NOMBRAMIENTOS EN CHINA
Xi arrastra a su lado al zar contra la corrupción
Wang Qishan, un reputado apagafuegos, es nombrado vicepresidente chino a pesar de su avanzada edad
Adrián Foncillas
Periodista
Adrián Foncillas
Wang Qishan, el zar contra la corrupción, ha pasado de jubilado a vicepresidente del país. El presidente, Xi Jinping, ha arrastrado a su fiel aliado a su vera dinamitando de nuevo los viejos usos de la política china. Ambos han sido nombrados esta mañana por la Asamblea Nacional Popular (el Parlamento chino) en la enésima muestra de su sometimiento a los designios del partido. De los casi 3.000 diputados, ninguno ha votado en contra de Xi y solo uno se ha opuesto a Wang.
Wang, de 69 años, carecía de cargos relevantes en el partido desde que en el Congreso del pasado año dejara el Comité Permanente (formado por siete miembros que pilotan el país) y la jefatura de la poderosa Comisión Central de Disciplina e Inspección (CCDI). Su nombramiento rompe la casuística. Primero, porque su edad empuja a la jubilación. Segundo, porque dotará de alcance a un cargo que hasta ahora era puramente ceremonial. Y tercero, porque introducirá un elemento extraño, sin cargo relevante en el partido, en la toma de decisiones que antes se ventilaban los miembros del Comité Permanente. Es la clase de movimientos tectónicos frecuentes desde la irrupción de Xi, que igual ignora las reglas no escritas como reforma la Constitución para asegurarse la presidencia vitalicia.
La relación de Xi y Wang se forjó en su juventud. Ambos fueron represaliados en la delirante Revolución Cultural y enviados a la provincia rural de Shaanxi. Allí, tras jornadas de trabajo extenuantes, se reunían a menudo salvando los cinco kilómetros que separaban sus aldeas. Wang, cinco años mayor que Xi, estudió Historia china en la universidad y pavimentó su carrera política tras desposar a la hija del viceprimer ministro Yao Yilin.
Wang es eficaz, discreto y vertical, esa clase de tipo que cualquier Gobierno necesita. Pronto demostró que podía apagar cualquier incendio. Da igual lo que le echaran: la crisis de los mercados asiáticos de 1997, la epidemia del SARS del 2003, los preparativos olímpicos para Pekín del 2008 o los de la Expo de Shanghái del año siguiente.
Limpieza del partido
Todas esas misiones palidecían en comparación con la limpieza del partido que le encomendó Xi cuando alcanzó la presidencia en el 2003. La podredumbre moral en la organización, vista por el pueblo como un nido de arribistas más preocupados por sangrar las arcas públicas con banquetes y concubinas que por servirlo, amenazaba su pura supervivencia. No hay dudas de la eficacia de Wang. En un lustro ha castigado a un millón de funcionarios, terminado con la impunidad y extendido el terror entre los miembros a que un día llamen a su puerta los agentes de la CCDI. Tampoco hay dudas de que la lucha contra la corrupción ha desbrozado de rivales el camino de Xi.
Se desconoce cuál será el cometido concreto de Wang en su nuevo puesto, pero sus recientes reuniones con líderes extranjeros sugieren un papel relevante en las relaciones internacionales. La prensa hongkonesa señala que su primera misión será lidiar con la guerra comercial que ha desencadenado Estados Unidos con sus aranceles. China ha vuelto a recurrir al bombero Wang, ya casi septuagenario, para el enésimo incendio.
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