A LOS 83 AÑOS
Noriega: de hombre de la CIA a dictador defenestrado
El general Manuel Antonio Noriega, quien dirigió Panamá con mano de hierro desde 1983 hasta la invasión de EE UU en 1989, muere a los 83 años
Ricardo Mir de Francia
Periodista
Especialista en política internacional y reportero. Fue corresponsal en Washington durante una década, donde cubrió las presidencias de Obama, Trump y los inicios de Biden. Antes estuvo otros seis años en Oriente Medio. Licenciado en Periodismo por la Pompeu Fabra y con estudios de posgrado en Derecho Internacional, se ocupa actualmente de la guerra en Ucrania. Interesado también en temas de investigación, geopolítica de la energía, cambio climático y economía.
RICARDO MIR DE FRANCIA / WASHINGTON
Los últimos días en libertad de Manuel Noriega, el dictador panameño fallecido el lunes por la noche, fueron días de crucifijos y música atronadora, un guateque del infierno cortesía de los soldados estadounidenses que se parapetaron a las puertas del último escondrijo del general. Estados Unidos había invadido el istmo el 20 de diciembre de 1989 y, cuatro días después, Noriega se refugió en la embajada del Vaticano para tratar de esquivar su captura. Con las tropas rodeando la legación, el antiguo hombre de la CIA se negó a entregarse, y los estadounidenses recurrieron a una táctica rayana en la tortura que después emplearían en Afganistán o Guantánamo. A las puertas de la embajada, colocaron una flota de Humvees cargados con altavoces para dispensarle una dieta martilleante de rock y heavy metal que acabó doblegando su voluntad.
Van Halen, The Clash, U2, The Doors y Guns ‘n’ Roses sonaron en bucle y a todo pistón durante 10 días hasta que se cumplió una de las premisas de aquella banda sonora con mensaje que le dispensó el Pentágono. I Fought The Law/ And The Law Won (Me enfrenté a la ley y la ley ganó), como decía la canción de The Clash utilizada en el bombardeo sonoro. Noriega se entregó y fue trasladado a Florida, donde un tribunal lo había condenado por narcotráfico. Ya nunca más fue libre. Pasó 17 años en prisión en EEUU; cuatro en Francia por lavado de dinero, y desde el 2011 cumplía sentencia en su país por corrupción, desfalco y asesinato de sus opositores políticos.
Así hasta el lunes por la noche, cuando murió en el hospital Santo Tomás de Ciudad de Panamá a los 83 años. Llevaba ingresado en el hospital desde principios de marzo, cuando sufrió una hemorragia cerebral tras extirpársele un tumor cerebral benigno, según sus abogados. “Muerte de Manuel A. Noriega cierra un capítulo en nuestra historia; sus hijas y sus familiares merecen un sepelio en paz”, escribió el presidente panameño, Juan Carlos Varela, al anunciar el deceso en las redes sociales.
Nacido en una barriada de la capital del istmo en 1934, y criado por su madrina, Noriega hizo carrera militar a la sombra del también dictador Omar Torrijos. Tras la muerte de su mentor en un misterioso accidente aéreo en 1981, tomó el mando del ejército y dos años después se hizo con el control de facto del país. Eran los años de la guerra sucia en América Central, convertida en teatro sangriento de la guerra fría. Enfermo de poder, Noriega se entregó a un doble juego mientras gobernaba el país con mano de hierro y vivía como un marajá. Por un lado, colaboraba con la CIA informando sobre Cuba, las actividades del narco y las guerrillas izquierdistas de la región, y por otro vendía pasaportes panameños a agentes cubanos o se lucraba con el dinero de los cárteles colombianos.
Washington no lo toleró. Después de varias asonadas fallidas para quitarle de en medio, que se saldaron con el ajusticiamiento de sus responsables, un tribunal de Florida lo condenó in absentia por narcotráfico en 1988. Noriega respondió desafiante a las sanciones estadounidenses impuestas sobre Panamá y anuló las elecciones ganadas por la oposición un año después. Su suerte estaba echada. George H. W. Bush invadió el país para imponer un cambio de régimen. La música empezó a atronar junto a la embajada. La fiesta de chivo había llegado a su fin.
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