PRÓXIMAS ELECCIONES

La ultraderecha rompe el tablero político en Alemania

La nacionalista e islamófoba Alternativa para Alemania (AfD) apunta a convertirse en tercera fuerza política del país captando el voto indignado y el de los sectores más radicales

Gauland, candidato de AfD a la cancillería alemana, durante un acto en Fráncfort del Óder, el 11 de septiembre.

Gauland, candidato de AfD a la cancillería alemana, durante un acto en Fráncfort del Óder, el 11 de septiembre. / periodico

Carles Planas Bou

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El día amanece gris. El tranquilo e histórico distrito de Spandau, a las afueras de Berlín, se despierta entre gritos y el rumor de furgones policiales. Frente a la Ciudadela, una fortaleza del siglo XVI, un grupo de manifestantes cantan bajo la lluvia. A falta de escasos días para las elecciones, el partido ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD) recibe como invitado especial a Nigel Farage, exlíder del británico UKIP y padre del 'brexit'. El acto, único, reúne a casi un centenar de seguidores de la formación islamófoba que aspira a entrar por primera vez en el Parlamento y convertirse en la tercera fuerza, con un 11% de los votos.

Dentro, gente mayor vestida de domingo charla con hombres de peinado relamido y uniformados con la flecha roja de AfD en la solapa de su chaqueta. Beatrix Von Storch, candidata del partido en Berlín, aparece entre aplausos para relacionar refugiados y terrorismo. “Conseguiremos que haya una guerra civil en Alemania. No es que no tengamos corazón, es que además también tenemos cabeza”, exclama. El año pasado, Von Storch apostó por disparar a los que cruzasen ilegalmente la frontera.

Voto de protesta

La inmigración es un tema clave para explicar su auge, pero AfD también vive del voto de queja, más pragmático que idealista. “Los votaré únicamente porque quiero una oposición real en el Parlamento. Antes había votado a Die Linke (izquierda poscomunista)”, confiesa Hans, de 82 años, quien asegura que esa decisión le ha costado discusiones con su hija. Como Alexander Gauland, líder de AfD y candidato a la cancillería, este hombre de aspecto afable y parlanchín viste con una americana de cuadros y se esconde tras unas gafas plateadas a media nariz. Como tantos otros, Hans está harto de que conservadores y socialdemócratas convivan en el poder con políticas que ve “iguales”.

Farage, molesto con las preguntas de la prensa que le recuerdan los flirteos nazis de AfD, insiste en que solo viene para apoyar a la candidata berlinesa y para promover la desintegración de la Unión Europea. “Alemania es el único país que puede ayudar a que eso pase”, celebra. Aunque la deriva ultra surgida a raíz de la llegada de refugiados lo haya eclipsado, AfD nació en el 2014 como formación euroescéptica. Volver a la Europa de naciones-estado con fronteras cerradas sigue siendo su objetivo. Irónicamente, esta emblemática ciudadela del Renacimiento se sostiene con fondos de Bruselas. Ambos salen ovacionados.

Pobreza y refugiados

En Magdeburgo las formas no son tan pulidas como en Berlín. Es martes por la tarde y poco más de un centenar de personas, mayoritariamente hombres de avanzada edad, se reúnen en la plaza de la catedral. Con un 24,2% de los votos que la catapultó como segunda fuerza política, AfD ha convertido el estado oriental de Sajonia-Anhalt, uno de los más pobres del país, en su principal bastión. El ala más dura del partido está de visita. A Gauland se le suman los líderes regionales André Poggenburg y Björn Höcke, provocador considerado el brazo de AfD más cercano a posiciones filonazis. Al otro lado de la plaza, divididos por una valla metálica y por la presencia de decenas de policías, un centenar de jóvenes silban y gritan proclamas antifascistas. Ni la lluvia ni el fuerte viento los mueve. Las dos Alemanias, frente a frente.

Un hombre se acerca a los manifestantes señalando un cartel del partido que pide ayudar a los niños pobres del país. ¿Eso es ser un nazi?”, les grita, indignado. Más allá de su cara radical, AfD atrae el voto de protesta, apelando a la catastrófica imagen de un país hundido en la miseria. No sin relación, un 34% de sus votantes son de clase obrera, más que ningún otro partido. Es el caso de Frank, trabajador local de 54 años. “AfD habla de los problemas reales de la gente. Es una revolución democrática contra la arrogancia y desvergüenza de los partidos actuales, que nos acusan de nazis”, asegura. Para él, Merkel es “una marioneta del sistema” mientras que los “niños” que se manifiestan al otro lado de la plaza han sido enviados por el Gobierno para boicotearles.

La élite del partido sabe que su fuerza nace, en parte, del desencanto con la CDU. Muchos de sus votantes son conservadores decepcionados con la política migratoria de Merkel y no dudan en meter el dedo en la llaga. “Los refugiados han traído el terrorismo y la criminalidad a nuestra tierra. No queremos los refugiados de Merkel, no queremos su multiculturalidad”, exclama Gauland, ante los vítores de sus correligionarios. “¡El islam no pertenece a Europa, volved a vuestros países!”, añade Höcke, mientras levanta los brazos. Los refugiados se han convertido en el chivo expiatorio ideal para canalizar la frustración de aquellos a los que el “todo va bien” de Merkel les parece una utopía. En medio del gentío, un hombre aplaude y levanta con fuerza su cartel. “Helmuth Kohl también habría votado a AfD”.