TRAGEDIA EN ITALIA

"Este tipo de puentes son un fracaso"

Rossend Domènech / Roma

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“¡Ay, Dios! ¡Ay, Dios! ¡Ay, Dios santo!”. El grito gutural, aterrorizado e impotente de un hombre pegado al móvil y filmando el puente mientras se hunde sobre el torrente Polcevera ha sincopado dramáticamente la jornada del martes de todos los italianos. Por radio, televisiones, redes sociales.

Son las únicas imágenes en directo tomadas mientras se hunde una de las torres y entre 100 y 200 metros de carriles del Puente Moranti de Génova. Precisamente el 14 de agosto, cuando millones de italianos se desplazan hacia Francia o Suiza para las vacaciones o se apean en Génova para subir a los ferries que viajan a las islas. Hasta alcanzar a lo largo del año los 25 millones de vehículos que transitan sobre aquel puente.

En aquel momento del martes, mientras el hombre invocaba inutilmente a Diós por un accidente humano, unos 38 vehículos y sus ocupantes volaban unos 70 metros de altura y su ocupantes morían, en el peor accidente de estas características que jamás se haya producido en Italia.

Dos obreros de la limpieza urbana de la ciudad fallecerían en la planta donde trabajaban, cerca del torrente inferior, aplastados por la masa de cemento que les cayó encima. De los coches súbitamente bloqueados antes y después del puente, salió corriendo y abandonando los vehículos una humanidad heterogénea en bermudas, descalza, camisetas de playa y gritando a más no poder por una calzada que les había desaparecido frente a sus miradas. Incrédulos.

Sobre la ciudad que se disputa los orígenes de Cristobal Colón, caía el mediodía del martes una especie de diluvio universal, mil veces anunciado en la víspera por los partes metereológicos. “Ha sido un estruendo increíble”, relataría un vecino del puente, todavía incrédulo. “Pensábamos que había sido un trueno muy cercano, hemos oído un bramido desconocido”, diría. Un jugador de fútbol transcurría por debajo del puente cuando le cayó encima, dándole tiempo, gracias al estruendo premonitor, a pegar una carrera y salvarse. Está maltrecho en el hospital y su coche quedó aplastado. “¡Que se vaya al infierno! Estoy vivo”, ha exclamado frente a las cámaras.

Ciudad dividida

 “Vivimos a cinco quilómetros del puente, ha sido una explosión con visos de locura, un grito ronco”, añade en los primeros minutos una anónima familia genovesa. “¡El puente no está! ¡Ya no está!”, exclamaban despavoridos otros vecinos. Una familia explica que estaba tomando unas fotos, cuando un rayo cayó sobre uno de los pilones que sostenía la estructura y se vino abajo. “Tenía que suceder, antes o después tenía que suceder”, exclama otro, acostumbrado a ver las frecuentes obras de mantenimento del puente.

La ciudad se encuentra ahora dividida en dos, con autopistas hacia Milán y hacia Génova bloqueadas y el tráfico desviado por las carretras nacionales y provinciales.

“Es una locura decir que el puente haya caído por un rayo o a causa del temporal, un poco de agua no hunde un puente”, comenta el ingeniero Antonio Brencich, profesor en Génova, según el cual este tipo de puentes son “un fracaso”. “El problema –añade—no es que haya o no dinero para mantenerlos en vida, sino que sean “seguidos contínuamente por especialistas con grade capacidad profesional, porque son estructuras delicadas”. “Hay puentes en activo de los años veinte, que no tienen ningún problema”, añade.

La concesionaria de la autopista, urbana en aquel tramo, había precisamente convocado este año un bando de 25 millones destinados a obras en distintos puntos de la península, puente de Moranti incluído. Toma el nombre del ingeniero Ricardo Moranti, pionero del cemento armado.

De los tres puentes que existen en el mundo con las mismas características, ahora queda solo uno en Libia, del que nadie sabe. El de Venezuela se lo llevó por delante en 1964 una  petrolera. No se construyeron más en aquel momento, cuando el mundo vivia en pleno enamoramiento del cemento armado y de las filigranas que con él se podían construir.