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Los niños atrapados en Tailandia podrían permanecer meses en la cueva

Los menores deben de aprender a bucear porque el principal impedimento para el rescate son los numerosos estrechos pasadizos inundados a lo largo de la gruta

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Adrián Foncillas

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Las noticias buenas primero: los críos están vivos. Las malas después: el final feliz es lejano y las condiciones climatológicas agravarán un cuadro ya complicado. Los 12 niños de entre 11 y 16 años y su entrenador de 25 años podrían pasar los próximos meses en la cueva del norte de Tailandia en la que se adentraron nueve días atrás.

Las primeras imágenes llegaron en la noche del lunes. Los dos submarinistas ingleses los mostraron macilentos y acurrucados sobre un islote de barro que sobresalía apenas un par de metros en una cámara anegada, dando las gracias y pidiendo algo de comer, incomodados por la linterna tras días sumidos en las tinieblas. La escena remite a otras sorprendentes gestas que miden la supervivencia humana en los ambientes más hostiles. Los chicos se encuentran débiles pero razonablemente bien. La temperatura de unos 26 grados y el agua de la lluvia filtrada hasta la gruta han evitado la hipotermia y la deshidratación.

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Los submarinistas les trasladarán alimentos de supervivencia y medicinas para primeros auxilios. La urgencia es que permanezcan secos y dispongan de comida, agua potable y aire respirable. Más adelante está previsto que reciban víveres para cuatro meses y lecciones de submarinismo para un posible rescate. Los ingenieros han llevado una veintena de bombas de extracción que cada hora retiran unos 10.000 litros y bajan un centímetro el nivel de las aguas. Pero las predicciones de fuertes lluvias para los próximos días entorpecerán el proceso y podrían impedir el acceso a la galería. Para sacarles de ahí se barajan diferentes opciones y ninguna es fácil.

Visibilidad nula

Los expertos han aclarado que las estrecheces de las galerías y la visibilidad nula son extremadamente exigentes incluso para los submarinistas profesionales. La salida de los críos, que no saben nadar ni bucear, se intuye muy sensible. Cualquier ataque de pánico podría ser fatal tanto para los niños como para los rescatadores. La decisión final dependerá del Ejército tailandés y por ahora se decanta por enseñar las naciones básicas de submarinismo a los atrapados, suministrarles algún tipo de artilugio para respirar y sacarles de uno en uno, con varios submarinistas en el camino y pasándoselos en una dinámica de relevos. Es la opción más rápida pero también la más arriesgada.

Los equipos de rescate, mientras tanto, perforan las paredes de la cueva para abrir vías de agua que bajen las inundaciones. La misión se ha visto entorpecida por el grosor de la roca y las dificultades de trasladar la maquinaria pesada. También preocupa que las perforaciones causen derrumbamientos fatales. El escenario, pues, apunta a una larga estancia de los críos en la cueva durante la que será necesario supervisar su salud. La privación de alimentos puede causar trastornos cardíacos o incluso la entrada en coma. “No creo que vuelvan rápidamente a casa”, ha admitido el gobernador provincial, Narongsak Osottanakorn.

Parque natural

La cueva de Tham Luang, en un parque natural de la provincia norteña de Chiang Rai, es la cuarta más larga del país. Sus diez kilómetros de angostas galerías y frecuentes desniveles dificultan su exploración y las autoridades prohíben el acceso en la temporada del monzón. La prensa local ha aclarado que el equipo de fútbol y su entrenador la conocían pero fueron sorprendidos por las inundaciones que siguieron a las fuertes lluvias. El grupo ha quedado atrapado a unos dos kilómetros de la entrada y a 800 metros bajo la superficie en una zona conocida como Playa de Pattaya.

El rescate de los jóvenes se elevó a prioridad nacional desde que se dieron las primeras voces de alarma y la atención se expandió al mundo en los siguientes días. Unos 1.300 efectivos han participado en las tareas, incluidos expertos de Estados Unidos, China, Japón, Australia y Reino Unido. El hallazgo arrastró al júbilo a todo el país cuando las esperanzas ya languidecían. John Volanthen y Rick Stanton, los submarinistas británicos que encontraron a los jóvenes e intercambiaron las primeras frases en su precario inglés, han entrado ya en el panteón de héroes nacionales.