EL DRAMA MIGRATORIO

Las políticas xenófobas de Salvini abren un cisma con la Iglesia

Salvini visita una propiedad de la mafia italiana confiscada en Siena

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Irene Savio

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El semanario católico italiano Familia Cristiana publicaba hace unos días una portada en la que un Matteo Salvini de mirada severa aparecía al lado de una difuminada figura humana con vestiduras talares. Y debajo el siguiente título, en caracteres mayúsculos: Vade retro, Salvini, la conocida cita bíblica dedicada a Satanás. "La Iglesia reacciona a los tonos agresivos del ministro del Interior. Nada que ver con algo personal o ideológico. Se trata del Evangelio", continuaba la revista, al criticar la política de demonización de la inmigración del líder del xenófobo partido la Liga.

La falta de tacto diplomático del semanario católico —uno de los más leídos en las parroquias y centros católicos italianos y que se edita en Roma, ciudad cuyo obispo titular es el Papa—, dejaba así poco margen a otro tipo de interpretaciones sobre el sentir de una Iglesia que ha decidido no permanecer impasible desde que el nuevo Gobierno emprendió sus políticas de rechazo de la inmigración. Algo que a su vez ha evidenciado la espinosa relación que se está instaurando entre la Iglesia y Salvini, asimismo vicepresidente y un católico declarado que ha llegado a hacer promesas electorales jurando sobre la Biblia. 

El caso de Familia Cristiana no es, en realidad, un episodio aislado. Otro ha sido el caso del diario Avvenire, editado por los obispos italianos, que el pasado 17 de julio publicó una cruda fotografía del inerme cuerpo de un esquelético niño, ahogado en el Mediterráneo central, en las manos de un cooperante de una oenegé, y rodeado por los cadáveres de otros inmigrantes muertos. "Hundidos pero no salvados", se leía al lado de la imagen, en referencia a la decisión del Gobierno italiano de cerrar los puertos italianos a las oenegés que rescatan personas en el mar.

"¡Vergüenza!", volvía a escribir esta semana Avvenire, al reprobar la (inusual) ola de ataques racistas que se están produciendo en el país transalpino durante las últimas semanas, pese a que Salvini niega su existencia. Una postura de crítica abierta contra el Gobierno italiano que también ha tenido eco en una carta, publicada el 23 de julio por 93 intelectuales, sacerdotes y laicos católicos italianos, en la que se alertaba sobre "una cultura de odio y rechazo contra los extranjeros que está creciendo, también promovida por representantes de las instituciones". En el texto se leía que "no faltan tampoco la mala utilización de símbolos religiosos como la cruz”, al tiempo que se pedía "acciones concretas (…) para reafirmar la dignidad de los inmigrantes".

También en julio, el propio presidente de la Conferencia Episcopal italiana (CEI), el cardenal Gualtiero Bassetti —nombrado en ese cargo el año pasado, bajo el papado de Francisco—, incluso lo puso negro sobre blanco con una nota oficial. "No apartaremos la mirada. No podemos permitir que las inquietudes y los miedos condicionen nuestras decisiones (…) y alimenten un clima de desprecio, rabia y rechazo", indicó Bassetti en el escrito. "Nos preocupa mucho las muestras de intolerancia entre los católicos italianos", explicaba recientemente a esta periodista un alto prelado vaticano. 

Vieja hostilidad

Si bien nunca antes hasta ahora se había alcanzado este nivel de tensión, la realidad es que el enfrentamiento entre Salvini y el Pontífice se remonta a años atrás, cuando la Liga todavía no era una formación marcadamente soberanista como hoy y no renegaba de las aspiraciones de secesión del norte de Italia de los inicios. Han quedado en las crónicas las instantáneas de Salvini exhibiéndose en el 2016 en una reunión en la ciudad de Pontida con una camisola que rezaba Mi Papa es Benedicto XVI. Una inequívoca inclinación por el conservador predecesor de Francisco que en febrero de ese año había dimitido como jefe máximo de la Iglesia católica. 

De nada sirvió que recientemente Salvini propusiera una ley que hace obligatoria la introducción de crucifijos en los edificios públicos del país. La Iglesia italiana se pronunció en contra, y Antonio Spadaro, jesuita y amigo personal de Francisco, reprobó el uso del crucifijo "como un  muñeco cualquiera". "La cruz es una señal de protesta contra el pecado, la violencia, la injusticia y la muerte", agregó entonces Spadaro. La acritud entre el ala progresista de la Iglesia y Salvini "no sorprende", en palabras del vaticanista Francesco Gnagni.

No obstante, Salvini también ha tenido aliados en la Iglesia, en particular entre el sector que hostiga la línea reformista de Francisco. "La Iglesia me pide que siga adelante", decía el líder de la Liga el pasado 16 de julio. Así se pronunciaba un día después de coincidir en un acto público con el cardenal estadounidense Raymond Burke, declarado opositor de Francisco y de sus aberturas doctrinales. Tanto que en el 2016 Burke y otros tres cardenales tradicionalistas llegaron a firmar una carta en la que criticaron al Papa por un documento que hizo público sobre la familia, y lo acusaron de sembrar desorientación y confusión sobre asuntos morales.