El Supremo de EE UU avala el veto inmigratorio de Trump

Los votos conservadores en el alto tribunal conceden una importante victoria política a la Casa Blanca y refuerzan su línea dura en las fronteras

Donald Trump continúa tensando la cuerda con Europa.

Donald Trump continúa tensando la cuerda con Europa. / periodico

Ricardo Mir de Francia

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Donald Trump ha encontrado en la máxima instancia judicial de Estados Unidos a un aliado de excepción para seguir convirtiendo a su país en un fortín frente a la inmigración extranjera. El Tribunal Supremo ha avalado la autoridad del presidente para restringir de forma indiscriminada la entrada de ciudadanos de determinados países musulmanes por motivos de seguridad nacional, un argumento que habían desestimado otros tribunales inferiores. El fallo judicial supone una victoria de envergadura para la Casa Blanca, que podrá mantener la última versión del veto que impuso a cinco países de mayoría musulmana (Irán, Siria, Yemen, Libia y Somalia), además de Venezuela y Corea del Norte. Esa lista incluye a algunas de las naciones más pobres del mundo, devastadas por la guerra y los conflictos políticos.

Trump no tardó en celebrar la noticia en las redes sociales. “El Tribunal Supremo ratifica el veto a los viajeros de Trump. ¡Wow!”, escribió en Twitter. Un asombro que está justificado porque el fallo amplía significativamente su margen de maniobra para controlar los flujos inmigratorios a EE UU. Ya durante la campaña, el magnate se comprometió a vetar completamente la llegada de musulmanes al país y, durante toda su presidencia, se ha dedicado a criminalizar a los hispanos que cruzan sin papeles la frontera. Trump ha sugerido que estos últimos están “invadiendo” el país y, como hace la extrema derecha racista europea, ve en todos ellos una amenaza para la cultura y los valores occidentales. “Queremos fronteras fuertes. No queremos crimen”, dijo el lunes.

La decisión ha vuelto a dividir completamente a los magistrados del Supremo, aunque al final ha prevalecido la opinión de la estrecha mayoría conservadora por cinco votos a cuatro. En liza estaba la tercera versión del veto que Trump impuso inicialmente una semana después de llegar a la presidencia. Aquella medida inicial desató el caos y la confusión en los aeropuertos y acabó siendo paralizada por un juez federal de Hawái, que, entre otras cosas, consideró que discriminaba a los musulmanes. Desde entonces, la Administración ha ido descafeinando el veto, que en su última redacción incluyó también a los ciudadanos de Corea del Norte y Venezuela, un añadido que a ojos de sus detractores solo pretendía maquillar la discriminación religiosa.

Pero el Supremo ha dado la razón al presidente, al argumentar que el veto “se ajusta a los poderes de su autoridad presidencial” y rechazar que tenga un componente discriminatorio. También desestimó los reiterados comentarios y tuits islamófobos de Trump durante la campaña, uno de los elementos que sirvieron a otros tribunales inferiores para suspender la aplicación de la medida. “La proclamación está expresada en motivos legítimos: prevenir la entrada de nacionales que no pueden someterse a controles de seguridad adecuados e inducir a otras naciones a mejorar sus prácticas”, ha escrito el presidente del tribunal, John Roberts, el único al que se considera un magistrado bisagra. 

En términos prácticos, el fallo matiene viva la última versión del veto, que ha venido aplicándose desde diciembre del año pasado, cuando el Supremo dio vía libre a su aplicación mientras estudiaba el caso. Las restricciones vigentes varían en función del país, pero a grandes rasgos se prohíbe la inmigración de los ciudadanos de los siete países incluidos en la lista negra, así como los visados para que puedan trabajar, estudiar o visitar EE UU. Hay excepciones. Por ejemplo, los iranís podrán seguir participando en intercambios estudiantiles y algunos somalís podrán emigrar siempre y cuando superen estrictos controles de supervisión.

En términos políticos, refuerza la línea dura de la Administración, cuando trata de sellar la frontera de México y solo unos días después de que tuviera que interrumpir su cuestionada política de separar a las familias de los inmigrantes indocumentados. 

El acalorado debate en el Supremo fue un reflejo del que se vive en las calles del país, donde el chovinismo más exaltado choca con la tradición del que es un país de inmigrantes, a pesar de que ha cerrado periódicamente sus fronteras a ciertas nacionalidades y grupos étnicos, religiosos o políticos en el último siglo. La jueza Sonia Sotomayor, una de las cuatro voces discordantes, comparó el fallo del Supremo con aquel otro de 1944 que permitió encerrar a los estadounidenses de origen japonés en campos de internamiento durante la segunda guerra mundial. El dictamen, dijo Sotomayor, “repite los trágicos errores del pasado” y “les dice a los miembros de las minorías religiosas que no pertenecen”.

La Casa Blanca, en cambio, describió el fallo como “una tremenda victoria” que le ayudará a proteger a los estadounidenses del “terrorismo y el extremismo”, al tiempo que reivindica sus posturas “tras meses de comentarios histéricos” por parte de los medios y los demócratas.