GUERRA EN SIRIA

La tragedia de Heba, la tragedia de Guta

Su hijo de dos años acaba de morir en un bombardeo. Meses atrás falleció otro de sus hijos bajo las bombas. Y a su bebé de meses, que se muere de malnutrición, esta mujer siria de 20 años solo puede darle el dedo para lo chupe y así engañar su hambre

Heba Hamuri coloca su dedo en la boca de su bebé hambrienta en un centro médico en Duma (en el este de Guta), el pasado 8 de enero.

Heba Hamuri coloca su dedo en la boca de su bebé hambrienta en un centro médico en Duma (en el este de Guta), el pasado 8 de enero. / REUTERS / BASSAM KHABIEH

Adrià Rocha Cutiller

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Son una serie de imágenes que explican la historia de una familia, la de Heba Amuri, pero que cuentan, también, la realidad que, desde hace siete años, tiene que soportar la población siria.

Heba espera sentada en una furgoneta con su hijo de dos años en brazos, tapado y atado con una manta azul: acaba de ser sacado de las ruinas de un mercado tras un bombardeo el pasado 8 de enero de aviones del régimen de Asad o de Rusia sobre Duma, la principal ciudad de la provincia de Guta. Está muerto. 

Heba, ahora ya en el centro médico, también abraza a su hijo, y sigue esperando una ayuda que no llega. Se desespera con su bebé en los brazos: sabe que la ayuda no llegará, y que su otra hija, de dos meses, que también estaba en el bombardeo pero que no ha resultado herida, también se está muriendo, pero de hambre. Esta región, controlada por la oposición siria, vive bajo estado de sitio desde hace años. La comida y las medicinas que entran lo hacen en cuentagotas y a precios imposibles. 

Siguiente imagen. Heba, sentada en el hospital y con los ojos hinchados de llorar, pone su dedo en la boca de su hija (la única que le queda). No puede ofrecerle nada más que eso. A falta de comida, lo único que puede darle Heba a su hija es un dedo.

El inicio de la guerra

Heba Amuri tenía 13 años cuando la guerra en Siria, cuando el dictador Bashar el Asad, para reprimir unas protestas, dio ordenes a su Ejército de matar primero a los manifestantes y luego a todos los demás. Heba tiene ahora 20 años. Emir, como se llamaba su hijo muerto en el bombardeo, es el segundo que pierde por la guerra

Sólo le queda una, tan pequeña que debería beber del pecho de su madre. Pero Heba, como muchas de las 400.000 personas que según la ONU viven atrapadas sin poder salir de Guta, sufre malnutrición: no puede alimentar a su hija.

En Guta, si el hambre y la escasez no acaban contigo lo hace una bomba. O ambos: «Mi hijo de dos años murió hambriento. Le queríamos alimentar. Estaba llorando de hambre cuando salimos de casa para ir al mercado», ha explicado Heba en el hospital.

Intensificación

Además del hambre y la escasez —que lleva años produciéndose—, desde el inicio de 2018 Damasco y sus aliados, Rusia e Irán, han intensificado los bombardeos sobre esta región, situada muy cerca de la capital siria. En los dos últimos meses han muerto en Guta 329 civiles, de los cuales 79 eran niños. Según los 'cascos blancos', una organización de rescate de civiles, solo desde el pasado 1 de enero; o sea en los últimos 15 días, los bombardeos han matado a 180 personas en la provincia, incluídos 51 niños

Las Naciones Unidas denuncian que los ataques del régimen y Rusia no son contra objetivos militares, sino contra complejos residenciales, guarderías, escuelas, hospitales, mercados: el objetivo es la gente.

«Dos instalaciones médicas —dijo en un comunicado este domingo de UNICEF— fueron atacadas hace unos días en Guta, y la mayoría de los hospitales han tenido que cerrar a causa de esta violencia. En muchos lugares, las clínicas móviles son la única forma de poder dar asistencia médica. Las escuelas, en Guta, también han tenido que cerrar».

«Es vergonzoso que después de casi siete años de conflicto continúe una guerra sobre los niños mientras el mundo lo contempla», ha lamentado UNICEF.

«Guerra acabada»

En las últimas semanas, el régimen de Damasco ha acelerado sus ofensivas sobre los dos últimos bastiones controlados por las milicias opositoras en Siria. Uno, el que peor lo está sufriendo, es Guta, donde los rebeldes están completamente rodeados por las fuerzas leales a Asad. El otro es Idleb, donde Turquía, sin el consentimiento de Damasco, tiene apostadas fuerzas de «pacificación».

Esta última ofensiva de Asad ha provocado centenares de muertos que siguen sumándose, y lo que podría llegar a ser, según algunos expertos, otra crisis de refugiados.

Pero algo, en esta ecuación, falla: en noviembre, el presidente ruso, Vladímir Putin, declaró, todo solemne, que la guerra en Siria se había acabado; que ellos —Damasco, Moscú y Teherán— la habían ganado. «Misión cumplida. Habéis luchado brillantemente. Ahora podéis volver a casa victoriosos», dijo entonces, seguramente con orgullo, Putin a sus soldados desplazados en Siria.

Dos meses después, la guerra, los bombardeos, el hambre provocada y las ofensivas y los disparos continúan. Rusia, como todos los demás contendientes, sigue bien metida dentro del país. Y los civiles, como el hijo de Heba, siguen muriendo.

«Que Dios proteja a los niños, y a todos. Y que se lleve la vida de Asad», dijo Heba tras perder a su hijo. Ella sigue viviendo. En Guta. Tiene 20 años: el 40% de su vida bajo las bombas. Se llama Heba: Heba Amuri.