DRAMA HUMANITARIO
La cooperación, de mano amiga a industria
Las oenegés recurren a artimañas para operar en Nepal, donde la figura del voluntariado no está reconocida
La presencia de tantas organizaciones fomenta cierta cultura de la caridad, pero también del turismo humanitario

Asistentes al proyecto Rato Baltin, en la localidad de Janalibandali, durante un taller sobre educación sexual. /
Como ocurre en muchos países asiáticos, Nepal es un crisol de contradicciones. En su territorio operan decenas de oenegés extranjeras, a pesar de que la figura del cooperante o del voluntariado no existe. La única forma de viajar a la cuna del Everest es con un visado turístico. "Y como turistas que somos, no podemos trabajar", explica un cooperante que prefiere que su nombre y su organización permanezcan en el anonimato.
Por eso, la mayoría de oenegés extranjeras tienen un partner o socio local (en la mayoría de los casos una oenegé del país). "Lo único que podemos hacer como extranjeros es dar dinero a la entidad humanitaria local y visitar el proyecto que estamos impulsando. No podemos ni dar clases ni formación", insiste este voluntario.
Este tipo de restricciones suelen aplicarse a las organizaciones de cooperación medianas y pequeñas y no siempre afecta a las grandes oenegés, que sí suelen tener permiso para entrar a algunos trabajadores. "Pero para tener esa consideración, al menos tienes que gastarte 200.000 euros en el país cada año. Si no, los funcionarios se ríen en tu cara", comenta.
Las pequeñas o están asociadas con oenegés o trabajan directamente en poblados pequeños, donde se hace la vista gorda. "Si el consejo de un poblado se pone de acuerdo y quieren hacer un proyecto, una escuela, por ejemplo, se hace la obra, pero sin que conste ningún trabajador extranjero", destacan.
Perversión
Los cooperantes reconocen que la presencia de tantas organizaciones ha fomentado cierta cultura de la caridad. "Es un país en el que están acostumbrados a que las grandes oenegés paguen a las mujeres por asistir a clase. Por eso, lo primero que hacen, cuando se enteran de que representas a una organización humanitaria, es pedirte cosas", comenta.
Pero una parte de la responsabilidad de lo que ocurre en Nepal se debe a los propios extranjeros. Ir a hacer voluntariado a ese país asiático se ha convertido en una especie de deporte en los últimos años. Muchos de los turistas que viajan allí combinan el obligado trekking con una semana de voluntariado.
Y este tipo de paquetes, por muy bienintencionados que sean, "pervierten" un poco el espíritu del trabajo de las oenegés. Por eso no es extraño que al final los lugareños acaben pidiendo dinero por todo. "Todo el mundo da por hecho que nos toman el pelo. Estoy seguro de que a mí, por ser de una oenegé, me ponen precios tres veces más caros de lo que cobran al público local", denuncian los cooperantes.
Represión femenina
Otro de los grandes problemas es el gran peso que tiene la ancestral represión de la mujer en muchos puntos del país. Unas prácticas que esconden las autoridades porque en el fondo les avergüenzan. Como la discriminación de las viudas, de las que el hermano vivo del difunto puede disponer de por vida.
A las entidades humanitarias les cuesta encontrar personal local dispuesto a trabajar con un horario fijo. En especial las mujeres, que cuando se casan pierden toda libertad y pasan a ser una especie de criadas de su suegra, por lo que abandonan los empleos al resultarles imposible conciliar vida familiar y laboral.
El sistema de castas tampoco debería subsistir. En la universidad hay discriminación positiva, pero, sin embargo, un matrimonio entre ciertas castas puede acabar con la muerte de uno de los familiares. "Y en la zona hindú, los extranjeros somos para ellos peor que la casta más baja. Se nos respeta mucho porque dejamos dinero, pero ni se te ocurra tocar a una de sus hijas o intentar casarte con ella", advierten.
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