El trauma de los rohinyás: pintando al hombre malo

Los refugiados huidos de Birmania arrastran graves problemas piscológicos

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RICARD GARCIA VILANOVA / COX' BAZAR

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Nur Mohammed, de 65 años, hace un mes que tiene pesadillas y casi no puede comer. Decidió visitar al psicólogo de Médicos del Mundo. "Hace tres días que tengo la misma visión. Estoy con mis amigos en mi pueblo, charlando, bromeando pero entonces aparece el ejército birmano disparando y morimos todos".

Dice sentirse mejor cuando sale de la consulta, que se encuentra ubicada en la entrada del campo de Jamatoli y donde se distingue un cartel donde se lee Salud Mental. Aun así, son pocos los que acuden a buscar ayuda psicológica porque es un estigma entre la comunidad rohinyá. "Se piensan que hablamos de locos, y creen que ellos no lo necesitan", relata la psicóloga de Médicos Sin Fronteras, Juliana Puerta. Vivir experiencias traumáticas no quiere decir estar traumatizado. Pero si los síntomas perviven entonces sí hay que tratarlo", añade esta colombiana de 35 años.

"Los síntomas son siempre alucinaciones, adicciones. Lloran sin saber por qué, no pueden dormir, tienen pesadillas, 'flashbacks', enojos sin motivo", explica el doctor Safi Ullah. Pero no todas las personas lo canalizan de la misma forma.

Paralítica por el trauma

El caso más grave que recuerda Puerta es el de una madre cabeza de familia con siete hijos a su cargo, que quedó paralítica por el trauma psicológico. "Los médicos le miraban las piernas pero no tenía nada, simplemente sus piernas dejaron de caminar y sus hijos la tuvieron que traer en una silla de bambú". Después de varias sesiones de salud mental, mostró signos de recuperación y "empezó a dar unos primeros pasos con la ayuda de un bastón".

Save the children tiene presencia en todos los campos desde el inicio de la crisis con proyectos centrados en la protección de menores, el colectivo mas vulnerable en los campos. El 55% de los refugiados -unos 450.000- son niños, que siguen malviviendo entre brotes de difteria y diarrea. Se han dado más de 157.000 casos de malnutrición severa o aguda.

En el campo de Kerantoli, uno de los campos mas abruptos que hay en Cox’s Bazar, una treintena de niños están en corrillo con varios lápices de colores y papel, supervisados por monitores. Muchos de estos niños han sufrido una evolución desde su llegada. "Al principio no les gustaba pintar con el color rojo porque en Birmania vieron demasiada sangre. Estamos trabajando para que entiendan que aquí pueden usar todos los colores, que no hay nada que temer porque están seguros", explica Keya de 21, bangladesí y  una de las monitoras que trabajan a diario en este campo.

Después de una lección del abecedario en inglés, les dejan dibujar libremente. De esta forma los monitores pueden evaluar el grado de afectación que tienen en función del lo que muestren en sus dibujos. Keya se fija en Mohammed, de 5 años, (el nombre no es real para protección del menor), que en vez de jardines y flores, dibuja con el rotulador negro a un hombre armado.

"Es un hombre malo que tiene en la mano un martillo", explica el pequeño. A Ahmed, de 10, le gusta pintar con el naranja. "Esto es mi casa, esto es mi jardín, esto es el mar y esto un helicóptero", va diciendo mientras resigue con el dedo su papel. "Un helicóptero como los que había encima de mi casa en Birmania".