entrevista

Antonio Pampliega: "Jamás volveré a poner un reportaje por delante de mi vida"

El periodista relata en el libro 'En la oscuridad' sus casi 300 días de cautiverio en Siria

El periodista Antonio Pampliega, en Barcelona

El periodista Antonio Pampliega, en Barcelona / periodico

BEGOÑA GONZÁLEZ / BARCELONA

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“De la nada apareció una furgoneta que se cruzó delante de nuestro vehículo y nos impidió el paso. Nos estaban esperando, sin duda alguna. (…) Estamos muertos, pensé”. Así describe Antonio Pampliega (Madrid, 1982), periodista especializado en zonas de conflicto,  el momento en el que fue vendido por su intérprete sirio a Al Qaeda. Durante casi 300 días de cautiverio, Pampliega trató de mantener viva la esperanza en medio de golpes, humillaciones y amenazas. Lo relata en el libro 'En la oscuridad' (Ed. Península)

¿Por qué decide ir a Siria en el 2015, a pesar del peligro de secuestro?

Yo había estado antes otras 11 veces, y continuaba siendo fiel a una promesa que me hice en el 2012, cuando en uno de estos viajes una señora mayor, durante el funeral de su nieto, se me acercó y me dijo que iba a rezar por nosotros para que pudiéramos salir de Siria con vida y contar al mundo lo que estaban sufriendo. El riesgo era altísimo, pero yo egoístamente quería terminar mi reportaje sobre los cascos blancos. Nunca lo acabé.

¿Se plantea terminarlo?

No. Esa una de las decisiones que he tomado por respeto a mi familia. No volveré jamás a Siria. Terminé el reportaje con el material que tenía, no como yo quería, pero jamás volveré a poner un reportaje por delante de mi vida.

¿En qué momento se da cuenta de que algo va mal?

El problema del secuestro es que no lo ves llegar.  Crees que está todo bajo control y cuando lo intuyes ya es demasiado tarde. En este caso, íbamos a hacer un reportaje a la ciudad vieja de Alepo y nuestro conductor tomó una dirección equivocada, se detuvo en una calle y tras sacar la cabeza por al ventanilla, apareció una furgoneta de la nada. Se bajaron seis hombres armados y nos encañonaron.

¿Os vendió el conductor?

Y el traductor. Nos la jugaron. Nos dimos cuenta de ello cuando en la celda en la que estábamos los cinco, el conductor se sentó al lado de uno de los compañeros y, con una sonrisa, se llevó el pulgar a la garganta como diciendo: “os van a degollar”.

¿Qué fue lo primero que se le pasó por la cabeza?

"Estamos muertos". Pensábamos que nos había cogido el Estado Islámico. Seguimos con vida porque no nos cogieron ellos. Lo primero que hicimos fue buscar insignias o banderas para saber a qué nos ateníamos.

¿Cómo fue la relación con sus captores?

Eran bipolares. Los primeros tres meses, la gente que nos tenía no eran profesionales. Se tomaban demasiadas confianzas. ¿Qué tipo de secuestrador deja cuchillos a mano de los secuestrados? Sin ir más lejos, nos dejaban jugar al ajedrez… Todo cambió cuando me separaron de mis compañeros. En ese momento los secuestradores ya eran de otro tipo, ahí ya había vigilancia, agresiones y vejaciones.

¿Por qué cree que su secuestro al principio no fue encargado a profesionales?

Porque se hizo deprisa y corriendo. Nuestro traductor, el día que entramos en Siria, se tomó una foto con nosotros y la colgó en Facebook. En ese momento nos puso un cartel de “se vende” en la frente.

¿Este tipo de 'venta' de periodistas es común en la zona?

Más de lo que parece. Ya hace tiempo que el Estado Islámico puso precio a las cabezas de los occidentales. De hecho, no fue nuestra primera vez. En el 2014, estábamos haciendo un reportaje en Alepo y una persona que estaba cerca detuvo un vehículo en el que iban cinco yihadistas para decirles: “ahí tenéis periodistas”.  Si nos libramos de esa fue porque llevábamos escolta de una unidad militar rebelde.

¿Por qué le separaron de sus compañeros?

Por culpa de una carta escrita por un exmilitar español que estuvo en Idlib en el 2012 dando instrucción militar y al que había entrevistado en una ocasión. Al enterarse de que nos tenían secuestrados, decidió escribir de su puño y letra una carta que envió junto a su acreditación del Ministerio de Defensa en la que me citaba y aseguraba ser mi mejor amigo.

¿Por qué cree que envió esa carta?

Porque es un inconsciente. Solo le había entrevistado una vez, no le conocía de nada. Él creía que eso nos ayudaría, pero esa carta lo cambió todo, “la hemos cagado”, pensé. En ese momento mis secuestradores dieron por hecho que era un espía de mi Gobierno o del de Asad. Ahí empezaron los malos tratos y las amenazas. La carta me dio un valor diferente para ellos, no solo por el dinero, sino por lo poderoso que podía ser ejecutarme y difundirlo.

¿Cuál fue el momento más duro de su cautiverio?

Aunque hubo muchos, uno de ellos fue cuando, en diciembre del 2015, me obligaron a grabar un mensaje dirigido al Gobierno español. Mi amigo James Foley (Jim) fue decapitado, yo ya sabía qué significa que te graben en vídeo. En ese momento pensé en mi familia y me di cuenta de que no quería que la última imagen que tuvieran de mi fuera arrodillado con un mono naranja y un terrorista detrás con un cuchillo.

¿Qué supuso que visualizara esa imagen?

 Robé unas cuchillas y pensé en suicidarme. Llegué a autolesionarme, quería poner fin a eso.

¿Qué fue lo que le hizo seguir luchando?

No fue nada en concreto. El recuerdo de mi madre, la dignidad con la que murió Jim… Me di cuenta de que podían quitarme la vida, pero no la dignidad. Él me dio fuerza para tratar de ser más fuerte que ellos y llegar hasta el final.

¿Por qué decidió escribir lo que le estaba pasando?

A los dos días de estar solo empecé un diario para mi hermana. Necesitaba hablar con alguien y ella es para mí una persona fundamental. Es 15 años más pequeña que yo y es como mi hija. Necesitaba que, si terminaba siendo asesinado, supiera que en todo momento pensé en ella. Decidí reproducir parte de los diarios en el libro porque si no no hubiera sido honesto, quise desnudarme y exponer mis sentimientos en él. Este libro refleja un sentimiento de culpa. Los periodistas de guerra somos egoístas y a veces no pensamos en quien dejamos en casa.

¿Qué retos se plantea en el futuro?

Yo soy Antonio Pampliega y aunque me pese, ahora siempre seré el periodista secuestrado, pero quiero cerrar este capítulo y empezar una nueva etapa. Ya no empatizo con Oriente Próximo y un periodista necesita sentir para explicar, así que voy a ir a buscar historias a otras partes del mundo. Quiero seguir con mi vida.