EL DRAMA MIGRATORIO
Las (otras) víctimas del campo de refugiados de Lesbos
Víctor Vargas Llamas
Periodista
Víctor Vargas Llamas
"Me siento engañado. Me pregunto qué hago aquí yo aquí solo. Temo que cualquier día, mientras asista a un desembarco de inmigrantes, me encontraré con que uno o varios reaccionarán mal y acabaré sintiéndome amenazado. ¿Pero sabes qué? Aunque llevo un arma, te garantizo que no la utilizaré porque no voy a jugarme mi vida ni la de nadie por un sinsentido del que ni ellos ni yo tenemos la culpa". Quien así habla es un veterano miembro de la Policía Portuaria griega que acaba de intervenir en el grupo que ha brindado auxilio a un grupo de migrantes llegados desde Turquía. Ha sido el único agente desplazado, como ya lo fuera en su anterior intervención y como lo será en su próximo servicio, pueden apostar.
"Voy solo a asistir a recién llegados y tengo miedo. Pero no usaría mi arma: ni ellos ni yo tenemos la culpa"
Asegura que la presión está haciendo mella en él, que se da cuenta de que su agresividad va en aumento y es consciente de que esa inestabilidad empieza a afectar a su rendimiento en el trabajo y a la relación con su familia. Reconoce sin ambages que necesita apoyo psicológico.
Desesperación
Las condiciones en las que se desenvuelven los profesionales y voluntarios que trabajan a diario con los inmigrantes roza el desespero, "de alerta roja", como lo describe la psicóloga que trata con los agentes de policía de Lesbos. En una charla con servicios de emergencia y autoridades locales les recuerda que pasa consulta y atiende telefónicamente a quienes lo precisen. Garantiza el anonimato, pero un guardia le confiesa el recelo entre los compañeros: "No sabemos si en realidad estamos hablando con el Estado".
Agradece el ofrecimiento Grigorios Gerakarakos, presidente del mayor sindicato policial de Grecia, pero dice preferir que la ayuda venga de los altos despachos, de Atenas y de Bruselas. "Nos sentimos abandonados. Falta material técnico y el personal es del todo insuficiente. Aguantamos por nuestro compromiso con la ciudadanía y por nuestra vocación, pero ya no podemos más. Los inmigrantes son los que más ayuda necesitan, pero es como si a nadie le importara nuestro sufrimiento", proclama.
Parece darle la razón con su actitud el máximo responsable policial del Egeo Norte, el eslabón de los agentes con las instituciones políticas, que se marcha a media charla y que en su alocución previa parecía más preocupado de excusarse por no llevar uniforme que por dar respuesta a las demandas de sus subordinados.
"Nos sentimos abandonados por Grecia y la UE. Hace falta más personal y recursos. Ya no podemos más"
No es el caso de Juan José Llaguno, representante de Erne, el sindicato corporativo de la Ertzaintza, que ha acudido a la llamada de auxilio de sus colegas y constata sobre el terreno las tremendas carencias. "Las instituciones griegas y europeas están actuando de forma perversa, haciendo dejación de su responsabilidad, como esperando que la situación se solucione por sí sola, dejando en manos de policías, médicos, bomberos, cooperantes y ciudadanos la responsabilidad de afrontar la problemática, como si fuera exclusiva de las islas, cuando en realidad es algo que debería preocupar a toda Europa", denuncia.
Estrés
Con cometidos muy diferentes, pero compartiendo esfuerzo desde la misma trinchera, las voces de cooperantes también se alzan con el desespero de quien conoce la auténtica magnitud de la tragedia. "Aquí confluimos profesionales de la salud de muchas nacionalidades, tratando de ayudar a dignificar la atención sanitaria de estas personas, en una situación muy complicada, con un botiquín que cabe en una caseta de obra para dar cobertura a dos millares de personas y sin el apoyo de aparatos de pruebas diagnósticas", dice Alicia Beguiristain, cooperante en DYA Navarra y en Salvamento Marítimo Humanitario.
Relata que el proceso de atención médica a los acabados de llegar se limita a colocar a los inmigrantes en diferentes colas "según los rasgos de su cara" y a un rápido chequeo en el que se les pregunta si tienen alguna patología crónica o heridas abiertas. A las mujeres también se les inquiere si están embarazadas. "A los que levantan la mano los llevan al botiquín", agrega. Un protocolo frustrante para las buenas intenciones de los voluntarios, agravado por el galopante déficit de traductores en un enjambre de nacionalidades.
"Aquí todo es difícil. Hay que actuar con cautela para evitar conflictos que cierren incluso más puertas"
"Querría destacar la vida tan dura del cooperante. Trabajar en condiciones tan adversas, sin apenas medios, cediendo tu tiempo libre a la causa... Debes gestionar tu comida, tu transporte, tu alojamiento... Y con el estrés de tener que actuar con un cuidado extremo, con toda la cautela del mundo, para evitar que se te cierren puertas, tratando siempre de explotar sinergias entre todos", describe.
Y entonces, cuando todo parece perder el sentido, brota la esperanza de la manera más insospechada, de hombres que han atravesado penurias y desprecio, de mujeres que han sido violadas en su eterno tránsito desde Camerún o Afganistán. "Algunos te dan las gracias con la mirada, te abrazan y te sonríen, sacando fuerzas vete a saber de dónde --explica Alicia--. Y entonces sí, entonces todo compensa".
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