PASO DE GIGANTE HACIA LA DISTENSIÓN

Las cicatrices en la zona desmilitarizada

Un hombre pasa junto a la antigua sede del Partido Comunista en Cheorwon.

Un hombre pasa junto a la antigua sede del Partido Comunista en Cheorwon. / .43067504

ADRIÁN FONCILLAS / CHEORWON (ENVIADO ESPECIAL)

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Ese conjunto herrumbroso y deforme fue una locomotora, aclaran los lugareños. El tren que unía Seúl con la cordillera Kumkang tenía su tramo más poético en el centenar de metros del puente sobre el río Hantan y sus prados a ambas orillas. Un muro secciona hoy las vías en el lado sur y la espesa maleza ha engullido las del norte. El tren metaforiza a un país que siete décadas atrás quedó dividido y aún no ha superado la lógica de la guerra fría.

Las turbas turísticas que acuden a la Zona Desmilitarizada (DMZ) acaban en Panmunjeom, la localidad que acoge hoy la cumbre presidencial en su Casa de la Paz, pero la comprensión de la crudeza pasada y presente exige pasarse por Cheorwon. Fue del norte por estar sobre el paralelo 38 pero tras la guerra pasó al sur. Desde el observatorio militar, en un montículo sobre la DMZ, se ve la línea de alambrada serpenteando por el valle hasta donde se pierde la vista y el observatorio norcoreano a lo lejos. Unos y otros se vigilan con prismáticos desde 1953. Rompe la paz en la península pero continúan las precauciones: el soldado me obliga a borrar mis fotos.

Batallas sangrientas

Cheorwon acogió algunas de las batallas más sangrientas y cinematográficas de la guerra. En un monumento están inscritos los nombres de los 844 soldados surcoreanos muertos en la mítica batalla de la Colina de Caballo Blanco. No hay, por supuesto, mención a los 14.000 chinos muertos. El promontorio, desde el que controla toda la zona, cambió de manos al ritmo de febriles ofensivas y contraofensivas. Un grabado con el cobre de los casquillos encontrados muestra a los “tres héroes de guerra” que tomaron un nido de ametralladoras en una expedición suicida armados apenas con granadas.

No hay rastro en Cheorwon de la grandeza que le había reservado Kim Il Sung. El padre de la nación norcoreana pretendía establecer aquí la capital de una Corea reunificada bajo su égida y ordenó levantar la sede del Partido de los Trabajadores. De aquel orgulloso edificio de tres plantas aguanta apenas la fachada y el esqueleto apuntalado con vigas.

Túneles de Vietnam

Años atrás un campesino escuchó una extraña detonación bajo tierra y los soldados tardaron días en encontrar el túnel número dos. Estaba excavado a decenas de metros y no recuerda a aquellos túneles de Vietnam por los que apenas cabía una caja torácica. Su amplitud de tres metros habría permitido el traslado de pesada artillería y el paso de 16.000 soldados en una hora para invadir el sur.

Cheorwon fue el escenario de la guerra y sería la primera en caer si regresara. No es la mejor publicidad para una zona donde ya sólo viven ancianos, soldados y algún terco agricultor. Una profesora veinteañera de la sureña ciudad de Pusan recuerda su terror cuando la destinaron aquí tres años atrás. “Aún me asusto cuando enseño a los niños y escucho las detonaciones de los ejercicios militares. Ellos, en cambio, ni se inmutan”, sostiene. Pero la guerra también ha dotado de un raro encanto a la zona.

Es un paréntesis sereno de arrozales e invernaderos en uno de los países más frenéticos e industrializados del mundo. No parece pertenecer al mismo país, ni siquiera al mismo mundo que Seúl. La forzosa descolonización humana en la DMZ y el éxodo en la región ha propiciado la aparición de fauna poco habitual como grullas salvajes. Las autoridades ya ven el filón en la creación de parques naturales y reservas. “He acabado cogiéndole el gusto, no me quiero ir de aquí”, termina la profesora.