La crisis es política en Europa
Europa no vive una crisis migratoria, vive una crisis política que usa ahora el miedo a la inmigración como arma arrojadiza y que se augura como en principio del fin de Merkel
Europa no vive una crisis migratoria, vive una crisis política que usa ahora el debate de la inmigración como arma arrojadiza. En el 2015, la llegada de inmigrantes superó el millón de personas, mientras que en lo que va de año las llegadas no suman más de 50.000. Pero a pesar de las cifras, el debate de la inmigración ha copado la Cumbre Europea que tiene lugar este jueves y viernes en Bruselas, dejando fuera de la arena política la reforma de la Eurozona y el brexit, los dos grandes temas que debían cerrarse y sobre los que se pasará de puntillas según reconocen las instituciones europeas. Incluso la posición común contra la guerra comercial de Donald Trump ha pasado a un segundo plano.
Una vez más, Europa vuelve a mostrar su fragilidad perpetua al ser incapaz de adoptar posiciones comunes en temas de gran trascendencia social y en momentos clave. Solo existe consenso alrededor de blindar más las fronteras europeas, pero no se logrará avanzar en el reparto de aquellos inmigrantes que tienen derecho a asilo, es decir los refugiados, ni en la distinción entre estos y los inmigrantes que llegan a Europa huyendo del hambre. Tampoco se quiere entrar en el debate de fondo que no es otro que ayudar a los países de origen a progresar y mejorar sus condiciones de vida.
Borrador del debate
En el borrador del debate se ha incorporado la polémica creación de centros fuera de la Unión Europea para acoger inmigrantes. Pero, aunque es una medida que puede lograr consenso como plan desesperado para frenar la inmigración y con ella los populismos que se alimentan de ella, genera muchas dudas, sobre todo éticas. Dónde se ubicarán estos centros, quién los supervisará, como se asegurará que respetan los derechos humanos. De entrada, el derecho internacional contempla que los refugiados tienen derecho a llegar directamente a un país y pedir asilo porque huyen de países en los que sus vidas corren peligro. No sería legal que se les confinara en un centro de un país extracomunitario vulnerando sus derechos y arriesgando sus vidas mientras esperan a pedir asilo.
Esta cumbre tiene una característica muy distinta a las que hemos vivido en Europa en la última década durante la era de rescates financieros y de la crisis griega. En aquellos Consejos Europeos, una Alemania poderosa imponía las normas y tenía la última palabra, los socios escuchaban y asentían. Ahora, Alemania llega en posición de pedir, más que de decidir.
Operación de salvamento
La cancillera alemana necesita una operación de salvamento para evitar que su Gobierno caiga y deje a Europa sin el liderazgo alemán, quizás lo que más preocupa a las instituciones europeas en un contexto de auge de los populismos y de la extrema derecha. Si Merkel tensa la cuerda demasiado a la derecha y opta por una línea muy dura con la inmigración para satisfacer a su ministro del Interior de la CSU Horst Seehofer, los socialdemocrátas del SPD podrían romper la coalición. Si por lo contrario no satisface las demandas de los bávaros, Seehofer ya ha advertido que cerrará las fronteras a partir de esta semana.
Una decisión así obligaría a Merkel a destituir al ministro y provocaría con toda seguridad la caída del Gobierno. Emmanuelle Macron y Pedro Sánchez han llegado al Consejo dispuestos a echar una mano a Merkel y ofrecerle quedarse con una parte de los refugiados de Alemania.
El Consejo Europeo va camino de acabar siendo un gran parche. Y podría pasar a la historia como el principio del fin de la era de Merkel tras 13 años en el poder. Una nueva era, todavía más incierta.
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