Final feliz

Una proeza entre las tinieblas de la cueva de Tailandia

Adrián Foncillas

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El submarinista se ajusta las gafas y encadena pasos esforzados, el agua ya en su pecho y el lodo frenando sus pies, hacia una cavidad de amplitud menguante que escasos metros más allá es pura tiniebla. Parece la marcha hacia el martirio. Las primeras imágenes del rescate de los Trece de Tham Luang subraya la angustia del equipo de rescate y también su proeza.

Las grabaciones y una rueda de prensa con los principales responsables de la operación desvelaron ayer los detalles escatimados hasta ahora. Algunas especulaciones quedaron resueltas. Los niños no nadaron ni bucearon a pesar de las clases aceleradas en la cueva. Ni siquiera caminaron en los tramos secos sino que fueron cargados en camillas empujadas por dos buzos. Completaron el trayecto con máscaras respiratorias integrales conectadas a las botellas de aire comprimido que portaba un submarinista. “No hicieron nada”, remachó el comandante en jefe de la Marina tailandesa, Apakorn Youkongkaew.

Las imágenes los muestran siempre inertes, lo que conduce a la cuestión de si estaban conscientes. El general y primer ministro Prayuth Chan-ochra, había estimulado el debate días atrás negando que hubieran sido sedados a pesar de que los expertos habían alertado de que un ataque de pánico habría sido fatal. Los responsables desvelaron ayer que fueron “tranquilizados” cumpliendo el protocolo de rescates con niños. 

Hubiera sido complicado el éxito de la misión sin el holandés Jeroen Van Heck, llamado tras cualquier inundación en Europa y voluntario en Tailandia. El diseño de su sistema, que comprendía cientos de bombas extractoras, secó las galerías incluso con el monzón rugiendo durante dos noches consecutivas. El mar de agua extraído ha dejado como víctimas colaterales a cientos de campesinos que han visto sus tierras anegadas. El Gobierno provincial ya ha destinado una primera partida de 50 millones de bahts (1,2 millones de euros) en indemnizaciones.

Boca de la gruta

De los cuatro kilómetros que separaban la boca de la gruta de la explanada donde se hallaban los jóvenes, sólo en 350 metros era imposible caminar. Y de esos, el buceo apenas era imprescindible en 150. Fueron los tramos más exigentes, con galerías serpenteantes, sin visibilidad y con una anchura por donde apenas cabía un cuerpo humano y que obligaba a los buzos a desprender las botellas de sus espaldas.

Los submarinistas australianos han revelado que el rescate pudo acabar en tragedia cuando ya se preparaba el champán. Habían salido todos los chavales y quedaban  los últimos buzos recogiendo el equipo a 1,5 kilómetros de la salida cuando se escucharon gritos. Las bombas de extracción acababan de fallar y el nivel del agua subía con rapidez. Los responsables del rescate, en la rueda de prensa ofrecida ayer en Mae Sai, describían las frenéticas carreras hacia la boca como una película de suspense. El centenar de trabajadores ganaron la salida menos de una hora después, incluidos los dos miembros de la Marina tailandesa y el médico que habían acompañado a los niños durante buena parte de la semana.

Los últimos detalles describen una operación tan audaz como arriesgada. La decisión, explicaban ayer, no permitía más dilaciones. A las inminentes lluvias se sumaba el deterioro del oxígeno en la plataforma conocida como “la playa de Pattaya” por el febril trasiego desde que los niños fueron encontrados por dos buzos británicos. La concentración de oxígeno había caído al 15% cuando la respiración humana óptima exige el 21%. El 12% es peligroso y con el 10 % se bordea el coma.

Ídolos nacionales

También ayer se vio por primera vez a los niños en el hospital. Las imágenes muestran a los ocho rescatados en las dos primeras jornadas compartiendo habitación, con máscaras quirúrgicas verdes y ofreciendo el tradicional saludo tailandés con las palmas de las manos unidas y la cabeza inclinada. El video emitido en la rueda de prensa corrobora su categoría de ídolos nacionales. Los presentes gritaban sus nombres y aplaudían a medida que la cámara recorría sus rostros.

Su buen estado ha sorprendido a los médicos, que sólo tienen que lidiar con problemas menores. Uno tenía una ligera arritmia que ya ha sido controlada, a dos se les están suministrando antibióticos contra la neumonía y otros tienen infecciones cutáneas y niveles anómalos de leucocitos en la sangre. Los niños, que fueron extraídos con los ojos vendados, siguen aún con gafas de sol. Han sido vacunados contra la rabia, por la presencia de murciélagos, y el tétanos. El miedo a que hayan contraído enfermedades infecciosas explica la mampara de vidrio en las reuniones con sus padres. Los niños permanecerán una semana en el hospital y seguirán en observación durante un mes. Los expertos alertan del riesgo de estrés post-traumático.