Halloween contra el terror

Nueva York disfruta de Halloween pese al atentado

Horas después del atentado, la ciudad bullía con el desfile de Halloween y los bares llenos, con la gente entregada a unas finales de béisbol

Multiple People Injured After Truck Plows Through New York City Bike Path

Multiple People Injured After Truck Plows Through New York City Bike Path / kb

Idoya Noain

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En sus orígenes celtas, lo que ahora es la fiesta de Halloween celebraba el fin de la cosecha, un momento en que se creía que se estrechaba la línea que separa este mundo del de los espíritus, dejando pasar tanto a los benévolos como a los malévolos, y donde máscaras y disfraces eran una forma de protegerse. Este 31 de octubre, en un Nueva York golpeado de nuevo por el terrorismo, la fiesta cobró, en cierto modo, su sentido.

Las autoridades tomaron la decisión de no suspender el desfile anual de Halloween que recorre el West Village por la Sexta Avenida, muy cerca del paseo junto al río Hudson que el uzbeko Sayfullo Saipov sembró de ocho muertos, 11 heridos y pánico. Y solo cuatro horas después de ese atentado, el Village vibraba, lleno de gente de todas las edades y orígenes, turistas y locales, familias con niños y algún solitario, disfrazados o como espectadores.

La presencia policial se había incrementado (aunque las autoridades no han querido dar la cifra de refuerzos ni de agentes desplegados). Y aunque había algo menos de gente que otros años, prácticamente nada sugería lo que había pasado poco antes.

“Es terrible lo que ha sucedido hoy pero estamos aquí en la calle”, decía Sandy Bernard, una vecina de mediana edad de la calle 13 que se había apostado tras una valla de seguridad para seguir el desfile. “Al principio estaba escéptica de salir, sé que es una oportunidad para que cualquier loco se lance a hacer otra locura, pero veo a la policía y me da tranquilidad”, decía.

Bernard  vivió el 11-S, sintió sobre su casa el primero de los dos aviones que hace 16 años se lanzaron contra las Torres Gemelas y dejaron 2.753 muertos en la ciudad, y se recuerda muy diferente: “en estado de shock, sin fuerzas casi para asearme, saliendo a la calle para repartir galletas entre los bomberos”... Ahora habla con calma, asumiendo que ataques como el de Saipov forman parte de la nueva normalidad. “Mira Londres, París, Barcelona, en todos sitios... Nada es sorprendente. Esto es es como son las cosas ahora. Y lo serán hasta que hagamos algo mejor”.

Todos los presentes parecían haber interiorizado o tener asumido el mensaje que había lanzado el gobernador, Andrew Cuomo: “Sed neoyorquinos, vivid vuestra vida”. Y había muestras incontables de que en esta urbe el terror no marca todo, ni siquiera en el día de un atentado. Cuando el alcalde, Bill de Blasio, se marchaba del desfile enfiló con sus guardaespaldas y asesores la calle 11. Y se disponía a subirse a uno de los todoterrenos blindados de su comitiva cuando una mujer desde la acera empezó a espetarle: “¿En su mundo no hay cambio climático ¿no? ¡Eso, eso, huya en su todoterreno!” Nada de aplausos o agradecimientos.

Al acabar el desfile de Halloween la marea humana se fue repartiendo, de vuelta a casa, o diseminándose en fiestas y bares, en muchos casos llenos de gente que seguía el partido de las series mundiales de béisbol en el que los Dodgers acabaron forzando un séptimo y definitivo encuentro con los Astros. Y solo conforme se avanzaba hacia al oeste y hacia el sur, las calles siempre más desiertas de Tribeca se volvían más graves y fantasmagóricas, iluminadas con las luces de los vehículos policiales, sobrevoladas ocasionalmente por algún helicóptero.

En el cruce de Greenwich con Chambers, la calle donde acabó su letal recorrido Saipov, aún estaban los camiones de satélites de televisión, los reporteros, las cámaras, algún vecino paseando el perro y algún curioso. Pero cuando se intentaba avanzar hasta la West Side Highway, la policía impedía ya el paso. “Es la escena de un crimen”, recordaba un agente.