TENSIONES ÉTNICAS

China niega tener encerrados a 1 millón de uigures en campos secretos

La denuncia ha sido presentada a la ONU por organizaciones de derechos humanos que acusan a Pekín de pisotear los derechos de esta etnia musulmana en nombre de la lucha contra el terrorismo islamista

Enfrentamiento uigures fuerzas de seguridad chinas

Enfrentamiento uigures fuerzas de seguridad chinas / PETER PARKS

Adrián Foncillas

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China ha negado las violaciones de derechos masivas sobre la etnia uigur de la provincia de Xinjiang. Los guantazos le han llovido desde todos los lados: organizaciones de derechos humanos, políticos, ONU, prensa... Tampoco ha ahorrado China en la contraofensiva. Ha enviado a una cincuentena de delegados para defenderse ante la ONU y este lunes ha puesto a trabajar a la prensa oficial. Sería conveniente que el mundo entendiera que el principal problema étnico de China no son los mediáticos tibetanos sino los uigures. Su fe musulmana, que cotiza muy bajo en la bolsa de simpatías globales, había apagado hasta ahora sus lamentos.

Un panel de la ONU enfrentó a los delegados chinos en Ginebra a las acusaciones de activistas y académicos. China mantiene a un millón de uigures en cientos de campos de reeducación sin juicio. Xinjiang es una enorme prisión al aire libre. Los derechos de los 11 millones de uigures son pisoteados en nombre de la lucha contra el terrorismo islamista.

Todo eso con “mentiras absolutas”, respondió Hu Lianhe, jefe de la delegación. China nunca vincula el terrorismo con ningún grupo étnico ni religión, añadió. Y ahí llegó el alarmante matiz: “Los que son engañados y caen en el extremismo religioso deben ser ayudados con reeducación”. Enfatizó la ausencia de torturas y arbitrariedades. Fue la primera vez que los presuntos campos de Xinjiang eran tratados en un panel de la ONU y es previsible que el asunto sea defendido a partir de ahora con más ahínco por las cancillerías occidentales.

Intensa presión

Hu también admitió que habían aumentado los controles sobre la sociedad y la presencia policial. La presión se intensificó en 2016 con el traslado desde el Tíbet a Xinjiang del secretario del partido, Chen Quanguo, un tipo duro con la misión de acabar con el extremismo islamista. Ha doblado el presupuesto en seguridad, engordado la plantilla policial e instalado cámaras en cualquier esquina. Más de una quinta parte de todos los arrestos en China se produjeron el pasado año en Xinjiang y es previsible que el grueso fueran uigures, apenas un 2 % de la población china.

El diario oficial 'Global Times' recordaba hoy varios de los atentados islamistas en China, subrayaba el clima de seguridad actual y aplaudía la campaña policial por evitar que Xinjiang se convirtiera en Siria o Libia. “Proteger la paz y la estabilidad está en lo alto de la agenda de derechos humanos en Xinjiang”, titulaba el editorial.

Las informaciones sobre los excesos no han sido corroborados por la prensa independiente. Varios periodistas han relatado en los últimos meses la imposibilidad de trabajar. No es una novedad. Este corresponsal sufrió un marcaje angustioso por policías y espías de variado pelaje cuando visitó la región un par de veces varios años atrás. Tampoco las organizaciones de uigures en el exilio, tendentes a la exageración, son fuentes fiables.

Los uigures, de lengua túrquica y emparentados con el Asia Central, acumulan pleitos con los han, la etnia mayoritaria china. Los primeros acusan a Pekín de diluir su cultura y expoliar sus recursos naturales, mientras los segundos subrayan el desarrollo económico de una zona desértica que sin el paraguas chino sufriría la dolorosa pobreza de las republicas vecinas. Todo eso es cierto. También que se profesan un odio irremediable y que la armonía que predica Pekín es utópica.

Legitimar el control

En Xinjiang anida un movimiento integrista radical que causó cientos de muertos en todo el país. La actitud occidental menosprecia la amenaza y acusa a Pekín de exagerarla para legitimar el control. Es comprensible que el Gobierno del presidente Xi Jinping y muchos chinos lamenten no recibir las mismas oleadas de solidaridad que suceden a los grandes atentados del islamismo radical en el resto del mundo. Un grupo de uigures mató con cuchillos y espadas a 31 pasajeros en una estación de tren de Kunming en 2014 en unos hechos conocidos como el 11-S chino.

La presión ha terminado con aquellos atentados. No hay medida que Pekín desprecie para preservar la estabilidad social. Ha condenado a cadena perpetua a Ilham Tohti, un pacífico y admirable profesor uigur, y aprobado prohibiciones ridículas como el velo en las mujeres o las barbas demasiado largas para los hombres.