EL DRAMA MIGRATORIO
Grecia masca la tragedia de la inmigración
Víctor Vargas Llamas
Periodista
Víctor Vargas Llamas
La imagen de la octogenaria Emilia Kamvisi dando el biberón a un bebé sirio recién arribado a Lesbos junto a su madre fue la simpática estampa que rebajaba la tragedia humana e ilustraba la solidaridad con la que los lugareños acogían a los inmigrantes en su huida desesperada de la guerra y la hambruna. Corría el año 2016 y esas muestras de calidez autóctonas le merecieron incluso una candidatura al Nobel de la Paz, que finalmente se llevaría el presidente colombiano, Juan Manuel Santos, por su rol en las negociaciones de paz con las FARC. Sin embargo, en estos dos años el drama humanitario ha alcanzado tal calibre que supera las mejores intenciones y amenaza con romper las costuras sobre las que se ha sostenido la tradicional hospitalidad de este país.
Casi 1.075.000 inmigrantes han llegado a las islas griegas en los últimos 3 años
Casi 1.075.000 migrantes han llegado a las islas griegas desde el 2015 hasta la pasada semana, según datos de ACNUR. Un aluvión incontenible que altera el ecosistema turístico, la principal fuente de ingresos en esos privilegiados parajes. "En algunas áeas, la mayoría de visitas son ahora de turismo interno y de cooperantes de oenegés: la economía se está resintiendo muchísimo", expone Vasileia Vrikelli, profesora de lengua griega en Lesbos. Para acabar de aliñar la situación, las medidas draconianas impuestas en el rescate de la UE han acarreado sustanciales reducciones de sueldos, aumentos impositivos y una tasa de paro que salpica a uno de cada cinco griegos.
La sensibilidad local está a flor de piel y las adversidades son vistas ahora más amenazantes que nunca. Hay miedo. Por el futuro y, como tantas otras veces, por lo desconocido. Las acciones incívicas y los delitos que cometen algunos migrantes adquieren gran repercusión en determinados entornos. "Algunos saben que están en un limbo legal y actúan con impunidad. La sociedad está dividida, pero lo que ya es seguro es que la vida nos ha cambiado: la gente ya no deja las puertas de la casa abiertas. A la crisis económica le ha seguido una crisis de valores", se lamenta Vasileia.
Expectativas
Skleparis Panagiotis personifica esa división que parece instalada en la sociedad local. Habla de "rabia e impotencia" ante la sangría migratoria que no cesa y puede comprometer el porvenir de Lesbos. Pero cuando este veterano policía finaliza su jornada y regresa a casa descubre el reverso de la moneda: "Veo a mis hijos, me imagino que tuvieran que afrontar una situación así y me invade una infinita tristeza".
Ese futuro que inquieta a Skleparis es ya presente para Ahmin, un sirio veintañero que admite que aún está sobreponiéndose a las expectativas incumplidas al pisar territorio europeo. "Europa no se parece a lo que soñamos al salir de nuestros países, pero por más doloroso que sea, espero encontrar la manera de tener una buena vida aquí, quizás en Alemania, en España o en Italia", comenta en el campo de refugiados de Chios, ajeno a las directrices del nuevo Gobierno antisistema de Roma.
Centenares de ultras atacaron a extranjeros en la capital de Lesbos el pasado abril
A Laura Anatol, coordinadora del almacén de Attika que distribuye ayuda humanitaria desde Lesbos, no le cuesta entender la sensación de abandono que tienen los griegos. "Es imposible solucionar este problema mientras Europa no dé una solución a la altura de las necesidades. ¿Acaso no hay sitio para estas personas entre todos los países del continente? Justo ahora que se invierte la pirámide demográfica decimos que no hay sitios para nuevas generaciones, jóvenes con ganas de trabajar y una garantía de pagar nuestras pensiones", explica Laura.
Y lanza una pregunta inquietante: "Con cuatro cañas nos tenemos que apañar el medio centenar de pequeñas oenegés que operamos aquí, haciendo el trabajo que no asume el Gobierno griego. Si la situación ya es dramática, ¿imaginan cómo sería sin los cooperantes?".
Presión
Arrecian los bulos y las inexactitudes que calan entre crédulos e indecisos, y algunos inmigrantes confiesan a los cooperantes que prefieren no pasar demasiado tiempo en la ciudad, donde algunas miradas les hieren y detectan un ambiente de "hostilidad" que va a más. Una sensación que en ocasiones va a más. El pasado abril, centenares de jóvenes de ultraderecha atacaron a un grupo de inmigrantes que protestaban por la lentitud en la tramitación de sus peticiones de asilo, en una plaza de Mitilene, la capital de Lesbos.
La presión social se detecta cuando oftalmólogos, dentistas y otros médicos especialistas aceptan las llamadas de auxilio de las oenegés, "pero fuera de su consulta y de su horario laboral", por temor a las represalias, según revela otra cooperante. Ella misma pide a sus compañeros acudir a un bar de un pueblo cercano al asentamiento de Chios ante el vacío que le están haciendo. "El dueño es griego y cuando puede echa un cable a los inmigrantes; y hay vecinos que no se lo perdonan", dice esta voluntaria.
Prioridades
La directora del principal hospital de Chios, Helen Kantaraki, revela que los inmigrantes ya representan uno de cada diez pacientes que se atienden, mientras se extiende la leyenda urbana de que los foráneos tienen prioridad. "No es cierto. Sucede que a veces los policías pedimos que aceleren la visita porque estamos usando el único coche disponible en el campo", explica Kostas Voziatzis, miembro de la policía de fronteras.
Un hospital desmiente el bulo de que los migrantes tengan prioridad
Mil y un detalles que ilustran la inquietud que cunde entre la comunidad. Un vecino que vive cerca del campo de Vial aprovecha un encuentro con las autoridades locales para lamentar el "aumento de la criminalidad" que afecta a la vida cotidiana de los residentes. Propone acabar con el gueto creando cafeterías y parques para los recién llegados. Eso sí, única y exclusivamente para ellos...
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