado el acto desde la tribuna sobre la mastodóntica y soviética Plaza Kim Il-sung. Le han flanqueado Li Zhangsu, jefe del Parlamento chino, y Valentina Matvienko, portavoz del Parlamento ruso. No han acudido los jefes de Estado pero el alto perfil de los enviados certifica que Pionyang ha roto el aislamiento de los tiempos más crudos.

Vibraciones y nubes de polvo

Más de 50.000 espectadores se han apretado en la plaza para disfrutar de una de sus imágenes de marca. Primero ha desfilado la soldadesca.  Unos 12.000 militares han exhibido de nuevo su perfecto paso de la oca. La televisión descubre la sincronía perfecta de los soldados pero se requiere la presencia cercana para comprender su dimensión. Las miles de intensas patadas al suelo provocan vibraciones y crean una nube de polvo en lo que parece una plaza impoluta. Son necesarios meses de duros ensayos para esos escasos minutos que abrirán los noticiarios de todo el mundo.

Después ha llegado la cacharrería. Se han contado menos tanques, algunos con eslóganes que animaban a destruir a "los agresores imperialistas estadounidenses" como única concesión a la tradición. Han llegado los misiles y la progresión ascendente ha terminado en los de medio alcance. Pionyang ha dejado en el garaje los intercontinentales, con teórica capacidad para alcanzar territorio estadounidense. Ha sido un chasco para los amantes del armamento y norcoreólogos que esperan con ansia los desfiles para escudriñar lo más rutilante del escaparate.

Han cerrado el acto los representantes de la sociedad civil. Científicos, policías, enfermeras o profesores, todos con el mismo rigor castrense y en el consabido trance a su paso por la tribuna presidencial.

Silencio del líder

Kim Jong-un ha roto la tradición con su silencio. Le ha sustituido Kim Yong-nam, presidente del Parlamento, quien ha subrayado los esfuerzos económicos para elevar la calidad de vida del pueblo y ha olvidado el desarrollo nuclear. Un editorial del Rodong Sinmun, el principal diario de propaganda, había pedido que todos los coreanos "juntaran fuerzas para conseguir la unificación en esta generación" porque de esta dependía la supervivencia de la península.

Se daba por descontado que Corea del Norte planeaba un desfile en tono menor para no agravar las turbulencias del proceso de desnuclearización. Los acuerdos firmados en Singapur dos meses atrás son interpretados de forma opuesta: Washington exige evidencias de desarme para levantar las sanciones y Pyonyang lamenta la falta de recompensas tras amontonar gestos de buena voluntad.

El secretario de Estado, Mike Pompeo, reveló al Congreso el incumplimiento norcoreano de los compromisos y en su último viaje a Pionyang ni siquiera fue recibido por Kim Jong-un. La prensa oficial lo despidió acusándole de formas "gansteriles" por presentar exigencias sin ninguna retribución.

Pero incluso en ese contexto han mantenido Kim Jong-un y Trump la buena sintonía que germinó en Singapur. El líder norcoreano comunicó a los representantes de Seúl la semana pasada que conserva su "confianza inquebrantable por el Presidente Trump" y este le agradeció en Twitter las palabras. "Lo conseguiremos juntos", prometió.