el poder del dinero

La ciénaga de Trump

De las promesas de limpiar Washington de la influencia y la corrupción del dinero se ha pasado a una entrega a Wall Street y los lobis, un cambio de discurso que encarna el jefe de la Oficina de Presupuesto, Mick Mulvaney

mick mulvaney

mick mulvaney / .43060298

Idoya Noain

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

El pasado martes, ante 1.300 ejecutivos y lobistas del sector bancario y financiero que participaban en una reunión de la Asociación Americana de Banqueros, Mick Mulvaney, jefe de la Oficina de Presupuesto de la Casa Blanca de Donald Trump, explicó cómo funcionaba cuando era congresista por Carolina del Sur. “Si era un lobista que nunca nos daba dinero no hablaba con usted. Si era un lobista que nos daba dinero, podía hablar con usted”.

Las palabras de Mulvaney no descubren nada nuevo sobre el funcionamiento de Washington, donde el lobi y las donaciones son lo que algunos identifican como “corrupción institucionalizada” y legal, aunque según Mulvaney son “uno de los puntales fundamentales de nuestra democracia representativa”. Pero su intervención incluyó también una llamada a los presentes a seguir usando su dinero para influenciar y marcar la agenda legislativa y política. Desató una tormenta. Y ha quitado la careta al ‘modus operandi’ de la Administración de Trump, un presidente que está muy lejos de cumplir la promesa de campaña de “limpiar la ciénaga” de Washington. “La gente en el Gobierno puede que siempre haya dado más influencia a sus donantes pero al menos en público pretendían que no era el caso. La Administración Trump ni se molesta en poner una fachada”, ha escrito en la revista 'New York' el columnista Jonathan Chait.

Entregados a Wall Street

Las palabras de Mulvaney son especialmente impactantes porque también dirige la Oficina de Protección Financiera del Consumidor (CFPB por sus siglas en inglés), uno de los pocos órganos creados en 2011, tras la última gran crisis, para tratar de proteger al ciudadano de los excesos y abusos de Wall Street. Trump lo designó para el cargo, aunque con carácter temporal, en noviembre y desde entonces Mulvaney, que en su época de congresista presentó una legislación para intentar desmantelar la CFPB, solo ha tomado medidas que debilitan la oficina.

Se han frenado, por ejemplo, nuevas investigaciones y se han reducido algunas en marcha. Mulvaney anunció el martes a los banqueros que pretende también restringir el acceso público a la base de datos de quejas presentadas por los ciudadanos. Y está intentando también que la financiación de la oficina deje de depender de la Reserva Federal, lo que daría más influencia a los congresistas (y con ello a los lobistas) para influir.

El debilitamiento de la CFPB ha sido desde su creación una de las metas de Wall Street y Mulvaney se la está poniendo en bandeja. Ha dejado claro que sigue funcionando con la filosofía de acceso a cambio de dinero que le guió en su etapa de congresista. Y muchos han interpretado su discurso como una llamada al sector a llenar las arcas de las campañas de candidatos republicanos para las elecciones legislativas de noviembre para seguir impulsando una agenda conservadora que les beneficia.

Según una información de la agencia de noticias AP, la aprobación de la reforma fiscal de Trump, con sus recortes de impuestos para las grandes corporaciones y las rentas más altas, ya les ha dejado beneficios y los seis grandes bancos se han ahorrado 3.600 millones de dólares en impuestos en el primer trimestre del año. La lluvia de millones a causas y candidatos republicanos también refleja ya la doble vía. Si en el ciclo electoral del 2016 el sector destinó el 54% de los 600 millones de dólares en donaciones a los republicanos, según datos de OpenSecrets.org, el porcentaje ha subido al 57,3% en los 203 millones ya invertidos en el ciclo electoral del 2018.

Supervivientes a los escándalos

Más allá de la tormenta desatada por Mulvaney, el fulguroso momento que vive la “ciénaga” en la era de Trump también quedó de manifiesto esta semana en el Congreso, cuando en una comparecencia el secretario de la Agencia de Protección Ambiental, Scott Pruitt, fue interrogado por sus excesos: billetes de avión en primera clase, subidas de sueldo inexplicables para un par de empleados, escandalosos gastos o un sospechoso arreglo de alquiler de una casa en Washington con una lobista energética que tiene negocios con su departamento.

Auténtico bulldozer de Trump en su empuje por la desregulación en materia medioambiental, Pruitt parece, al menos por ahora, seguro en su puesto, y eso que sus escándalos son mayores que los que llevaron a dimitir a Tom Price como secretario de Salud o a los de David Shulkin como secretario de Asuntos de Veteranos (una resignación forzosa tras la que se han identificado intereses de impulsar la privatización de los servicios a los antiguos militares).

Tampoco parece tambalearse Ben Carson, el secretario de Vivienda. Le salpica el escándalo por haberse gastado 31.000 dólares en una vajilla para su Departamento, pero la Administración respalda a un hombre que está proponiendo triplicar los alquileres para los más pobres en viviendas de protección oficial, además de imponer requerimientos de trabajo y reducir subsidios.