Pekín y Hong Kong exhiben las grietas tras 20 años de matrimonio

El presidente Xi Jinping pasa revista a las tropas chinas en Hong Kong.

El presidente Xi Jinping pasa revista a las tropas chinas en Hong Kong. / periodico

ADRIÁN FONCILLAS / PEKÍN

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Hong Kong y China alcanzan los 20 años de matrimonio con la pasión extinguida, la convivencia convertida en una sucesión de reproches y la recomendación mutuamente ignorada de llevarse bien porque no habrá divorcio. Xi Jinping, presidente chino, comprobará este fin de semana las grietas en el icónico modelo de “un país, dos sistemas”.

La primera visita de Xi como presidente se antoja convulsa. A un lado, las decenas de actos oficiales y festejos por el regreso a la madre patria que disfrutará la población con hondas raíces chinas. Al otro, las protestas de una juventud cada vez más celosa de sus esencias cantonesas. Y en medio, un cordón sanitario de miles de policías y barricadas.

Pekín y el Gobierno hongkonés se han esforzado en que nada altere el triunfal paseo presidencial cuando se van a cumplir tres años de las revueltas que paralizaron el vibrante pulso de la excolonia. Miles de jóvenes ocuparon las calles del corazón financiero durante 79 días exigiendo unas elecciones libres en el mayor pulso contra Pekín desde las protestas de Tiananmén de 1989.

Nada de lo ocurrido desde entonces ha calmado el ambiente. La ocupación acabó por puro cansancio sin que Pekín cediera un milímetro, incidentes como la detención de libreros han acrecentado el temor al creciente intervencionismo del interior y ambos bandos se han enrocado en su beligerancia. La reciente concentración para exigir la liberación efectiva del Nobel de la Paz Liu Xiaobo sirvió para recordar en la víspera de la llegada de Xi que la isla no es el interior.

Brian Bridges, catedrático de Ciencia Política de la Universidad de Lingnan (Hong Kong), señala que aunque Pekín enfatice el sintagma “un país”, es irónicamente el de “dos sistemas” el que da a los locales la justificación para luchar por su estilo de vida y desarrollo democrático. “China ha proporcionado a los hongkoneses una base legal y ciertamente moral para continuar subrayando sus diferencias con el interior”, añade.

La última Union Jack

Hace 20 años se arrió la Union Jack y se izó la china, sonó el 'God Save The Queen' por última vez, 4.000 soldados chinos arribaron a la isla y el buque Britannia zarpó con el Príncipe Carlos, el primer ministro Tony Blair y el último gobernador británico, Chris Patten, rumbo a Inglaterra. Al gran imperio europeo le costó digerir el trasvase. El príncipe se refirió a los mandatarios chinos como horribles figuras de cera y la prensa nacional vaticinó la muerte de Hong Kong.

Ocurrió lo contrario. La brillante formula de “un país, dos sistemas” de Deng Xiaoping permitió a la isla conservar sus libertades, sistema judicial independiente, capitalismo y otros rasgos característicos. La ayuda de Pekín a Hong Kong cuando la epidemia del SARS amenazaba con hundirla acabó de apuntalar el idilio y las encuestas en la isla mostraban que más de un 75 % confiaba en el modelo. Margaret Thatcher, la primera ministra que entregó Hong Kong a regañadientes, reconoció diez años después que aquellos temores se habían revelado “ampliamente injustificados”.

Y entonces algo empezó a torcerse. La creciente pulsión democrática en la sociedad más pragmática del mundo es indisociable de la deriva económica. Esta generación es la primera con perspectivas más oscuras que la anterior, las desigualdades sociales se disparan, los sueldos no aumentan y la burbuja inmobiliaria bloquea el acceso a la vivienda. El aluvión de chinos del interior es culpado de tensar la capacidad ya complicada de los servicios de una de las zonas con mayor densidad del planeta: saturan las salas de maternidad, dejan sin plazas de guardería a los hongkoneses y encarecen las viviendas. Añadamos la cuestión clasista: para los refinados, cosmopolitas y angloparlantes hongkoneses, sus hermanos del interior son nuevos ricos asilvestrados.

La detención de libreros

Ese caldo de cultivo socioeconómico se ha agravado con inquietantes iniciativas de Pekín que vulneran el marco pactado. La excolonia salió a la calle en 2012 para forzar la retirada de una reforma educacional que enfatizaba el patriotismo. La detención de cinco libreros que publicaban rumores e injurias sobre los líderes chinos reveló que fuerzas del interior pululaban por las calles de la excolonia sin jurisdicción. Y dos líderes prodemocráticos fueron rechazados en el Parlamento por ignorar las formalidades del juramento en la toma de posesión.

Sólo un 3,1 % de los jóvenes encuestados esta semana por la Universidad de Hog Kong se consideraban “chinos” cuando 20 años atrás superaban el 30 %. La excolonia exhibe la brecha generacional: la lucha prodemocrática es un atentado estéril contra la salud económica de la región para los mayores y una obligación moral para los jóvenes. Todos comparten la certeza del fracaso.

“Es del todo irrealista pensar que Pekín cederá a las exigencias de los jóvenes hongkoneses de más autonomía en asuntos sociales y políticos. Aunque Pekín quiere que la economía de Hong Kong prospere, sus prioridades mayores son mantener la integridad territorial y el control político”, señala Scott Kennedy, sinólogo del Centro de Estudios Internacionales Estratégicos.

Es habitual que la prensa occidental exagere el alcance de un movimiento democrático aún minoritario. Pero esos jóvenes que hoy protestan son el futuro de la excolonia y Pekín tendrá que seducirles si no quiere que el matrimonio se convierta en una pelea cotidiana.