Derechos humanos en Argentina
Hijas de torturadores de la dictadura argentina se unen contra sus padres
Por primera vez un grupo de mujeres descendientes de miembros de aparato represor se organizan para repudiar el terrorismo de Estado y colaborar con la justicia
Abel Gilbert
Corresponsal en Buenos Aires
Especialista en América Latina y doctor en comunicación. Ha cubierto los principales acontecimientos políticos regionales durante las últimas dos décadas para El Periódico. Es autor de ocho libros, tres de ellos en colaboración, y se apresta a publicar otros dos.
ABEL GILBERT / BUENOS AIRES
La última y masiva marcha contra los femicidios en Argentina, el pasado sábado, ha dado visibilidad a un grupo pequeño pero de enorme impacto político y simbólico. Por primera vez, hijas de represores de la última dictadura militar (1976-83) salieron juntas a la calle para decir que no avalan lo que hicieron sus padres y tampoco tienen reparos en gritar “asesinos” y “memoria, memoria, verdad y justicia”. Quieren además colaborar en la recolección de datos para los familiares que aún hoy buscan a sus hijos y nietos desaparecidos.
Nadie fue indiferente al verlas atravesar el centro de la ciudad, con un cartel que las identificaba. Todo comenzó semanas atrás, en medio de la presión social para frenar un dictamen del Tribunal Supremo que permite aplicar a los condenados por delitos de lesa humanidad el beneficio de contar cada día de detención sin sentencia como dos. El Congreso sancionó una ley que dejó en el aire el dictamen. Medio millón de argentinos frente a la sede presidencial lograron que el Parlamento reaccionara.
Entre la multitud estaba Mariana D., una psicóloga que es hija del cruel excomisario de la policía bonaerense, Miguel Etchecolatz. “Al monstruo lo conocimos desde chicos”. Ella se cambió el apellido hace un año. En una larga entrevista concedida a la revista 'Anfibia', contó un recuerdo de infancia que define su dolor. Etchecolatz, el mismo que ordenaba secuestros, torturas y asesinatos, se pasaba los fines de semana echado en la cama, frente a la televisión. “Cada tanto emitía un silbido: había que llevarle rápido un vaso de agua mineral fresca con gas. Si algo no le gustaba, pegaba unos cachetazos con la palma abierta a sus hijos”. Haber perdido el miedo fue un triunfo personal.
MEMORIA COLECTIVA
Erika Lederer tiene 40 años, es abogada e hija del segundo jefe de la maternidad clandestina del Hospital Militar. “No elegimos la negación ni la complicidad”, dijo cuando decidió darse a conocer. Entre otras razones lo hizo conmovida por el testimonio de Mariana D. “Los hijos de genocidas no avalamos jamás sus delitos. Por pocos que seamos, podríamos juntarnos para aportar datos que hagan a la construcción de la memoria colectiva”, publicó en su página Facebook “Historias Desobedientes y con Faltas de Ortografía”.
De inmediato recibió un mensaje de Analía Kalinec, hija del siniestro Doctor K, Eduardo Emilio Kalinec, que estuvo en los centros clandestinos de detención Atlético, Banco y El Olimpo de la ciudad de Buenos Aires. “Nos vemos hermanadas en un padre genocida que nos lastima y nos obliga a reconstruirnos. Elegimos levantar la cabeza y poder mirar a los ojos a nuestros hijos, a nuestras Madres y a nuestras Abuelas”, escribió Analía en ese muro. Luego comenzaron a sumarse otras voces. Siete mujeres caminaron el pasado sábado hacia la Plaza de Mayo, frente a la sede del Ejecutivo, en el marco de la movilización de “Ni una menos”.
ABERRACIONES DEL PASADO
Las aberraciones del pasado y el presente se conectan. “Nada es casual. La violencia que se ejercía en mi casa en particular y en muchas casas de genocidas contra los más vulnerables, los niños que éramos entonces, hizo que tanto tener que callarme la boca tenga consecuencias. Repetimos a veces ciertos patrones de violencia, tratando de desarmarlos ahora de grandes, porque de niña era normal que se nos pegue, que la mujer esté en un lugar de obsecuencia. Hoy en día puedo decir ‘no quiero más violencia’. La violencia que ejercieron en casa generó que de grande terminara eligiendo parejas violentas. El movimiento Ni Una Menos ayudó en parte a ir repensando todo eso que aprendí en mi casa”, dijo Erika a 'Página 12'. A su paso, y el de las demás, muchos lloraron.
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