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James Comey, la moral o la arrogancia

El director del FBI defenestrado por Trump es un hombre de compromiso inquebrantable para sus defensores y un megalómano para sus detractores

James Comey, en una audiencia en el Senado, en Washington, el 3 de mayo.

James Comey, en una audiencia en el Senado, en Washington, el 3 de mayo. / periodico

IDOYA NOAIN / NUEVA YORK

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Para ser alguien con supuesta aversión al candelero y a la política, James Comey ha logrado en los últimos 10 meses convertirse en el más notorio y político director del FBI desde J. Edgard Hoover, el hombre que reinó en la agencia durante casi cinco décadas. Y ahora que Donald Trump ha decidido fulminarlo, acortando radicalmente el mandato de 10 años que en el 2013 le asignó Barack Obama y que confirmó el Congreso, el foco se vuelve de nuevo hacia un hombre de 56 años cuyo retrato presenta dualidades.

Lo que para unos es “feroz independencia” y “suprema autoconfianza”, atributos labrados en una dilatada carrera jurídica de más de tres décadas tanto para el Gobierno como en el sector privado, para otros es muestra de “arrogancia”. Y hay quien encuentra señales de megalomanía en lo que otros ven como un compromiso inquebrantable con lo moralmente correcto de este neoyorquino de raíces irlandesas, nieto de un policía, casado con su novia de la universidad y padre de cinco hijos, que se convirtió al metodismo y da clases dominicales en la iglesia y se reconoce influido por el teólogo e intelectual Reinhold Niebuhr, que instaba a los cristianos a participar en política para asegurar el bien moral.

Comey, que pasó por fiscalías en Nueva York y Virginia y fue número dos en el Departamento de Justicia de George Bush entre el 2003 y el 2005, se ha beneficiado de un retrato algo hagiográfico. Él mismo relató ante el Congreso cómo en el 2004 fue hasta el hospital donde estaba ingresado en cuidados intensivos el entonces fiscal general, John Ashcroft, y evitó que dos enviados de la Casa Blanca le persuadieran de reautorizar un programa de espionaje inconstitucional. Lo que luego fue revelado es que el programa acabó siendo reautorizado, con otra argumentación, y él no tuvo dilemas morales para seguir en su cargo.

DOBLE IRRUPCIÓN EN CAMPAÑA

Solo Comey sabe por qué en julio del año pasado decidió hacer añicos los esfuerzos del FBI de mostrarse públicamente como una agencia apolítica y se metió de lleno en la campaña electoral con su inusual y criticada rueda de prensa para hablar de la investigación de los correos de Hillary Clinton (un paso que empequeñece al lado de su segunda irrupción, a solo 11 días de los comicios). Y hay quien ve en esa decisión ese impulso de Comey por el bien moral, por hacer lo correcto, pero no faltan los cuestionamientos sobre las luchas internas de poder con el Departamento de Justicia y dentro del propio FBI, por más que, como en otros puestos en su carrera, en la agencia haya inspirado lealtad.

Trump, al despedirlo de modo fulminante cuando el FBI investiga la potencial conexión de su campaña con Rusia, ha llevado la discusión a otros terrenos. Pero hace tiempo que sonaban alertas de que, como nadie desde Hoover, Comey estaba mostrando una preocupante desconsideración por reglas y normas que limitaron a los otros seis directores del FBI.